Vivencias familiares en la Alajuela de ayer…
La casona que nos vio nacer y brindó calor para trabajar y disfrutar la vida, fue un centro muy popular en Alajuela, porque en su interior se desarrolló gran actividad comercial casera, un lugar agradable para tertulias, lecturas, negocios, humor, reuniones políticas y otras situaciones propias de hace algunas décadas.
Allí funcionó el pequeño taller de costura bajo la dirección de doña Adilia Cabezas, maestra en el corte, diseño y hechura de camisas. Además, una pieza pequeña de la edificación ocupada por la «remendona» del abuelo Paulino Soto, destacada en su puerta con un visible rótulo donde se leía «se remiendan zapatos», escrito con tinta negra (anilina) utilizada para teñir el cuero del calzado; la elaboración de panes, bizcocho, cajetas, tamal mudo, de frijol y cerdo; el club de camisas rifadas con el número mayor de la lotería nacional y el eterno molino para moler maíz.
Aquel ambiente laboral, bien le caería el nombre de «centro comercial», como hoy día; eso sí, diferente por estar ubicado en una edificación antigua, centenaria, con techo entejado, sin parqueos para autos, sin puertas automáticas, ni pantallas luminosas.
Según la astucia o disimulo para decir las cosas, característica del pícaro alajuelense, la cabeza o jefe del negocio casero era conocida en su propia comunidad y barrios aledaños, especialmente en el barrio La Agonía y El Llano, como la «comunista armada», por cierto, muy hábil en mover y revolcar las masas.
Estos calificativos se lanzaban con doble intención, pero sin mala intención, prevaleciendo el chiste y el humor popular. A su padre, el zapatero remendón, en tiempos de la llamada Guerra Civil o Revolución del Cuarenta y Ocho, le encaramaron el apodo «armado o armadillo» – distintivo que por herencia le llegó a la familia – ya que, según sus intereses políticos y otras necesidades, se ocultaba en las alcantarillas y huecos, similares a los construidos por esos animalitos casi en extinción, con caparazón o placas córneas articuladas, listos para evadir el peligro y su captura.
Así, a la hija de don Paulino, Adilia la costurera y fabricante de deliciosas comidas y panes, le fueron quitando el nombre de pila hasta dejarla en el puro pellejo como la famosa «armada, armadilla o cusuca «, para continuar el sobrenombre tradicional de su padre, el señor Soto Córdoba.
Hoy, en toda la numerosa familia, es normal un saludo entre los «armados o cusucos». Inclusive, en ocasiones en que se han dado concentraciones familiares, alguna voz del mismo grupo o vecino lo ha manifestado con fuerza: ¡un rifle para cazar armados, antes de que se pongan a hacer huecos…o revoluciones!.
¡Sí!, este valeroso y simpático apodo familiar se mantiene sin peligro de extinción, puesto que va pasando de generación en generación en la familia Soto. Así es nuestra hermosa Alajuela, cuna del sobrenombre y el humor.
Lo de «mover y revolcar las masas», tenía otro significado. Era por su tremenda experiencia en echar el maíz en la tolva del molino, hasta recoger la masa en la gran palangana de aluminio con sus laboriosos manos y depositarla en las ollas y sacos de manta. Todos los días pasaba agitando, moviendo, revolcando la masa, por más de cincuenta años, en las moliendas del nutritivo grano. Nunca por otra situación, aunque se le escuchaba manifestar que nuestro pueblo tenía que despertar y protestar por las cosas injustas, por el costo de la vida y otras situaciones.
¡Ah!, lo de «comunista», por sentir tanta admiración y cariño hacia líderes reconocidos como Carlos Luis Fallas Sibaja, «Calufa», nuestro escritor patriota, personaje distinguido de nuestra historia patria.
El escritor y sindicalista de los bananeros y zapateros, quien tenía su casa-biblioteca casi pegada a la nuestra, disfrutó del humor, cariño, hospitalidad, pan casero, tamales y aguadulce brindado por la estancia acogedora de nuestro hogar y centro de trabajo, en compañía de otras figuras literarias, políticas y obreras, recordamos a Luisa González, quienes honraron nuestra casa y familia con su presencia y conocimientos.
En esos tiempos, se vivieron «momentos políticos clandestinos», por la forma de pensar de algunos ciudadanos, ya superados en nuestra Costa Rica. Con tales actividades y presencia de conocidos políticos y escritores nacionales, siempre el humor del alajuelense encontró sus ocurrencias.
Divulgaron que los guardias civiles se hacían
«los rusos» al permitir el trabajo clandestino o ilegal de quienes, con la colaboración de algunos vecinos, salían en las primeras horas de las mañanas a repartir hojas sueltas y estampar «pegas y pintas» en postes y tapias, alusivas al desfile del Primero de Mayo en la capital y otras actividades indicadas por sindicatos y organización política de entonces; mientras fue costumbre la visita del policía en las frías madrugadas a disfrutar un café con pan «melcochón» untado de miel de abejas, tamal u otra comida para combatir el sueño y frío, invitación exclusiva del negocio comercial a los humildes trabajadores de la ley, quienes cuidaban nuestras barriadas.
Y el trabajo político era clandestino porque la llamada «izquierda costarricense o comunistas» estaban fuera de ley, de acuerdo a la Constitución Política de Costa Rica en el artículo noventa y ocho, párrafo segundo, que impedía la organización y funcionamiento de este sector, por considerar su «ideología contraria a nuestra paz, creencias religiosas y sistema democrático, con ideas extrañas y subversivas».
La visita honrosa de guardias civiles a nuestro hogar y centro de trabajo, fue interpretada siempre con humor y malicia, ya que las autoridades desempeñaron su trabajo con honestidad y patriotismo. Ciertamente existió amistad, vecindad y respeto entre ellos y los «cusucos comunistas» del barrio La Agonía. ¿Acaso no todos éramos una misma comunidad, un pueblo con los mismos problemas, necesidades y aspiraciones?.
A los niños nos tocó vivir una preciosa etapa. Conocimos las herramientas utilizadas para el trabajo diario, sentimos lo que es esfuerzo y satisfacción al colaborar en el taller, nos convertimos en auténticos obreros: cortamos hebras de las camisas, limpiamos el taller y la maquinaria, pegamos botones con aguja en mano, colaboramos en la confección de prendas. En nuestra casa teníamos un centro de lectura, especialmente literatura nacional, lo que nos permitió conocer en las páginas del libro, el espíritu de tantos personajes como nuestro hermano amigo del alma «Marcos Ramírez», «Mi Madrina», «Juan Varela», «El Moto», «A ras del suelo», «Los cuentos de mi tía Panchita» y conocer la heroica lucha de nuestros compatriotas y de otras nacionalidades, en las duras y enfermizas tierras de «Mamita Yunai».
En nuestra casona no faltaron las gentes amigas quienes fueron testigos del trabajo, de los defectos y virtudes que permitieron a nuestros abuelos y padres, desempeñar su labor constante para lograr la crianza y educación de sus hijos y nietos; éstos, interesados en rescatar las muchas páginas ejemplares escritas con sacrificio por ellos, como esta historia.
Recordando y siguiendo el ejemplo y pasos de aquellos valerosos viejos, hacemos Patria. Un gigante homenaje a nuestra madre Adilia a quien Dios aún la mantiene en pie de lucha…armada con mucha vitalidad ante los retos modernos y, por supuesto, ¡siempre moviendo y revolcando las masas!
(Publicado en La Prensa Libre, Sección Comentarios, 09 agosto 2007)
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