En ciudades, barrios y caseríos, siempre está presente el personaje popular, humilde, amigo del pueblo y querido por todos. Su presencia y lucha incansable por la vida, lo convierte en un elemento ideal para identificar un lugar o región; así el deportista, el cosmonauta, el músico, el escultor o el literato, exaltan y dan a conocer la nación de donde procede y ubicación correcta en el mapa.
«Balacho», es un personaje conocido por todo el mundo, vecino del barrio «La Agonía», aquí forjó su vida, historia y valiosos ejemplos a la comunidad. ¿Quién fue y qué hizo?.
En la humilde casa del señor Elías Molina Solano, no faltó el pedazo de carne expuesta al calor y humo despedido por las cocinas de leña y el fogón, para impregnarla del sabor especial «ahumado». Ésto, una costumbre en campos y ciudades, hace muchos años.
Elías, el niño descalzo e inquieto, pedía a su madre un «acho» de carne ahumada, naciendo así – según la versión de su hermano don José – el sobrenombre «Balacho», apodo que sustituyó su nombre de pila, para darse a conocer en toda Alajuela y en nuestra hermosa barriada.
En su humilde casa, en el patio, allí tenía un aposento que le servía de taller para su trabajo de ebanista, mecánica, pintor, hojalatero, porque a «todo le hacía», con muy buenos resultados. Allí, en el Barrio La Agonía, detrás de la Iglesia y cerca del Cementerio de Alajuela, sus conocidos domicilios.
A los nueve años era un niño con alguna afectación en su cuerpo, debido a la invasión de la poliomielitis en su vida y en la de muchos compatriotas. Hoy, gracias a Dios y a los avances científicos, erradicada.
A pesar del inconveniente físico – caderas y extremidades inferiores deformadas – Balacho fue un héroe y superdotado. Sus problemas físicos nunca fueron obstáculo porque trabajó como un fino ebanista fabricando preciosas puertas y ventanas; le hizo a la albañilería y prueba son los mosaicos instalados – rojos y amarillos, en forma de zigzag – y decoraciones exteriores en el bar «La bohemia», obras aún en pie por más terremotos y paso del tiempo; destacado vendedor de lotería nacional, gastando hasta lo no ganado en amores y «guaritos» y un especialista en pintar techos y reparar goteras.
Para los «traguitos de guaro», visitaba dos lugares en la ciudad de Alajuela: donde el Gordo Javier y don Zenén. Desde una ventana del bar de Javier, en la acera, allí se atendía a Balacho, en su carrito construido por sus manos, para más comodidad, con sus «boquitas» y bebida preferida, preparadas por el administrador del conocido y visitado lugar.
Otra gran habilidad en Balacho, la fabricación de los populares «trompos», perseguidos por todos. Aquellos instrumentos inseparables que invitaron al niño y adulto a la sana diversión, al ejercicio físico, agilidad mental y contacto con los demás, en armonía y competencia sana.
El trompo formó parte del entretenimiento diario, un juguete presente en todos los hogares, donde Balacho puso sus conocimientos para la confección excelente, fuertes, casi indestructibles por la calidad del material utilizado: sustituyó el «clavo» que se hundía en el interior del mismo, por el tornillo o «pullón de tope». La madera, puro guapinol, la sacaba de los timones de carretas que don Pío Soto desechaba en su taller de reparación, garantizadas para lograr trompos de calidad.
¡Los trompos de tornillo, cocoola y guapinol, hicieron más popular a este personaje alajuelense!. Poseer un trompo marca «Balacho» era una enorme ventaja para triunfar en las competencias callejeras, aceras y patios de las escuelas y casas, por los niños de ayer, con pies descalzos y pantalón corto. Otro tipo de trompo, eran las «zapitas», más pequeñas.
El precio de los trompos, baratos y caros. Los de madera «laurel» tenían el inconveniente que se rajaban con facilidad al recibir los primeros golpes en «seco», directo al corazón. Los «cocoola», muy fina su madera, de lujo, madera dura y casi indestructible, de mayor precio, pero valía el esfuerzo económico de nuestros abuelos y padres. Y tenían otra ventaja: que la cuerda o manila se adaptaba a esta madera con facilidad.
Ya en las competencias, venían los triunfos y decepciones, como en todo deporte. El perdedor, según los reglamentos del juego, debía exponer su trompo para recibir los golpes de los otros trompos victoriosos, hasta quedar en dos o más pedazos. Era triste, pero se aceptaba la derrota y a comprar otros trompos y así colaborar con el trabajo de «Balacho».
Inventó varias máquinas mecánicas y piezas para el trabajo, como la famosa «sierra circular» sacada a pura segueta, cincel y lima, tomando la parte más ancha de un serrucho. Su habilidad e inteligencia le permitieron increíbles ideas al fabricar otras herramientas utilizadas por los ebanistas, a precios muy elevados que el comercio vendía, no al alcance del pobre bolsillo de Balacho y otros trabajadores de la época, quiénes necesitaron de estas herramientas para sus trabajos.
Observó su diminuto y deformado cuerpo hasta echar andar la construcción de dos carritos, convertidos en verdaderos automóviles que le sirvieron uno, para ir a la escuela Juan Rafael Meoño Hidalgo (escuela de El Llano); el otro, para movilizarse con todo el confort por donde le diera la gana.
Doña Dorila, su maestra, dio como tarea a cada niño halar la carretilla o carrito con Balacho y pertenencias escolares, desde la casa hasta el portón del centro educativo (a unas cuatro cuadras) para que éste asistiera a lecciones como cualquier otro niño, con todos los derechos y obligaciones.
Aquel joven estudiante, probó la fortaleza del automóvil sobre piedras y barro, comprobó la sensibilidad del hermoso corazón de la educadora y la solidaridad de sus compañeros.
El segundo carrito, más moderno que el tipo escolar, fue la admiración de nacionales y extranjeros. Una obra mecánica: con cadenas tipo bicicleta, frenos y dirección manipulados con la mano izquierda y manija (manigueta) para impulsar o retroceder el vehículo, con la mano derecha.
El asombroso y valioso invento fue observado detenidamente por un estadounidense, de paso por nuestro humilde barrio, quedó sorprendido al ver semejante aparato mecánico conducido por Balacho. Éste le explicó en español el mecanismo del «cloch» – dos ruedas de hierro de media por seis pulgadas – que su inteligencia confeccionó y adaptó, le mostró el funcionamiento direccional, avance, retroceso y la palanca de frenos.
Cuenta la anécdota que el extranjero le ofreció como premio una «pitoreta o corneta» utilizadas por vehículos de transporte público, si cumplía con la prueba de los frenos.
Sin pensarlo un instante, llegó a lo más alto de una cuesta (en la calle) y se dejó venir a toda velocidad hasta frenar a los pies del asustado extranjero, dejando marcadas las ruedas – cubiertas con hule grueso – en la calle y al míster con la boca abierta.
Al día siguiente, colocó con emoción y orgullo, el premio obtenido por su carrito ya de fama internacional, mostrándolo a adultos y niños. La bendita corneta sonó por aceras y calles del barrio y la ciudad alajuelense.
Balacho, el personaje del puro pueblo, tenía otras facetas, era aventurero. Cabalgó con firmeza en Jacó y nunca lo botó un caballo. Peleó a puñetazo limpio contra Raúl Quirós en una increíble y dispareja lucha; sus amigos le llevaron a pasear en «andas» (como los angelitos en Semana Santa) al Volcán Poás, sobre tremendos barriales, lluvia y frío.
Intentó viajar «colado o de pavo» (ilegalmente) con un amigo chileno quien le propuso trabajar en Sur América. Se ocultaron, accidentalmente, en la nevera del barco bananero, lugar apto para morir congelados; posteriormente huyeron a otro departamento ocupado por la barbería, aquí fueron capturados por la tripulación. A Balacho, lo salvó la polio y el chileno fue a parar a las celdas. Viaje sin pagar boleto, ilusiones, trabajo, ganar dinero, conocer otras tierras y mares, todo lo invertido en esa aventura, fue abortado en momentos de mala suerte.
Balacho murió a los ochenta años, dejó enormes enseñanzas a su comunidad, demostró que las limitaciones físicas no fueron suficientes para achantarle la vida y sus proyectos; más bien, fue ejemplo para los cuerpos sanos y completos que muchas veces nos quejamos por cualquier cosa.
Dejó inventos y herramientas como testigos de su existencia. Allí quedaron colgados en paredes. Los trompos cesaron de bailar y brincar, los carritos abandonaron las correrías por aceras y calles del barrio y ciudad, la pitoreta no sonó más, toda su obra material desapareció en un incendio. El tallercito se quemó.
Su obra moral y sus ejemplos, no fueron destruidos. Siempre recordamos a Balacho porque representa la sabiduría, el esfuerzo y perseverancia del hombre humilde, inteligencia e insigne representante de la clase trabajadora.
¡Gracias, Balacho!
(Publicado en La Prensa Libre, sección Comentarios, 22 abril 2008).
Otros datos suministrados, 8 6 2019, para adaptar al texto:
2 Siempre estuvo acompañado de su secretario Kennedy y la famosa perrita policía, siempre con ellos. (investigar este detalle)
Balacho era hermano de mi Abuelita, Yolanda Maria Molina Solano! Me hizo feliz leer esta historia. Gracias.
Y sentí mucha alegría escribir alguna historia de Balacho, contada por don José Molina. Tengo 70 años de edad y en mi infancia y juventud conocí muy bien a don José. Mis padres y abuelos, abuelas, vecinos y se conocieron muy bien. Deseara escribir algo más de Balacho.
Comente o envíe más datos históricos de Balacho. Puede ser a : jmorera50@hotmail.com
Mi nombre es Patricia Vega Molina soy sobrina del difunto Balacho Molina de Alajuela, Costa Rica me siento muy orgullosa de mi Tio Balacho un hombre ejemplar y trabajador con sus manas logro hacer tantas lindas cosas. A mi tio le quemaron su taller y fue cuando tubo una decaida en su vidad. Yo vivi en Alajuela, Costa Rica hasta la edad de 12 anos y vivi en nuestra humilde casa con mis tias y mis tios y Balacho. Gracias por este articulo de la prensa, muy bonitos recuerdos de mi infancia.
Muchas gracias, Patricia. Mi forma de escribir es buscar a las personas, testimonio oral, para recoger su historia propia o de familiares. En este caso, don José Molina, a quién conocí muy bien porque éramos vecinos, me contaba la historia de Balacho. La casa de mis padres y abuelos, pegaban patio con patio. Recuerdo los árboles de mango, la mata o enredadera de tacacos, la acequia que pasaba por mi casa, daba un giro y pasaba por estos patios. Y recuerdo a doña Rosa, en esos patios. Hermoso es recordar aquellos momentos. Hoy, todo es diferente, ni conocemos ni nos conocen, los vecinos. Saludos, muchas gracias.