Mi barrio, Concepción ó El Llano, posee ricas vivencias, personajes, leyendas y hermosas anécdotas. La ermita, con sus pies y piel herida por terremotos y el transcurrir del tiempo, ha permanecido como fiel testigo del ayer, con lindas paredes gruesas de adobes y techo cubierto con tejas. Aquí, antes sus tres hermosas puertas frontales, los niños marchamos hacia el Altar a recibir la Primera Comunión, vestidos con el uniforme escolar. Unos con pantalón corto y zapatos tipo bota de amarrar, otros mostrando ropa remendada pero limpia y bien presentada; así llegamos a la iglesia y al aula, sin portar lujos traídos del extranjero. Muy sencillos, asistimos al encuentro con Dios, nuestros padres y lindas maestras.
Todos disfrutamos de la amplia plaza, sin mallas, un trillo se extendía casi recto, diagonalmente, desde la esquina de don Alfredo Rodríguez (suroeste) a la pulpería del señor Napoleón Quesada, don «Napo» (noreste). Era el transitar diario para llegar, al otro lado del barrio; incluso, a la Escuela Juan Rafael Meoño Hidalgo (administración Cortés 1936-1940), mostrando el lindo y fuerte portón de hierro, sus muros, corredores con pisos de colores en lindas figuras y la hermosa campana, siempre atenta invitando al estudio y siempre alegre anunciando los esperados y emocionantes recreos, en especial el «recreo grande».
Allí, recibimos la educación en manos de Margarita Quesada y su hermana Irma, Maruja López, Isabel Lizano, Marta Villegas, Carmen de Pochet, Enilda Montero, Teresa Castaing, Zulay Ramos, el maestro de música don Sebastián Plá, éste, un señor español bajito de estatura, su linda hija, Quelarita, quien se encargó de las «veladas» escolares. Las porteras Teresa y Carmen, encargadas de la limpieza y hasta vigilancia del edificio, doña Carmen fue la escogida para activar la campana, ubicada junto al portón de hierro. Era el ejército del barrio bajo la sabia dirección de Dora Arroyo de Cortés y más educadoras del pasado, nacidas para ejercer tan difícil vocación.
¡Qué respeto y cariño tuvimos los estudiantes de hace muchos años, muchas décadas, por nuestros maestros, escuela, por los mayores adultos, por el Guardia Civil y la iglesia!
El negocio de don Alfredo, daba vida y colorido al barrio: botones de todos colores y tamaños, encajes, dedales, caballitos, hilos, alfileres, agujas, papel regalo, celofanes, tijeras, broches, prensas, todo lo necesario para las amas de casa, costureras, maestras y estudiantes. Sin faltar, otros artículos para el hogar y el trabajo.
En el otro extremo, la pulpería o comisariato de don Napoleón Quesada, una edificación antigua de madera; tenía una banca larga, también en madera, para sus clientes, donde disfrutamos bollitos o manitas de pan salado con un pedazo de salchichón y refrescos de sirope kola y los deliciosos «lecheros», preparados con leche y sirope. Estas ricas bebidas se combinaban con «tosteles» que eran bocadillos o repostería, cada uno con su nombre: gatos, polvorones, acemitas y las deliciosas cuñas, siempre teñidas de rojo y cubiertas con granitos de azúcar. Además, melcochas de leche, confites de mora, cocadas, pan, frijoles, arroz, leche, huevos, bolitas de cacao para elaborar el delicioso chocolate, helados de guayaba, éstos, a cinco céntimos y los famosos «apretados» de sirope.
Recuerda don Luis Oconitrillo, su niñez en mil novecientos cincuenta y siete, en primer grado de la Escuela Juan Rafael Meoño Hidalgo, disfrutando del refresco de sirope con una «cuña». Y don Gerardo Quirós dice tener aún presente el olor de esa pulpería, ya en sus sesenta y un años de vida, inolvidables momentos de su niñez y juventud.
En este popular negocio, era aplicable el sistema de la «feria» y el «fiado». Por cada compra nos daba de feria un confite con sabor a mora, si la compra se pagaba de inmediato. El fiado, consistía en «pagar después», esta condición lo anotaba en una libreta y, generalmente a fin de mes, el cliente debía integrar el dinero adeudado por sus compras, sin interés. Eso sí, el cliente de fiado tenía que esperar en la banca de madera, tres clientes de contado, por aquello de la suerte en las ventas del día, un requisito exclusivo en el establecimiento de don Napo. Todo el mundo se adaptaba a este reglamento. Lo justo fue que todos tuvimos acceso a la mercadería de su pulpería, famosa por el excelente trato, respeto y confianza.
Sigamos mirando hacia atrás, a las cosas de antes. Recordamos la plaza cuando le caía la noche. Nos causaba miedo, espanto y respeto porque, según las costumbres de los viejos abuelos, «La segua» se paseaba en ella, una especie de animal, con cuerpo de mujer, cabeza cadavérica de caballo, enormes dientes, mal olor, larga cabellera y ojos hundidos y grandes. Vivía o se ocultaba a un lado escondido y oscuro del centro educativo. Esta imagen se usaba para asustar a los hombres mujeriegos, pero los niños también teníamos idea de este espanto. ¿Quién se asusta hoy por aquellas figuras, utilizadas para corregir ciertos malos comportamientos o pasos desviados en la vida personal, especialmente en los adultos?. ¿Conocen los niños y jóvenes modernos nuestras bellas leyendas?.
Nuestros juguetes y entretenimientos eran de fantasía, creados por nuestra propia imaginación y limitaciones económicas. Con una varilla metálica o de madera, hicimos rodar por calles y trillos, el aro de bicicleta, produciendo un sonido muy hermoso al rozar el metal con el suelo; una llanta abandonada de automóvil u otro vehículo – hoy refugio perfecto para el dengue – nos servía para brincar y competir con ella, incluso, meternos en su interior y dar vueltas; una hoja ancha de palmera, similar a una canoa, la utilizamos para deslizarnos sobre aceras, en las gradas de la iglesia La Agonía y en las pendientes de los potreros al Este de Alajuela, cerca del río, (En El Brasil de Alajuela), aguas contaminadas, sucias, destruido, con basura y hediondo como el hocico de la Segua, todo por irresponsabilidad del hombre.
«Por estas calles de lastre y empolvadas, pasaron manadas de reses hacia la Plaza del Ganado. Desde casas y corredores, observamos el trabajo de incansables hombres arreando esos animales. Vivíamos con mucha tranquilidad y con una «tira» o cordón de zapato, sujetamos las puertas y ventanas de nuestras casas, dejándolas solas, sin temor a nada», nos cuenta doña Angélica, lanzando una bella mirada a los tiempos de antes.
Ya no existe aquel personaje humilde, símbolo de trabajo, sacrificio y honradez, doña Rosa Montero, ella recorría casas, negocios, ubicada en el portón de la escuela Juan Rafael Meoño Hidalgo y en la Ascensión Esquivel, la otra escuela vecina, la vimos ofreciendo los sabrosos pastelillos calientitos y todos bien colocados en su enorme canasta. Inicialmente los vendía a diez céntimos, luego a quince y tiempo después subieron a «peseta» (veinticinco céntimos de colón). ¡Qué hermosa viejecita, morena, descalza y tierna sonrisa!. Una ejemplar madre trabajadora, madre de la Patria y del barrio, quien nunca tuvo la oportunidad de pedir aumento de salario, únicamente brindó trabajo para su familia y ejemplo para todos en la comunidad.
¿Cuál niño no recuerda a don Zacarías?. Muy cerquita de la escuela, tenía una finca abundante en guayabas y otras frutas; los niños aprovechamos el tiempo del recreo grande para invadir su territorio, con el interés de recoger la fruta y él nos perseguía a punta de rifle y gritos. Su intención no fue maltratar a la niñez ni éstos irrespetar la propiedad privada para sustraer lo ajeno, simplemente eran las aventuras fogosas de tiempos idos, tiempos de antes. ¡Cuántas guayabas, mangos, guabas y colerones le sacamos a don Zacarías!. No olvidamos el montón de carreras llenas de risas y sustos, escapando por encima del portón y debajo de los alambres púas, seguidos por la sombra de su cuerpo, rifle e inseparable sombrero ancho.
Los niños sentimos cariño y respeto por doña Josefita Caballero, conocida por todo el mundo como «doña Chepita» y su esposo don Eberto Cordero, vecinos muy queridos por las comunidades. Durante todo un año, todos los años, iban acumulando colaboraciones económicas para convertirlos en regalos y repartir a los niños del vecindario, quienes éramos la mayoría de la clase pobre. El frente de la Escuela Juan Rafael Meoño, en El Llano de Alajuela, servía como punto de referencia cada navidad para reunir a los menores, con alegres villancicos, juegos y aplausos. Con esfuerzo y amor construyeron su hermosa misión en dar felicidad a los «proletarios» del barrio, sacando montones de sonrisas y alegrías, porque ellos siempre dieron y siempre tuvieron las manos llenas de amor y paz para el prójimo.
Retrocediendo un poco en el tiempo, en 1909, nace un gigante llamado «Calufa», Carlos Luis Fallas Sibaja, un auténtico patriota entregado a su pueblo y a las letras. En la maravillosa obra «Mi madrina», nos presenta este bello paisaje del barrio «El Llano», en Alajuela.
«…sus calles polvorientas, su hermosa plaza, con muchos naranjos a la orilla, un inmenso y frondoso mango allí, en la esquina frente a la casa de Crisanto Soto, y la pequeña ermita allá en el fondo, como un portal; y sus casitas humildes, un poco lejos de nosotros, agrupándose hacia el Sur, de bajareques y adobes techadas todas con oscuras tejas de barro cocido…»
Demasiada nostalgia nos invade hacer estos recuerdos, aunque sea una mirada rápida a lo de antes, nuestro ayer.
Ya no sentimos la presencia de aquellas figuras imaginarias que nos infundían respeto y recogimiento. Hoy, añoramos el pasado para trasladarnos aunque sea un «momentito» a los tiempos de paz, respeto, humildad, sacrificio, solidaridad, trabajo, honradez, espiritualidad y tranquilidad, ejemplos forjados por nuestros abuelos. Sigamos el ejemplo de ellos y construyamos una Patria mejor, como ellos la iniciaron y defendieron para nosotros…
¿Por qué nos empeñamos en desaparecer todos esos valores morales dejados por nuestros antepasados?.
Nota: La ermita de la Concepción fue declarada e incorporada al Patrimonio Histórico Arquitectónico de Costa Rica, según Decreto Ejecutivo Número 28388-C, publicado en La Gaceta Número 16, 24 enero 2000, de carácter privado. Propiedad de las Temporalidades de la Iglesia Católica de Costa Rica, Diócesis de Alajuela.
(Publicado en LA PRENSA LIBRE, sección COMENTARIOS, 25 julio 2006)
(Publicado en EL ALAJUELENSE, de La Nación, edición del 19 setiembre al 2 de octubre 1999)
Comparto tu opinion 100%
soy una tica orgullosa de mis raices,
y lo aplico en mi familia,
vivo en USA y como gallo pinto(tradicional)
hago tortillas,hacemos oracion en el almuerzo,cena
y al acostarnos,pero tambien estoy al dia con la tecnologia
hay una frase que me gusta mucho y quisiera compartir
«no dejes que tu presente te quite lo que eres,pero deja que sea un complemento de lo que vas a ser.»
Si puede haber balance solo tu puedes hacerlo,
yo soy prueba de eso,me case con un Americano y nos complementamos con los dos paises,aprendemos uno del otro,
y nos llevamos muy bien.
Amo a mi pais y pronto voy a regresar a esa hermosa tierra
a ese paraiso de amor,belleza natural y con nuestra gente,
PURA VIDA!!!
los quiere,
una tica en USA
Don Jose Manuel, He leido su escrito «Una mirada a lo de Antes», me hizo sentir esa nostalgia que usted sintio al escribir este articulo, muy bueno.
Creo que todos los «ticos» que hoy estamos en los treintas y adelante compartimos ese mismo sentimiento de nostalgia. Yo vivo con mi familia en USA, extraño a mi linda Costa Rica, pero cuando la visito o leo sobre lo que ha cambiado me digo: Que paso con aquella linda Costa Rica de mi niñez?.
Por favor siga escribiendo sobre esta Costa Rica que un dia conocimos, no obtante y con TODOS sus cambios, digo, que linda es mi Costa Rica.
Estare de Julio 29 a Agosto 20 por alla.
Lo felisito por el articulo,la verdad esque como duele ver como se apedido nuestras tradisiones y sobre todo nuestras costumbres que tal bellas son siempre que visito ami querida costarica la disfruto lo mas que pueda ya que cada dia que pasa la seguimos perdiendo pero aun asi la fe que tengo es de que algun dia podramos tenerla de vuelta,siga adelante con estos lindos recuerdos que a tantos nos hase llorar y reir,gracias de nuevo por espacio.
Me alegra mucho sus reportajes sobre nuestra querida costarica. yo vivi mi juventud por 17 anos, por alla en los anos 40 y 50 en los 60 vine a estudiar a California. vivo por aca hace 50 anos. pero pronto volvere. retirado a dejar mis huesos por alla y tratar de alludar a los ninos para una costarica con un futuro mejor gracias por todo, y siga escribiendo tan lindos reportajes. att edward armijo