Una anécdota infantil, de aquellos hermosos tiempos…
«Los recuerdos tienen más poesía que las esperanzas; como las ruinas son mucho más poéticas que los planos de un edificio en proyecto».
Jacinto Benavente
La botija es un recipiente fabricado con barro cocido, redonda, cuello corto y angosto. Su color varía entre café, rojizo y negruzco, similar a las tejas de barro.
En tiempos pasados, formaron parte de los utensilios del hogar, inclusive, para guardar objetos y joyas. Nuestros abuelos las utilizaron como «cajas fuertes o vasijas de seguridad», repletas con monedas de oro y plata; otras veces, llenas de objetos valiosos, introducidas en las paredes de adobes, hornos, fogones y pisos de tierra. La propia tierra sirvió para guardar dinero y valores materiales, durante décadas.
Al desaparecer estos hombres, se llevaron a sus moradas verdaderos secretos, dejando aquellos palacios de tierra y riquezas, a disposición de las siguientes generaciones y al avance de la modernidad interesada en ocupar aquel espacio.
El interés por desaparecer las reliquias, unido al tiempo «envejecedor» y los sismos, poco a poco, éstos y muchos otros factores, lograron acabar con las frescas, acogedores, amplias y bellas fortalezas.
Hoy… ¿Quién nos recuerda pasajes tan hermosos, momentos llenos de paz, sueños y grandes aventuras?. ¡Casi nadie se detiene a contemplar el pasado!.
Tanto insistieron nuestros abuelos en historias de tesoros y botijas que con nuestra imaginación hacíamos un puñado de planes, o aventuras, en hermosos sueños: «soñamos abriendo boquetes y quitando pesados bloques de barro de las paredes hasta tocar la «panza» y cuello de lindas y frágiles botijas, atestadas con collares, diamantes y monedas en puro oro y plata».
La fantasía de antes no solo nos obligó a soñar. En infinidad de momentos, soñamos despiertos, con los ojos bien abiertos y con mucha fuerza y entusiasmo.
Nuestra casona de adobes y tejas, tenía un sector en piso de madera, o sea, la parte de la entrada o sala. Aquí, estaba el Molino de Cayetano, muy conocido y visitado por miles de personas, durante muchas décadas. Esta situación, nos permitió soñar despiertos. Levantamos las grandes tablas – largas tablas o tablones de una sola pieza, bien pulidas y pegadas con grandes clavos, sujetas a alfajías – para revolcar la tierra negra y suelta debajo del piso y convertir en realidad tantos sueños en nuestras mentes. Descubrir, cubiertas con tierra virgen, hermosas botijas, dinero y joyas. Esto eran sueños de todos los días. Encontrar una botija o tinaja.
Cuando niños, era de dominio infantil expresar situaciones como, «allí asustan, se levantan los muertos, espantos atraviesan las paredes, botijas enterradas, el diablo repara plata, bultos oscuros en las casas, gritos y ruidos extraños», más otras fantasías propias de la época, siempre en boca de nuestros abuelos, en cuentos de terror.
Manuel, el mayor de la casa, en esos tiempos con menos de nueve años de edad, solicitaba alguna moneda – posiblemente un diez o una peseta – a su madre Adilia, quien siempre estaba pegada a su máquina de coser, confeccionando camisas para niños y adultos o atendiendo las molidas de maíz.
«Madre, regáleme una moneda para comprar confites en la pulpería», insistía su hijo.
¡’No, no tengo plata!», respondía.
El niño, insistía y al sentir que su madre le daba la misma respuesta, le contestó, casi llorando y, posiblemente, recordando algún pasaje de un cuento:
«¡Ahora voy a llamar al diablo para que me repare plata!», decía mientras se alejaba de su madre e invitaba a su hermanita Maruja al llamado de aquel espanto.
Tomó una vara de madera, y a como pudo, levantó una de las tablas del piso y con sus manos revolcaba la tierra, mientras decía:
«¡Diablo, diablo, quiero monedas para comprar confites», insistía!»
Cuenta Adilia, que ella escuchaba el llamado al diablo y echaba a reír.
Un día, se terminaron los sueños, los sueños se transformaron en una increíble realidad, resultados felices y llenos de inmensa emoción. Gran sorpresa porque una de las tantas botijas, ocultas allí, debajo del piso de madera, empezó a salir. Ese día, no fue un sueño, ni el «diablillo» tuvo participación. Una botija diferente a las que estaban enterradas en esas mentes infantiles, apareció.
No era un objeto de panza gordita pegada a un cuello corto y negruzco. ¡Era un objeto diferente! Sin joyas ni oro, sí, repletas en monedas. Nada de monedas en oro y plata, monedas corrientes. Era una botija distinta a las escuchadas en cuentos e historias de nuestros lindos abuelos.
En la mansión de adobes, nunca nadie encontró botijas de barro; ese inolvidable día y momento, protegida por los tablones, relució entre las manos del niño una caja – aproximadamente diez centímetros de alto por veinte de largo – con muchísimas monedas que hicieron temblar sus manos e inocentes corazones. La caja, construida en madera gruesa, sin tapa y sin pulir, hasta el «copete» (llena) de dinero metálico, hacían pesadísima…..¡la botija de madera!.
La pareja de niños hermanos se sintieron afortunados, verdaderos conquistadores de sueños y realidades. Brincaron, risas, lágrimas, gritos, abrazos, revolcaron el contenido de la cajota (para niños tan pequeños significaba mucho peso), hasta involucrar a la madre costurera, sorprendida del bullicio infantil y el sonido de monedas, al caer en el piso y chocar unas contra otras. Adilia, emocionada, se puso pálida, reía y hasta aplaudía al vernos y ver tantísimo dinero, rodando por las maderas y tierra.
Riqueza en manos, los tres acudieron a despertar al papá de la casa, quien hacía la siesta en el corredor, en un confortable asiento de mimbre; casi lo matan con tanto alboroto familiar.
«¡Qué diablos sucede, por qué tanto escándalo y lágrimas, casi me matan, no ven que estaba dormido… casi me matan del susto!
Los niños contaron su historia. Cayetano, terminó de abrir los ojos al mirar la caja, con enorme sorpresa, mientras se puso pálido pero no aplaudió. Sorpresa porque el secreto había llegado a su fin. Manos infantiles inquietas habían provocado un gran accidente. Lo encontrado debajo del piso era una «original cajita», sin tapa ni ranura, escondida allí por él, para que nadie llegara hasta ella. ¿Nadie?. Eso sí, el diablo no tuvo participación en esta historia…
Después, Cayetano nos explicó el asunto de su alcancía.
Por una «marca» bien disimulada – que únicamente él conocía – directamente sobre la posición de la «caja fuerte» , en un sector de la rendija que dejaban dos tablones del piso, depositaba todos los días una o varias monedas, jamás de oro ni de plata, con la intención de ahorrar unos colones, para los juguetes navideños, algún aparato eléctrico, ropa o alguna urgencia hogareña.
Mientras insistía en dar explicaciones, más resistencia recibía de los niños. Éstos, no aceptaron los argumentos esgrimidos, por más papá y respeto en esos tiempos. La realidad les había permitido ¡una única vez! descubrir lo buscado en infinidad de sueños y cuentos…
En nuestra adolescencia, los niños de la historia, llenos de nostalgia, nos tocó ver y sentir otra realidad, la caída de los lindos monumentos. Con palas, picos, barras de hierro, macanas y patas de chancho, les llegó el fin. Los antiguos palacios de tierra, cañas y entejados, custodios de sueños y botijas, empezaron a morir.
En otras casonas saltaron botijas o vasijas repletas en monedas, liberando de penas en el purgatorio – y otras creencias – a quién las ocultó, gracias a la presencia del «descubridor o conquistador», quien a manos y bolsillos llenos amasaron jugosas fortunas, convirtiéndose en famosos ricachones; otras veces, brillaron por su ausencia, como en nuestra humilde casa.
Al suelo bloques de barro, cañas secas, puertas y paredes en pochote o cedro, al suelo techos entejados, cal y hermosas tapias de adobes. Casi todo desapareció sin dejar huellas de su existencia y utilidad.
Las tejas rescatadas hicieron fila, verticalmente, arrecostadas unas a otras, en rincones de hermosos y amplios solares; a otras las llevaron y colocaron como adornos en casas de millonarios. Por ser tan bellas, a la tecnología no le quedó otro camino que «imitarlas» vistiéndolas de material plástico, esmaltes, cemento y asbesto, pero nunca superadas en textura, belleza, frescura, calidad y tonos oscuros. Así, las botijas como las tejas, fueron moldeadas por manos y herramientas del pasado, tomando la materia prima de la misma naturaleza, el suelo arcilloso que las vio nacer.
La linda y amplísima casa nuestra, también desapareció, nadie encontró botijas por ningún lado, solo quedaron en pie las mentes infantiles repletas de inocencia, fantasía e ilusiones…
La anécdota descrita, ha permanecido por décadas en la familia y ha sido motivo de alegría y diversión entre familiares y amigos. ¿Cuántas historias dejamos de contar?. En estos momentos, no invertimos tiempo ni interés en mostrar los pasajes agradables del ayer, como esta verídica historia infantil, sucedida a dos niños. Preferimos dedicar mucho más tiempo a otras situaciones, alejando la comunicación y el diálogo en las familias. Y de paso, ocultándoles a nuestros hijos y nietos, las raíces de nuestra identidad.
Observación: Del libro DE DICHOS Y OTROS PIENSES, de Ricardo Dávila B, afirma: «al no tener nuestros abuelos bancos u otras formas de invertir o guardar su dinero, optaron por ingeniar lo que para ellos resultaba muy ingenioso: comprar una tinaja, llenarla de monedas de oro, que era la moneda oficial de la época, y enterrarla fuera de la casa o inclusive en algún dormitorio, que para eso los pisos eran de tierra.
También se han encontrado botijas empotradas en las paredes cuando han derribado estas casas. Y sí que han sido verdaderos tesoros, si tomamos en cuenta que el valor de esas monedas, ya es de un valor histórico».
(Publicado en La Prensa Libre, Sección Comentarios, 16 junio 2005.)
(Publicado en «El Alajuelense», La Nación, Secc.Comentarios, 06 al 19 abril- 2001.
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