En infinidad de pueblos han destacado personajes con actividades y oficios que hoy van desapareciendo, hasta quedar en el olvido. Fieles a su constante labor, valerosos ciudadanos formaron sus hogares y contribuyeron a hacer grande nuestra Patria.
Los carretoneros eran humildes trabajadores que en la década de los cuarenta se establecieron en el centro de la Ciudad de Alajuela, exactamente la «parada» estuvo ubicada al costado Oeste del Mercado Central, muy cerca de la Estación del Pacífico, en el puro corazón de la ciudad. A la estación del tren iban a cargar mercaderías y utilizar una pileta grande del lugar para dar agua a los caballos.
Otras estaciones de carretones y caballos estaban ubicadas frente al almacén de Roque González Pol, donde hoy es la estación de autobuses del Pacífico, frente a la venta de materiales de construcción ARPE, frente al depósito de maderas de Nano Loría, en El Carmen, barrio céntrico de Alajuela, cerca de la Carnicería «Chico Chulo»y el Almacén del «Chino Madrigal y otras áreas comerciales alajuelenses.
En todo rincón de nuestros pueblos y barrios, nos topamos con un carretón, con carga o sin ella. Recorrían distancias cortas y largas, incluso, desde Alajuela se movilizaron hasta la Capital. Don «Toto», hoy con más de ochenta y dos años, no olvida a su padre preparando el carretón con una enorme carga de elotes, rumbo a San José. A las siete de la noche emprendía el duro viaje para llegar de mañanita, a primeras horas del día. Increíble travesía, hace varias décadas, por cumplir con su trabajo. ¿Cuánto cobraba por esta travesía? No lo sabemos con exactitud, pero habían tarifas de «seis reales» ( 0,75 céntimos), un colón, un colón con 25 céntimos, según la distancia y tipo de carga.
¿Quién no utilizó aquel vehículo para la carga de materiales de construcción de viviendas, animales domésticos, harina, azúcar, carne, granos, dulce de tapa, maderas, cajas de refrescos, plantas o «chunches» de la casa?. Un cajón con barandas, su caballo y conductor, el conocido «carretonero», fue una preciosa estampa en nuestra ciudad y campos, una ejemplar herramienta de trabajo utilizada por nuestros antepasados.
Para dar una idea del trabajo de estos señores con sus carretones y caballos, en un cajón o carretón, se cargaba «medio metro» de arena o piedra, equivalente a sesenta paladas carrileras o diez sacos de cemento.
Alberto Sibaja Palma (Tierrita) y Jaime Barrantes, (La-
gartija).
Anterior a los carretones, existían varias carretas con yuntas y bueyes, conducidas por los boyeros don Ramón García, Mateo Soto, Tulio Morera y Raúl Alfaro, quienes encontraron la competencia representada en el carretón, el carretonero y el caballo, medios más rápidos y modernos.
Los fundadores del novedoso transporte y gremio fueron: Coca Villalobos, Gato Ulloa, Alberto Sibaja («Tierrita»), Tulio Alpiste, Beto Álvarez, Eugenio Núñez Zúñiga, Luis Córdoba, Porfirio Soto, Los Molina y otros.
La necesidad de organización para defender sus derechos, los condujo a la afiliación a un sindicato, donde libraron grandes batallas en pro de lo suyo, como la «brava» pelea contra el Gran Comercio en poder de Los Turcos, Los Herreras, Los Barrantes e Israelitas, quienes se oponían al espacio ocupado por este importante grupo de trabajadores costarricenses, plantados en los «cien metros de calle», frente a los establecimientos del sector comercial de la ciudad.
El espacio ocupado en la calle por los carretoneros y sus implementos de trabajo, ocasionaban una fuerte competencia en el transporte de sus mercancías porque ellos, los comerciantes, tenían sus vehículos y personal propio para sus usuarios. La otra gran molestia fue la presencia de boñiga y su penetrante olor en sus establecimientos.
Trabajadores y poderosos dueños del comercio y capital local, defendieron sus posiciones e intereses, mientras el organismo sindical sacaba a relucir argumentos y leyes a favor del humilde trabajador, por el sagrado derecho de todo ser humano, un trabajo para vivir con dignidad.
Si la boñiga fue el malestar para unos, no fue problema para los boyeros que traían en carretas el dulce al Mercado Central de Alajuela y otros centros comerciales , utilizando «aquello» como excelente abono al cultivo del café, hortalizas, banano, caña y otras plantaciones. La boñiga sirvió de apoyo o pretexto a la lucha del carretonero.
En el centro de Alajuela estaban tres sesteos o enormes campos abiertos para recibir las carretas repletas con dulce de caña, provenientes de Puntarenas y otros sectores del país. Boyeros y carretoneros alquilaban por veinticinco céntimos los sesteaderos (sesteos) de Pío Poll, diagonal a la bodega de la Estación del Pacífico, el de Chepita Rojas (después pasó a propiedad de la Macha Quesada) donde hoy es la estación de autobuses de «Tuasa» y el de Rafael Aguilar, cercano al edificio actual de los Tribunales de Justicia, lugares especializados para guardar carretas, carretones y más implementos. Además, para «cogollar» (de cogollo, brote de algunas plantas) y alimentar a los bueyes y caballos, tras durísimas jornadas.
Un reconocido cliente de los sesteos lo fue el papá del doctor Aguilera, famoso productor de dulce en Puntarenas.
Un día buenísimo para los sencillos transportistas, era el miércoles, debido a la presencia del tren de las doce, que traía y descargaba el gran lote con chanchos en la Estación del Pacífico, procedentes de Guanacaste y Caldera.
El control de estos inofensivos animales, estaba en manos del empresario alajuelense «Chico Chulo», propietario de carnicerías o o ventas de carne, en Alajuela. Para la ayuda de este control, disponía de la máxima confianza de dos destacados carretoneros, el siempre Alfredo Sibaja, «Tierrita», hombre muy caritativo y «Coca» Villalobos.
El traslado de los chanchitos traía una cruel consecuencia como era la muerte de cerdos a causa del ahogo. Las pérdidas, posiblemente, no eran «gran cosa» para el carnicero y de alguna forma sirvieron para la imaginación de los dos carretoneros, siempre con la astucia por los cuatro costados.
Uno de los tantos miércoles, Tierrita y Coca analizaron la oportunidad de comer a lo rico o millonarios, hasta el ahogamiento, invitando a medio mundo. ¿Cómo lograrlo?
Muy sencillo: tenían la confianza del jefe. Ellos eran los encargados de trasladar los «difuntos» al crematorio, ubicado al frente de la «Fábrica Punto Rojo». Para distraer a su patrón, Tierrita cargaba en el carretón el muerto más robusto hacia su casa; mientras Villalobos a cuestas con el otro hacia los hornos del crematorio. Así burlaron el control sanitario, pretendido por el empresario.
Cuenta la historia, o mejor decir, cuenta uno de estos carretoneros, que en la casa del popular Tierrita se armaba la gran fiesta, la gran comilona de chancho ahogado, convertido en deliciosos chicharrones y «frito». Había cerdo hasta para tirar hacia arriba.
De esta singular idea, los vecinos nada más tenían que traer apetito y buena palangana para recoger las porciones del delicioso animal.
Los carretoneros se distinguieron por su trabajo humilde y honrado, sin estar ausente su tiempo a la diversión. La «fiebre» al fútbol, deporte practicado con el corazón, porque el corazón fue la camiseta defendida a todo pulmón e hidalguía.
Otra diversión hace sesenta años o más, fue la significativa participación en las fiestas famosas del Ocho de Diciembre, en el barrio Concepción o El Llano, en honor a la Virgen de la Concepción. Con la Virgencita al frente, organizaron partidos de fútbol también «a muerte» entre Carretoneros y Carniceros, bajo la conducción arbitral de Antonio Sancho Herrera, «Pichojos», inconfundible personaje alajuelense y juez del pito, reconocido en todo el mundo futbolístico, al menos en Alajuela.
Carretoneros Alajuelenses. De pie: Francisco Luis «Tapón» Barrantes,, Monge,
Juan Luis Villalobos, Changui Molina, Memo Cór-
doba, Nano Ávila (Director de la Banda Alajuela, San José y Grecia),
Rafael Zúñiga.
Sentados: Manuel «Chalán» Contreras, Cervanto, Alfredo Molina,
Núñez (hermano de Eugenio), Mario Molina, Alfredo «Tierrita» Sibaja (con la bo-
la), Joaquín Aguilar, Lulo Zacatera y Jaime «Lagar-
tija» Barrantes. (Hoy, todos fallecidos).
Otros carretoneros ausentes en la fotografía, muy conocidos: Abel «Tuerto» Contreras, Luis Córdoba (hermano de Memo), Carlos «Monita» Portugués y don Eugenio Núñez.
Rumbo al popular caserío, del centro de la ciudad y poblaciones aledañas, desfilaban los carretoneros con sus armas de trabajo, convertidos en carrozas, acompañados de la pólvora, cimarronas, payasos y el personaje callejero alajuelense, simbolizado en la sencillez e inocencia de Jorgito, Nelson, Jalisco, Cuchucho, La Llorona, Moncha Cuita y La Codorniz, aportando más humor y algarabía al ambiente festivo.
Cuentan testigos, la actuación simpática de Pichojos, como árbitro de fútbol. Luciendo siempre una destacada barriga, arbitraba sobre el caballo, vestido con pijama a rajas de colores, incluso, al inocente caballo le hacían adornos que calzaran con la vestimenta arbitral, de ahí su nombre, «El multicolor». Esta acción teatral era un inmenso atractivo para el público quien asistía en grandes cantidades a las plazas del lugar, como Plaza Acosta, Plaza Yglesias y al Estadio de Alajuela, testigos de estos encuentros entre trabajadores alajuelenses. Así, programaron juegos entre Carretoneros contra Carniceros, Carretoneros contra los empleados del Mercado Central, Carretoneros contra los policías, Carretoneros contra los empleados de la Estación al Pacífico y otros sectores organizados en este deporte. Pero no todo fue fiesta y pólvora de turnos.
Algunos trabajos obligaban a más sacrificios y esfuerzo físico. El traslado de arena, piedra y sacos de cemento para las construcciones de carreteras, edificios y casas, como también a los depósitos de venta de materiales, cuyo flete valía «dos colones» el medio metro, es decir, un carretón lleno de estos materiales; el traslado de sacos con ajonjolí desde la Estación del Pacífico a la planta aceitera Garrido Llovera, en el Barrio El Carmen, Alajuela, costado oeste de la plaza, por «quince céntimos» cada saco. Cargar y descargar sacos con papas hacia el Mercado Central y otros establecimientos de la ciudad.
En la actividad de las papas, se destacó uno de los carretoneros, un hombre bajito pero fuerte como «Sansón», el famoso «Chalán», se le veía en sus hombros los pesados sacos, trasladados desde su carretón a los negocios de frutas y verduras en el mercado de Alajuela. Así de duro, ver a estos señores valientes y fuertes llevar los carretones repletos con racimos de bananos, provenientes de Limón, al Colegio María Auxiliadora, donde las monjitas utilizaban esta fruta para la comida de los pobres, porque en esta institución se recibía a la gente más pobre de las barriadas.
Otro de los enormes y duros trabajos fue el cargamento de residuos de plantas y árboles. Una cuadrilla compuesta por siete carretoneros recogió troncos de café, árboles de guaba y otras plantas en El Apagón y La Candela – limpieza que se realizó en esos sectores de Alajuela para la construcción del Aeropuerto El Coco, hoy Aeropuerto Internacional Juan Santamaría – hacia lo que hoy es Pueblo Nuevo.
En esta tarea, participaron carretoneros muy alajuelenses: Tierrita, Los Panchos, Los Zetillas, Monita, El Conde de Montecristo, Los Alpistes, El Tuerto Contreras, Coca, Changui y Chalán, apodos muy conocidos en el ambiente carretonero y en los usuarios, que de seguro ignoraron sus nombres certificados en la pila bautismal y Registro Civil, debido a la chispa «manuda» (así son conocidos los habitantes de Alajuela), especialista en erradicar el nombre de las personas, por esa forma simpática y original, tomando en consideración algún defecto físico, herencia familiar o procedencia de la víctima.
Chalán, tenía su buen humor. Los niños y adultos esperaban la presencia de este señor carretonero con su carretón y les pedían aplicar varias marchas, como si se tratara de un automóvil. Con la rienda, daba algunas señales o toques al caballo, quien entendía y complacía a la audiencia. Así el caballito, hacía sus movimientos, lo que causaba mucha risa y simpatía.
Para funcionar legalmente, cada carretón debía pagar un impuesto por concepto de circulación, o sea, «dos colones» al año ante la Municipalidad de Alajuela, otorgando ésta una placa metálica numerada con la inscripción «Tradición Animal», similar a las usadas en bicicletas. Por ejemplo, a don Juan Luis Villalobos se le adjudicó la número «190», recuerda su hijo «Toto», quien dice, se crió junto a caballos y montado sobre carretones.
Otro requisito era portar «Licencia de Carretonero», allá por el año mil novecientos cuarenta y uno. En el documento se consignaba datos importantes de identificación, a saber, la firma y nombre del conductor, fotografía, nacionalidad, color de la piel, cabello y ojos. Además, el número de licencia asignado, domicilio y firma del Director General de Tráfico, como se llamaba hace más de sesenta años.
Con este documento legal y placa, les daba derecho circular con libertad; eso sí, expuestos a recibir denuncias, multas, partes, como los otros vehículos, ante la oficina local del tránsito. ¿Quién y por cuál razón el ciudadano tenía derecho a una queja o protesta ante las autoridades?
Una señora de la ciudad fue alcanzada por la rueda del carretón, llena de aceite, manchando su traje. Tomó los datos consignados en los documentos legales y expuso su queja, al comprobar el mal estacionamiento del carretón a la orilla de la acera.
En otro caso sonado, don Candelario Araya, fue al Tránsito a manifestar que el caballo del carretón placa «210», había mordido su camisa. Así, otros casos, como no respetar la señal de «alto», estar atravesado en media calle, conducir con los efectos que brinda el licor, utilizar un caballo enfermo o golpeados, propio de muchos trabajos donde el animal estaba expuesto a trabajos muy duros, como bajar y subir una pendiente cargado de leña, arena y otros materiales.
Esta inspección la hacía una doctora de apellido Calderón, de la Protectora de Animales, quien no era de la simpatía de los carretoneros porque en varias ocasiones sacaba de circulación un animal con problemas de salud, labor que hacía personalmente en la estación, revisando caballo por caballo.
El dueño del vehículo, generalmente, adquiría el «mejor caballo». Compraba a lo seguro el mejor animal y para esta elección acudía a la Plaza de Ganado en Alajuela (hoy el centro educativo Instituto de Alajuela). Allí estaba el especialista en esta materia, don «Men» Quesada quien traía lo óptimo, los mejores ejemplares nacidos y criados en la pampa Guanacasteca, como de Guanacaste era él. A noventa colones cada caballo, hasta a pagos de un colón por semana, según el cliente. Imaginamos que don «Men» no tenía que correr detrás del comprador de «fiado» y a «pagos» para recibir el dinero. Con un pelo del caballo, se honraba el trato y así quedaba en firme la casta del caballo y la palabra del hombre.
Antes, caballo y carretón, es decir el apero, su precio oscilaba en trescientos cincuenta colones y un juego de arneses confeccionados por el talabartero josefino «Yallán», sesenta colones. El personaje capitalino, por la fineza en su oficio y honradez, era muy conocido por los hombres del carretón.
El machete de los carretoneros fue motivo, además, para la diversión y entretenimiento de los niños, hace un puñado de años. Niños descalzos con pantalón corto, esperaban la pasada del carretón por el barrio para guindarse en la compuerta y barandas, con el consentimiento o buena regañada del conductor; generalmente la gritería de los niños causaban susto al caballo al tener presente tanta bulla y brincos, sin faltar las protestas de nuestros padres y abuelos, por aquello de alguna caída y raspón.
Muchos carretoneros detenían la marcha para subir a los niños y complacerlos con «una vueltita y hasta la esquina», disfrutando del tranquilo paseo gratuito, agarrados a la baranda o sentados en el cajón. Otras veces, bien sentados al lado contrario del conductor, en la «tablilla», lo que hacían con mucho entusiasmo y cuidado. Y es que no existía tantísima desconfianza y maldad, como en estos angustiosos tiempos, donde el niño es presa fácil del corrupto o sinvergüenza.
El constante transitar del vehículo sobre la piedra suelta, tierra y pavimento, despedía un sonido agradable, producto del caminar pausado del caballo y el contacto de las enormes ruedas construidas en madera, protegidas por el poderoso aro de hierro, bocina y rayos. Aquellas ruedas parecían hechas para triturar la piedra; a la vez, las huellas de cascos y aros – fabricados en el taller del alemán Mariano Struck – denunciaron la presencia del popular instrumento en nuestra ciudad y caseríos.
Hoy, en las ciudades no escuchamos el crujir de la madera ni el sonido del aro metálico; no escuchamos el paso del caballo ni las griterías de los niños, menos la protesta del comercio por las boñigas malolientes; todo reemplazado por la inundación de motorizados, alarmas, semáforos, tensión, borrachos en el volante, accidentes, huecos, y, para variar, la imprudencia del conductor de autos y peatón en nuestras calles y avenidas.
En el libro histórico de nuestra Alajuela, quedó escrito el recuerdo del caballo y su guía el Carretonero, la licencia, el carretón, las riendas, el bridón, la tajona, collar, sillón y alitranca.
¡ Los carretoneros con su trabajo y humildad, hicieron historia!
Testimonio oral: Oscar «Coca» Villalobos, carretonero.
(Publicado en La Prensa Libre, Sección Comentarios, 02 dic. 2002).
(Publicado en La República, Sección VECINOS, 21 enero 2001. Pág. 4).
Don Coca Villalobos (Foto 14 enero 2019,
con 90 años de edad)
Datos tomados de comentarios en redes sociales (fb).
Carretoneros alajuelenses: nombres o apodos.
Jorge Zúñiga Cháves
«Aeropuerto»
«Tulio», murió atropellado por vehículo, junto a carretón y caballo. Ambos fallecieron.
«Delfín», de San Rafael de Ojo de Agua. Repartía pan.
Onofre Villalobos
«Citineo» (no muy claro este sobrenombre)
Don Jorge, de Los Higuerones de Alajuela
«Chizo», primero con un carretón o volanta en el Parque del Agricultor (por Aeropuerto, Alajuela)
«Mano e’ mica»(Edwin Molina, le dicen «Mano e’ Mica»). Foto en mi escritorio, publica su hija Mary Salazar.
Chino Zacarías Quirós, El Carmen de Alajuela.
Tulio, Álvaro y Franco, El Carmen de Alajuela.
«Don Chon». Desamparados de Alajuela
Mariano Quirós, transportaba, especialmente, maderas de los aserraderos a construcciones.
Manuel Acuña
Don Joaquín Aguilar
Don Filio
Don Rafita
Filiberto Rojas, transportaba carbón y otros artículos.
En Volantas, con ruedas de hule, similares a los carretones:
José María (Chema), el famoso «El lechero», de Guadalupe, Alajuela.
Don Chepe, del Corazón de Jesús, barrio, o muy conocido en este lugar.
«Cascarilla», de Tuetal, Alajuela. Vendía verduras por los pueblos.
Fernando González Ovares
Omar Sibaja
Toño Quirós
Algunas anécdotas comentadas por vecinos:
«Tiraban bolsas de agua y orines humanos a a los «pleiteros» callejeros»
«Sabían muchos chismes políticos y cuenteretes que resultaban hasta en separación
de matrimonios».
«Alpiste era famoso por su trabajo con el carretón; además, pintaba los caballos para dar otra apariencia
al animal, cuando hacía algún negocio de venta. También, pintaba aves como las «chorchas» que más eran tijos o yigüirros».
«Monita transportaba materiales de construcción. Muchas veces después de la primera carga, tenía que buscar al caballo porque salía corriendo al sentir que venía la segunda carga…»
«Un tío mío, usaba un «carretón de taxi» que lo llevaba a su casa cuando se pasaba de licor»
«Los carretoneros llamaban por su nombre a sus caballos, uno se llamaba «Somoza».
«Monita, así le decían a un carretonero, tenía el carretón mejor cuidado, sus arneses siempre impecables, igual los broches de bronce que parecían de oro. El caballo brillaba de limpio y bien alimentado».
«Los Soto de Villa Bonita eran grandes domadores de caballos…»
«La Municipalidad de Alajuela, exigió ruedas de llanta (hule) para evitar el deterioro de las vías, algunos no cumplieron…»
«En el borde de aceras se instalaban argollas de acero para sujetar carretón y caballo…»
«Dicho muy popular en Alajuela: «Usted está más flaco que los caballos de Alpiste».


Muchas gracias por este mensaje y otros similares, recibidos recientemente. El autor.
Lo leí y lo releí. Qué reportaje más hermoso. Yo era uno de los chiquillos que me derretía por subirme a un carretón.
Muy amable, don Gerardo. También me encaramé en estos hermosos vehículos. Admiré el trabajo de estos humildes señores. Mi abuelo me dijo por lo menos en una ocasión: «vaya a la estación de carretoneros y busque a don Ismael, dígale que venga a transportar unos chunches»…de paso disfrutaba de un enorme paseo desde el centro de Alajuela hasta el Barrio La Agonía.
Don Gerardo, cómo llegó a esta historia?
A raíz de un comentario reciente en el periódico La Nación sobre carne de equino, busqué »Expendios de carne de equino en Alajuela» y la palabra equino me llevó a este tesoro. Cada vez que tenga un chance seguiré leyendo sus otros reportajes. Felicitaciones de verdad.