Tomado de la vida real…
Llegaron de otra nación. La hospitalidad y solidaridad de nuestro pueblo, les permitió un pedazo de tierra para establecer sus vidas, tierra sin guerras, con el abrigo de un pueblo trabajador y amantes de la paz. Tierra pacífica especial para plantar sus aspiraciones y la oportunidad de ganar el pan de todos los días. Agradecieron y amaron la Patria acogedora, la respetaron. Su presencia con trabajo y esfuerzo, abonó nuestro suelo.
La viejecita del barrio que los vio llegar y disfrutar de nuestra hospitalidad, nos cuenta el camino desviado de uno de sus cinco hijos, años después de contactar con nosotros. En el amplio corredor de la casa, adornado con preciosas plantas, recuerda la triste historia del hijo mayor, Ernesto:
«Ernesto, mostraba con orgullo su cuerpo atlético, manos grandes, puños y piernas fuertes como el hierro, cabello negro, rizado, piel oscura, de buenos sentimientos. Éste, conoció a Esperanza, vivió enamorado de la joven de piel blanca, ojos negros, muy humilde, trabajadora.
Unieron sus vidas no por muchos años…
Ernesto cae en el olvido de las enseñanzas de sus viejos; desvió el camino del amor, convertido en otro ser diferente hasta cambiar el trato hacia su amor. La vida de Esperanza se enfrentó a una verdadera pesadilla; el amor de años anteriores, decayó por completo. Su fuerza física y palabras fuertes cayeron sobre la vida tranquila de Esperanza, mujer siempre vestida de paz y amor, como su Patria.
Fue empujado al sendero marcado por el alcohol y pleitos callejeros.
Vida ingrata en Esperanza, con heroísmo trajo un nuevo ser. El pueblo lloró alegría al sentir en sus venas la nueva vida y admiración por ella, heroica mujer.
El niño, desde su nacimiento hasta los dos o tres primeros años de vida, sintió el peso del dolor, junto a su madre. No soportaron tanta presión y desesperación. Esperanza tomó la decisión valiente. Abandona a Ernesto. Él, desdichado, se aleja del pueblo, marchando a otros lugares de nuestra tierra. Al regresar, reanuda la crisis, con solo estar allí. El niño con edad para asistir a la escuela, le afectan los primeros años de vida, llenos de tensión. Asistió a la escuela, ya con mucha inquietud y temor…»
La viejecita, sigue contando con mucha nostalgia:
«…la gente del barrio continúa sufriendo la inquietud del hijo y madre. Emilio, ya estudiante, asiste a las aulas de estudio, acompañado no únicamente con sus cuadernos, lleva un inmenso temor de salir a la calle y desprenderse de la mamá, incluso, para llegar al centro de educación, jugar en las plazoletas o relacionarse con los niños de la misma edad. Esta etapa en su vida, fue muy difícil, nunca sufrió maltrato físico de su padre, sí, lo psicológico; sin la intención de su padre en persecución ni nada parecido, la fama del hombre en la calle por su fuerza física y sus aventuras, minaron la tranquilidad de Emilio y Esperanza.
Siempre huían ante la mínima presencia de Ernesto. Recuerdo aquella imagen transformada que les causaba un gran temor. Era normal, casi a diario, las escenas angustiosas. Juntos, al ver o tener aviso de su persona cerca de ellos, tomaban la casa como trinchera para proteger sus vidas.
Sentían el temor más grande del mundo. Ventana y puerta – confeccionadas en gruesa madera – fueron reforzadas con picaporte y un tablón de lado a lado, a lo ancho de la puerta. Nunca faltó el cajón o mueble atravesado en la entrada como un punto de apoyo para evitar el ingreso, así lo sintieron siempre; aunque Ernesto, nunca movió un dedo por invadirlos. Mejor dicho, prisioneros, imaginaban la demolición de la vivienda, tanta la angustia y temor.
Él, Ernesto, observaba la huida hacia el refugio de adobes y madera, mientras al otro lado cuatro ojos miraban por alguna rendija dejada por la ventana y puerta; terrible inquietud y desesperación permanecieron en el corazón y mente de madre e hijo, ante la fama y fortaleza física del hombre. Más tarde, muy tarde después, la puerta se abría, tímidamente, con el temor de hallar aunque fuera la sombra de la persona en el exterior de la casona.
Tiempo y angustias no cesaron…
Mientras eso ocurría en la trinchera, las andanzas del hombre eran más visibles. Obtenía grandes triunfos en pleitos callejeros, mientras sus puños y piernas de hierro no desmayaban…eran casi invencibles. Muchas veces fue detenido por autoridades del orden público, esposado, golpeado a culatazos y garrote, encerrado en los calabozos.
Emilio y Esperanza conocían esta violenta realidad…
Un día, a cien metros de la casa, sobrevivió a una lluvia de balas. Un encuentro más con la violencia y casi con la muerte. Ubicados uno frente al otro, separados por solo ocho metros, alguien pronunció su nombre…¡Ernesto!. Las manos temblorosas activaron el arma de fuego disparando dos o tres veces, una perforación en su cuerpo y los otros quedaron grabados en un muro de cemento, como testigos de tal aventura que movilizó a autoridades y pueblo. Y aterrorizó más la vida en la heroica madre y su hijo. Esto hace más de seis décadas, en el año mil novecientos cincuenta y cinco (1955).
En esos tiempos, al que activó el arma se le aplicó el Artículo 705 del Código de Procedimientos penales, por delitos de lesiones a su contrincante y «encarcelado a seis meses de prisión con la suspensión de cargos y oficios públicos, privación de sueldos y suspensión del derecho al sufragio, derechos que recupera una vez cumplida la condena». En los archivos judiciales, quedó escrita parte de esta historia real…»
Años más tarde, todo llegó al final…
Una noche de mayo, Emilio sintió que el corazón le hablaba. Expresó a su madre que el cielo estaba triste, lleno de misterio, que nada movía ni una hoja de los árboles. Sentía muy incrustado en su mente, algún presentimiento. «¿Por qué el cielo estaba tan llenos de piedras?», preguntó a sí mismo y a su madre.
Al día siguiente, en las primeras horas de la mañana, un grupo de gentes del lugar llegó a la casa de adobes, manifestando la noticia de una muerte. Sí, de una muerte que se veía venir en cualquier instante y en forma violenta.
«Lo mataron, lo mataron, Ernesto ha muerto», decían. «Sí, en un pleito callejero quedó tendido, la noticia corrió por todos lados».
Uno del grupo abrazó a Emilio. Sus ojos brillaron. «Vamos donde su padre», le dijo. Puso resistencia, tenía temor. Su cuerpo vibró en escalofríos. Esperanza miraba a su hijo, no aguantó el dolor y de sus ojos brotaron miles de lágrimas.
Recuperada a medias, abrazó más a Emilio, le dio valor y algo de sus propias fuerzas.
La gente que llegó con el aviso, acogió al joven de casi quince años de edad. Lo llevaron ante el féretro. Frente al cuerpo inerte, lloró más, oró, con mucho temor tocó su cabeza y apresurado se fue en busca de Esperanza. Aún sentía escalofríos por todo su cuerpo.
Ernesto, por última vez, pasó frente a la casa. Mucha gente lo acompañó. Al pasar el desfile fúnebre la gente miraba la estructura de adobes y madera, visible con un lazo negro en la puerta. Esperanza, muy triste, miró a la gente, sin apartar a su hijo, caminando pensativo, con la mirada puesta en el suelo, rumbo a la morada final de su padre…»
Esperanza y Emilio continuaron sus vidas. No olvidaron el sendero doloroso del pasado, mientras sus miradas apuntan – no a través de las rendijas – al mañana, a un mañana sin violencia y temores…»
Ya han pasado más de seis décadas. Hoy, no está con nosotros la valerosa pareja quien plantó la familia en nuestra tierra, no está la viejecita de la historia…ni Ernesto. Hoy, parte de esta historia real, queda escrita en estas líneas.
Ellos están compartiendo la Casa Celestial y presencia del Creador…
Conclusión:
Esta dura historia sucedió hace más de seis décadas, mas es vigente porque cientos de casos han repetido con saldos más dramáticos y trágicos, donde la mujer y sus hijos se enfrentan a la fuerza desbordada de su pareja; ésta, envuelta en la violencia verbal y física, producida casi siempre, por la influencia de las drogas, la fuerza corporal y el machismo, elementos que conducen al ser humano a actuar sin control, generando grandes tragedias e injusticias en los hogares nacionales y en cualquier sociedad del mundo.
Ante este ejemplo de dolor y temor que enfrentaron madre e hijo, hoy abundan dolorosas realidades en nuestros hogares, de ahí que debemos hacer un ALTO, hacer conciencia e impedir la agresión de todo tipo a nuestras valerosas mujeres y sus familias.
Hoy, lloramos la muerte de muchas mujeres e hijos. Si no paramos esta carrera violenta en nuestros hogares, mañana será muy, muy tarde…
Excelente historia, Josè Manuel, esta terrible enfermedad del alcoholismo; còmo ha destruido vidas a travès del tiempo.