Archivo para enero 2009

Festejos al Santo Cristo Negro de Esquipulas, nuestro patrón   2 comments

En tres localidades de nuestra tierra costarricense está presente. En el Cantón josefino Alajuelita, en Santa Cruz de Guanacaste y en el barrio La Agonía de Alajuela.  Es el Santo de “piel oscura”, negrito, el Santo Cristo de Esquipulas, Patrón Religioso de la Parroquia del Santo Cristo de La Agonía y nuestra comunidad.

En Alajuela, dice la historia, una señora de este pueblo halló en forma accidental un “Cristo Negro” ubicado en la hornacina del Altar de San Rafael, sucio, negro, abandonado,  con dos dedos rotos y con la cruz quebrada, en 1912. Cristo Negro

Cristo Negro

Con este hallazgo, nació la devoción en la Iglesia La Agonía. Cinco años después, el 15 enero 1917, es reconocido como Patrono del Templo, gracias a la insistencia de aquella señora al rogar a las autoridades religiosas, junto a otras damas, quienes corrieron a curar las grandes heridas, ante el carpintero de la localidad.

Ya como Patrono Oficial, una procesión recorrió las calles de la ciudad. Se lanzaron juegos artificiales, música, misa en el Altar Mayor de la iglesia, con visitantes distinguidos del Clero, autoridades civiles y militares de toda la República, una gran actividad con mucha devoción, fe, alegría y paz en todos los corazones de la población.

Hoy, varias décadas han pasado, la comunidad alajuelense cuenta con varios testigos quienes participaron, posteriormente, en muchas actividades dedicadas en su honor. Donaron su esfuerzo, muchísima unión y colaboración desinteresada en organizar las fiestas patronales y actividades religiosas, cada quince de enero.

De ellos, captamos sus palabras, su emoción, sus inmensos recuerdos,  el testimonio vivo para elaborar estas líneas.

El día Quince de Enero se estableció la fecha religiosa para celebrar la existencia del bello Santo.

La iglesia, su plazoleta (hoy un parqueo para automóviles y jardines), calles y aceras del cuadrante, se utilizaron durante ocho o más días festivos. Espacios ocupados por “chinamos” dedicados a la venta de variadas y ricas comidas, dulces, juegos mecánicos, magia, trucos, loterías, bingos, música, actos culturales, pólvora, confeti, mascaradas, juegos para niños y adultos, repostería, frutas, recolectas, cenas y otros. No quedaba espacio libre, únicamente para caminar y compartir con amigos y familias enteras.Mascaradas

Mascaradas en La Agonía.

La visiónPintura anterior del espacio para estas actividades, no es tan lejana en el tiempo, ya estaba presente la edificación actual del monumento religioso, sin enormes muros, alambres navajas y verjas a su alrededor; al inicio, cuando la ermita era más pequeña y sencilla, de nombre El Calvario, construida su frente con un material metálico, paredes de adobes,  el piso en ocre, al frente un largo pretil o asiento para el descanso y disfrute de momentos de paz y meditación, el púlpito muy diferente a lo de hoy, lo mismo el confesionario donde solo se escuchaban ambas voces o regañadas del sacerdote, misas en latín, el templo era también nuestra casa; la plazoleta ofrecía mucho más espacio para estas lindas actividades populares, allí estaba la cocina de leña (de hierro) y el anafre, listos para los tamales de cerdo y pollo, carne asada, salchichón y otras comidas; también el comedor, confeccionado con cañas bambú y otros implementos; tanto espacio que daba albergue a carretas con las donaciones del pueblo, repletas con leña y más artículos.

El Calvario. Pintura de Manuel Arroyo Soto.

 A su alrededor, habían casas de madera y adobes, habitadas por gentes nobles.  Don Pío Soto, Ismael Fuentes, doña Dolores Saborío, Carmen Sánchez,  doña Tiva Fallas quien fue la tía de Calufa, don Onofre Villalobos, Agustín Bravo, doña Hortensia,  Tino Montenegro, Los Hidalgos, José Barrantes,  don Paulino Soto y Bolivia, Las Porras, Los González, don Horacio Chávez,  Elías Soto,   vecinos de siempre del Barrio La Agonía , en su mayoría fieles devotos.

La versión de una vecina del lugar, nos muestra con sus palabras cómo vestía la gente. Gente descalza, los hombres con cuchillo a la cintura, un hermoso pañuelo de lindas “chinillas”, cubriendo su cuello. Sombrero de “pitilla”, para salir a las fiestas, el “fieltro”, en las cabezas de gentes con más dinero y el conocido sombrero de  “lona”, para las duras faenas en el campo. Camisa manga larga, en manta y chinillas, lo que antes llamaban “cotín”,  pantalón mezclilla. Esto en los hombres.

Las mujeres, jamás con pantalón, descalzas, arrastraban su enagua, especialmente las señoras. Para asistir a la iglesia, usaban “chalinas” (similar a las bufandas) las más jóvenes; las de más edad, siempre con toallas de crespón, color negro, bordadas en las orillas, tapando su cabeza, hombros, hasta cubrir  o cobijar sus brazos.

Testigo era su  padre, don Anselmo, vecino de Río Segundo de Alajuela, viajaron a pie, larga travesía, por caminos difíciles, con la sana intención de disfrutar de las perseguidas fiestas y la presencia de su santo negro, para dedicarle una “velita” o comprar las “cintas” a cinco céntimos, cintas que antes de venderlas tocaban el cuerpo y cruz de la imagen;  el camino empedrado o con lodo para llegar era lo de menos, lo importante estar presentes en las procesiones, apreciar el Cristo en andas, con la presencia de muchos fieles, llenos de fe, sin estar ausente el tamal con aguadulce o café.

El templo no tenía muchas imágenesCASITA DE ADOBES TEJASs, doña Adilia, señora de noventa y tres años, desde niña conoció las dos imágenes del Santo Cristo, la grande y la pequeña, a la Vírgen del Socorro y la de Santa Ana. Desde que tiene uso de razón, visita La Agonía, especialmente en sus misas, procesiones, rosarios y fiestas. ¡Qué hermoso nuestro pasado!

Varios aspectos contribuyeron a esta participación en masa, por ser una comunidad más desarrollada,  un desarrollo superior a otros por estar ubicado casi en el corazón de la ciudad, por ser un pueblo tranquilo y sano como todos en esa época.  Además, porque  otras comunidades eran más pequeñas, más lejanas, con poca población y tener el privilegio de poseer la Casa Sagrada habitada por el Santo Negro. Era el centro de fiestas y alegría conocido por todos los habitantes de Alajuela y alrededores.

Hermoso es destacar la participación del pueblo campesino, el pueblo pudiente o de más dinero y tierras y el de menos recursos económicos, pero todos con el mismo fin, el de ayudar a la iglesia, sin importar su posición económica, coincidiendo en sus creencias católicas, muy incrustadas en la mente, alma y corazón.

 Todos, unidos, con importantes donaciones económicas, materiales y trabajo voluntario, dedicado al Templo y sus santos.

Por ser netamente campesinos, los aportes eran su propia producción, sus cosechas obtenidas de la bendita tierra. Maíz en tuza, verduras, flores de itabo,  leña, dulce de caña de azúcar, frutas, plantas ornamentales y medicinales, madera en tucas,  animales domésticos (cerdos, gallinas, terneros), café y frijoles,  transportados en fuertes carretas, tiradas o “jaladas” por bueyes conducidas por sus boyeros, desde Carrizal, El Llano, El Brasil, San Pedro, San Isidro, El Cacao,  San Antonio de Belén,  Santa Bárbara (vecinos heredianos) y de otros puntos cardinales de  la provincia alajuelense. Carreta

Las lindas  y útiles carretas, estos hermosos medios de transporte para personas, animales y artículos varios,  hacían los viajes por caminos llenos de barro y piedra, se ubicaban en el costado Sur (no estaba construida el ala  o salones de actividades), en la calle Este que hoy conduce a Villa Hermosa y detrás del edificio religioso y otros puntos,  esperando el momento para la donación, por aquello del orden y control. Los bueyes portaban en las puntas de sus cuernos o cachos,  billetes de cien colones, dinero que el donante depositaba para la misma causa.

En la propiedad de don Pío Soto y Evangelina (Lola) Sibaja,  fundadores de las Fiestas al Santo Cristo, sesteaban los bueyes y caballos, algunos procedentes de San Antonio de Belén y otros sectores, mientras sus dueños asistían a las  alegres actividades. Hoy, esta propiedad es netamente comercial, con librerías, computadoras,  centros de belleza, pizzas, zapaterías y supermercados.

Ya con los artículos contabilizados, se procedía al famoso momento del “remate” a la mercadería obsequiada para convertirla en dinero, elemento útil al mantenimiento y nueva construcción de la Casa del Señor.Carreta

“Una carretada de leña tenía generalmente un costo de siete colones, hace un montón de décadas”, detalla don Enrique Soto Sibaja. Conocía estos precios y movimientos económicos porque, junto a don Juan Muñoz Parreaguirre, conocido en la Iglesia y en el barrio con el mote de “Juan Burro”, eran los encargados oficiales de los remates.

Trepado en la carreta, sobre la carga de leña, su voz se escuchaba por todos lados:

   “…siete pesos, a la una…

siete pesos, a las dos…

siete pesos, a las tr…”

A los remates no faltaba un señor  muy conocido llamado don Ignacio Barrantes, quien siempre compraba “dos carretadas de leña”, por el valor de diez colones cada una.

No habían terminado don Enrique y Juan Burro de decir “a las tres”, cuando se alzaba la voz de este caballero: ¡“Diez colones por la leña”!

Eran campesinos, posiblemente, en mejor posición económica, amigos de lo espiritual, de las buenas obras y solidaria con las gentes, deseosas de colaborar en todas las causas nobles. Así, o más “desprendido”, era don Maximino Zamora, no conocido por un apodo, sino por lo “platudo”.

En los remates daba cincuenta colones por carretada de leña; no compraba la carreta, los bueyes y hasta al boyero, porque no quería o le sobraban en su propiedad. Es más, después de adquirir el montón de leña,  la donaba para que la iglesia siguiera ganando. Y por si fuera poco, don Maximino era lo “máximo” porque donaba carretas cargadas con arena para la construcción de obras en la edificación religiosa.

Para todo estaba presente el pueblo trabajador, hombres y mujeres. Las chorreas para la construcción eran voluntarias, todos anhelaban el mejoramiento del centro de oraciones u otra casa más amplia y segura. Don Pío Soto, junto a otros alajuelenses, traía la piedra y arena desde el Río Ciruelas, en carretas. Otros, desde los tajos en San Antonio de Belén.

Dice la historia que la primera chorrea fue la azotea izquierda, de 71 metros cúbicos. El sacerdote Basilio Bertólez acarreo en un camión de la comunidad, materiales de construcción. Los Padres Redentoristas enviaron un comunicado, por conducto de un hoja suelta o volante, solicitando la colaboración del pueblo trabajador, por un día de trabajo.  En el mensaje se ofrece como pago, cafecito bien chorreado, almuerzo y comida; mientras a las mujeres se les solicitó  traer platillos típicos, tamales, tortillas y otras comidas. Se estableció el Dos de Agosto (1937), Día de la Patrona de Costa Rica, para iniciar los trabajos.

Quinientos obreros  con sus palas, picos, cucharas de albañil, carretillas, dijeron presente para construir la Casa de Dios y veinticuatro horas después, concluyó el trabajo con un gran triunfo.

Es interesante destacar, el accidente que sufrió un obrero llamado Jorge, al caer con el carretillo desde la primera planta del edifico en construcción. Fue un milagro del Santo Negro porque no le sucedió nada, de ahí nació el apodo de “Chizo” y éste siguió en sus labores junto a su hermano Basilio y compañeros de trabajo, como si nada.

Bueno, volviendo al tema de los remates. Y don Enrique Soto y  Juan Burro…¿Qué ganaban con su participación tan importante? ¿Acaso por sus manos no pasaban los billetes y monedas? ¡Por supuesto que ganaban mucho! Mucha satisfacción por colaborar con todas las actividades del templo y su linda comunidad. Se ganaban el apoyo de la gente, de los sacerdotes, del mismo Papa,  del negrito de La Agonía quien nunca dejó de iluminar los pasos en sus vidas, por su honradez y sacrificio.

Carlos Cavero

También ganaron con el sudor de sus frentes, el almuerzo y “vinito” que el Padre Carlos Cavero les daba en señal de agradecimiento por sus generosos servicios.

El Padre Cavero fue el “alma” de esta tradición, junto a valerosos compañeros españoles como el Hermano Jorge Gil, dieron ejemplo de trabajo y honradez.  Con este claro ejemplo y el apoyo incondicional del pueblo costarricense, el Santo Cristo no podía quejarse por nada. ¡Así era la gente de antes! Personas millonarias en satisfacción y fe.

Otros sacerdotes de la Iglesia La Agonía pusieron cada uno un granito de arena en estas celebraciones y progreso en todo aspecto. Don Enrique los nombra:

«Heraclio Hermosillo, Miguel Reimóndez, Juan Azcona, Pedro Castro Valderrama, Pedro Del Palacio, Perfecto Crespo, Baldomero Del Pozo, Antolín Vindas…»

Otro de los grandes puntos de atracción de las Fiestas al Santo Cristo de Esquipulas, era el visitado «bingo» de don Enrique Soto, ubicado en la esquina sur-oeste de la plazoleta. Con “cinco colones” se podía ganar muy buenos premios en dinero. El cartón de bingo se inició a diez céntimos, luego pasó a veinticinco céntimos hasta llegar a cincuenta céntimos (“un cuatro”, como decíamos hace muchos años).  De las ganancias, el señor Soto donaba dos mil colones a la iglesia.

Una anécdota sale a relucir. Un día se le “metió el agua” a un alto funcionario del Resguardo Fiscal tomar la decisión de  prohibir la actividad de los “cartoncitos y el maíz”, debido a la denuncia de un propietario de bingo, establecido en la plazoleta. El argumento decía que el bingo de don Enrique le hacia daño por la competencia, a tan poca distancia. Claro, una competencia muy significativa porque el visitante obtenía mejores premios, mayor comodidad, menos tumulto de gente alrededor, menos bulla y bajo techo.

La acción del demandante y la Autoridad molestaron a don Enrique y a la población: “Arrieros somos y en el camino nos encontramos”, sentenció con firmeza a la autoridad.

Por asuntos políticos de esa época, aquel funcionario de “alto rango” fue a parar a la cárcel. El “arriero” Soto, con la ayuda del Gobernador de Alajuela, movió todos los “hilos legales” para liberar a la autoridad mencionada. Y es que la filosofía del señor de los cartoncitos es pagar con un favor cualquier daño que otro semejante saque por ahí. “Un daño lo pago con un favor”, es su práctica.

Tal fue la sorpresa que el recién liberado, lloró de alegría y emoción, ante la actitud del compatriota alajuelense. Reconoció…“cierto, todos somos arrieros del mismo camino…no pongamos obstáculos a nuestros hermanos”. Una gran lección para todos.

Menciona don Enrique, los conocidos “Títeres” o marionetas manipulados por don Amado Arroyo y sus hijos, en el salón Comunal o Parroquial de la Iglesia. Aquí se instalaba el escenario y por una «Peseta» al principio y por un «Cuatro», después, disfrutamos sus presentaciones. En la última ventana del gran salón, una marioneta o títere anunciaba las funciones. Además, dos parlantes grandes o megáfonos daban el anuncio de los horarios, dedicada a niños y adultos. En los intermedios, no faltó la “musiquita” siempre una gran molestia a don Enrique porque, según confiesa, don Amado no tenía otros temas diferentes a “Que se mueran los feos, feos”, “Decime papa Ito” y “El alacrán, cran, cran, ayy me va picar”.

Estas piezas de moda hace un montón de años, las tenía a menos de treinta metros de sus oídos; además, interrumpían el dictado de los números salientes en el bingo y loterías. No quedaba más camino que aguantar aquel martirio durante los ocho o quince días dedicados a los festejos. Por ser don Enrique un “arriero” permitió la labor de don Amado y sus espectáculos de hilo, trapos y maderas, sus títeres. Todos estaban en sus quehaceres para lograr una “entradita económica” a sus hogares y colaborar con la Iglesia. Don Amado Arroyo también formaba parte de los arrieros alajuelenses.

Fuera de las instalaciones del templo y plazoleta, fue evidente la presencia de los centros dedicados al expendio de licores o “guaro”, siempre con buena clientela. La pulpería y cantina de Nayo Bravo, se llamaba “Cantina El Palmar” con un lema escrito con letras grandes en la pared de adobes: “De la boca, ni hablar”. Esto era un mensaje de Nayo, el lema de la cantina. No daba ni una “boca” al adquirir el trago de licor. Sí tenía en un vaso grande de vidrio, muchos confites en forma de pescado y decía a la clientela: «Aquí tienen boca de pescado».

 “Diay, Nayo, y la boquita  ¿qué?”,  preguntaban los clientes.

¡Carajos, sepan leer o interpretar, carajos ignorantes, en la pared dice que de la “boca ni me hablen, para la cantina solo tengo guaro, confites y maní”. Sí mostraba un vaso grande de vidrio, muchos confites en forma de pescado y decía a la clientela: «Aquí tienen boca de pescado». Era el buen humor del alajuelense, entre tantas fiestas, comida y algodones de azúcar, al otro lado de la cuadra.

Al frente del templo, “La Bohemia”, desde su interior se podía observar bien la hermosa edificación pintada con rectángulos color pastel, porque está casi de puerta a puerta con el centro religioso, hasta se puede oír misa y observar los sacerdotes y fieles, mientras se pide una boquita de chicharrón, carne con arroz, una sustancia de pollo u olla de carne.

El barrio La Agonía con mucha tranquilidad en la zona de estas actividades y en general por cualquier punto de la ciudad, no era tan dramático salir a la calle y dejar la casa “sin una alma”. En los festejos, especialmente en los centros de licor, aparecían pleitos callejeros, escándalos y sustracciones a lo ajeno, pero muy diferente a estos tiempos tan convulsionados.

Años después a los de don Enrique, doña Carmen Cordero indica que a su papá don Eberto Cordero Ramírez, la iglesia le encomendó la organización de las fiestas al Santo Cristo.

Una de sus actividades fue, junto a 2 ó 3 fieles, la recolección de donaciones económicas y en especies lo que se empleaba a las necesidades del centro de oración. Estas visitas se hacían casa por casa, tocando puertas, siempre con la respuesta positiva del habitante.

Contrataba a los músicos, violinistas, tríos, cimarronas, gente conocida y hábil en ese campo, tocaban alegremente en el atrio, donde las enormes gradas servían de asientos para el selecto público. Si don Eberto hacía esto en forma voluntaria, los músicos obtenían su pago económico pero también colaboraban a la misma causa.

Otra vecina, doña Consuelo Barrantes Castro, recuerda muy bien las bellas Procesiones al Negrito, se regaban flores en las calles al paso del Santo y no santos.

Su esposo, don Genaro Fernández y ella, metían el hombro, ganaban para el sustento del hogar y ayudaban a la Iglesia. Vendían ricos bocadillos, empanadas, comidas, refrescos, tamales. Una clientela fija era el personal dedicado a laborar en las ruedas mecánicas, administradas por don Domingo García, procedente de la Capital.

En la plazoleta, parte norte y sur, estaban establecidas dos Brujas muy visitadas por la comunidad, siempre esperando con alegría y suerte a sus viciosos clientes. En el sur, funcionó La Bruja bajo el mando de don Carlos Jiménez; mientras el otro sector era ocupado por la otra bruja, incrustada en la Pileta de San Gerardo, administrada por la familia Henchoz.  Esta familia en la persona de don Paco y el Padre Herminio, viajaban hasta San José, la Capital, a las compras de ollas, picheles, comales, cafeteras, cazuelas, cucharas, cristalería y todo lo necesario para los lindos y útiles premios que las brujas daban a sus seguidores. Así, todo funcionaba al “pie de la escoba”, todos barrían parejo en pro del Templo. No existían egoísmos, competencias, todo era para el mismo saco, gracias a la presencia del Santo Cristo, que estaba al tanto de tanta actividad.

En la década de los cincuentas y sesentas, los turnos de La Agonía servían de escenario para la presencia de grandes espectáculos. Recordamos a la “mujer serpiente, el hombre lobo, la serpiente con dos cabezas, la cabeza sin cuerpo, los muñecos de cera”.  En esos tiempos, significaba algo espeluznante, pagamos con emoción y asombro el aporte económico para después no dormir con tranquilidad ante aquellos espantos… fabricados a puros trucos.

Imaginemos para aquella época, lo que podría significar un “gigante”. En la plazoleta se exhibía un hombre traído desde México, con más de dos metros de altura; padres con sus hijos adquirían el boleto para admirar, hablar y tocar semejante cuerpo, adornado con un inmenso sombrero al estilo mexicano y en su brazo un hermoso cóndor de verdad. Felipe Reyes Manso, fue un monumento de carne y hueso, en nuestro barrio.

Sin faltar la inquietud o humor del alajuelense, don Reynaldo “Nayo” Bravo, se acercó al inmenso caballero y le dijo: “Si Usted es manso, yo soy bravo”. El gigante echó gigantesca risa al escuchar las palabras de aquel enano alajuelense.

Otro espectáculo, hecho en Costa Rica, no gigante, pero sí,  una broma al espectador. Un espacio cerrado, portaba en su entrada un rótulo: “Sólo para hombres”.  La mente nos inducía a pensar en mujeres. Los varones se “quemaban” por pagar un colón para maquinar su mente y refrescar la vista. Al final del aposento, muy visible en la pared, la  un pico y una pala, herramientas de trabajo. Todos salimos, muertos de risa.

 “Pague, pase y vea la gallina de cuatro patas”, se anunciaba.  ¿Asombroso producto de la Naturaleza? Una entrada ancha, alta, espaciosa. Conforme el cliente se acercaba al final del local, la estructura se hacía más pequeña, contraria a la entrada. Al final, la persona estaba en posición de “cuatro patas”, mirando una gallina pone huevos, común y corriente. Nadie se molestaba por la broma, ni comentaba lo sucedido para que otros cayeran en el truco de la gallina.

“El torito”, fue un espectáculo lleno de risa y carreras.  Un hombre metido en una plataforma liviana con la forma de un toro. Un toro de dos patas. Con sus resistentes piernas podía correr por toda la plazoleta, persiguiendo a la gente, como embistiendo, con la especialidad que  todo su cuerpo estaba cargado de luces, pólvora, perseguidores, silbadores, triquitraques, cachiflines y bombetas.  Un diablo envuelto en pólvora, corriendo por todos lados.

“La chancha encebada”. Cubierto su cuerpo con una grasa o cebo para que fuera difícil o imposible su captura. El participante corría tras el animal hasta lograr el dominio completo y así tener derecho al premio en dinero, si es que lo lograba, por lo resbalosa. El participante en su afán de captura, también caía en muchas oportunidades al suelo envuelto en polvo,  barro, grasa y sin el premio.

“La vara de la fortuna”, un madero muy alto, cubierto de un líquido grasoso, en su extremo una plataforma en forma de cruz con valiosos premios en dinero y objetos. Sin otro apoyo que el cuerpo, el participante que llegase al extremo se convertía en triunfador de premios, admiradores y aplausos. Tan difícil como  agarrar a la chancha.

“Cine-Teatro”, diversión más moderna que las anteriores. Ubicado en el salón del Templo. Para todo público. Se empleaba un “gancho” para ganar los boletos, en los niños. Si el niño asistía al catecismo – los domingos se impartían las lecciones – obtenía un “cartón amarillo”; si asistía a la misa, tenía derecho al “cartón rosado”. Con los dos,  se presentaba a la boletería del salón donde le daban a cambio el boleto de ingreso al cine. Una de las películas famosas de esos tiempos tenía el título  “Los peligros de Nyoka” con el tema de aventuras en la selva y otras series que se exhibían cada domingo, en forma de capítulos. También “Los tres chiflados”, del agrado de todo público.

“Artistas exclusivos”, el gran salón también utilizado para la presentación de artistas nacionales e internacionales. La «Radio City», radio emisora de la época,  presentaba a su artista insuperable, nuestra humorista y cantautora Carmen Granados. Sus bellos temas  en la imagen de Concho Vindas, el matrimonio de Doña Vina y Chon y otros personajes que sólo Carmencita podía interpretar.  Carmen Granados

De esta forma, podríamos citar más acontecimientos. Amigo lector, si Usted nos hace llegar más recuerdos de las actividades en honor al Santo Cristo Negro de La Agonía, con gusto los anotaremos.

Por más actividades festivas y religiosas, todo llegaría a su fin, hasta el próximo año…

Al concluir los festejos, don Genaro, en forma voluntaria recogía la basura de caños y aceras, para mantener limpio y agradable nuestro lindo barrio y su hermoso Santuario de La Agonía.

¿Quién no disfrutó de estos turnos o fiestas tan de pueblo? ¿Quién no se acercó, tocó y llevó en su corazón a nuestro Santo Cristo Negro? Todo avanza rápidamente y avanza paralelo el olvido a miles de cosas hermosas y sanas; van cayendo, desapareciendo, ya casi todo ha muerto. Lamentablemente, muchas situaciones nefastas van surgiendo, naciendo también en forma acelerada, se levantan con mucho vigor. Hoy, damos espacio a infinidad de situaciones que vienen a destruir mucho del ayer, del ayer más sano, seguro y limpio.

Hoy, en la Comunidad de La Agonía, se alza un nuevo movimiento para reactivar lo que se nos escapa. No debemos olvidar a nuestro Patrón.  Menos perder la fe.

Debemos mantener como fe y tradición, la llegada a La Agonía de los Santos correspondientes a la Parroquia, como se realizó recientemente, con la devota participación de las comunidades con sus respectivas imágenes. Citémoslas.

Desamparados, Virgen de los Desamparados

Rosales, Santísima Trinidad

Providencia, Santa Trinidad

Silvia Eugenia, Perpetuo Socorro

Ciruelas, Jesús de la Misericordia

El Llano, Vírgen de la Inmaculada Concepción

Brasil, Santa Trinidad

Higuerones, Virgen de Fátima

Canoas, Virgen de los Ángeles

Guadalupe, Virgen de Guadalupe

La Agonía, Cristo Negro

Santa Eduviges, Virgen de Santa Eduviges.

ORACIÓN A SANTO CRISTO NEGRO DE ESQUIPULAS DE LA AGONÍA

Santo Cristo de Esquipulas de La Agonía,

Señor de mi debilidad y mi fortaleza,

de mi tristeza y de mi alegría, de mi soledad y mi compañía

de mi incertidumbre y mi esperanza.

Tú conoces mi vida y sabes mi dolor,

has visto mis ojos llorar, mi rostro entristecerse, mi cuerpo lleno de

dolencias y mi alma traspasada por la angustia.

Lo mismo que te pasó a ti en el camino de la Cruz hazme

comprender tus sufrimientos y con ellos el amor que TÚ me tienes,

y que yo también aprenda que uniendo mis dolores a tus dolores

tienen un valor redentor por mis hermanos.

Santo Cristo de Esquipulas de La Agonía, me pongo en tus manos

misericordiosas: alumbra mi oscuridad con un rayo de tu luz; abre

una rendija a mi esperanza, llena con tu presencia mi soledad.

Te pido por todos los que sufren: por los enfermos, por los pobres,

los abandonados, los desvalidos, los que no tienen (reciben) cariño ni

comprensión y se sienten solos.

Ayúdame a sufrir con amor, y también con alegría; Y si no es

posible «que pase de mi este Cáliz». Qué se haga tu voluntad.

Haz que las dolencias y pruebas de la vida,

me purifiquen, me hagan más humano,

me transformen y me acerquen más a TI.

Que yo pueda hacer de la enfermedad y el dolor un tiempo de

crecimiento en la Fe, de reencuentro contigo, de meditación en tu

Palabra, de sacrificio a favor de los demás, de cultivo de la

Humildad y la Oración y de tomar fuerzas para cargar con mi cruz.   AMÉN.

Fotos del 18 de enero del 2009, alrededor del Templo.Procesión

 Procesión

 PROCESION

Procesión

Procesión

¡Viva el Santo Cristo de Esquipulas, nuestro Negrito Patrón!

Lo escrito es el testimonio oral de vecinos de esta comunidad alajuelense:

Virginia Henchoz, 82 años.

Leticia González Guzmán, 83 años

Enrique Soto Sibaja, 93 años.

Carmen Cordero, 83 años

Armando Arroyo, Chino, 64 años

Consuelo Barrantes Castro, 83 años

Adilia Valverde, 93 años.

Carlos Chavarría, 83 años.

Virginia Soto Sibaja, 76 años

Yolanda Patiño, 83 años,

Tomás Alfaro Arroyo, 60 años.

Ilustración del tema Las carretas de Costa Rica:

El texto siguiente no es de mi propiedad. Lo tomo de la obra «Costa Rica en el Siglo XlX», antología de viajeros, para ilustrar el tema de las carretas.

Thomas Francis Meagher, nacido el 3 de agosto 1823, en Irlanda. Llegó a Costa Rica en viaje de recreo. Permaneció durante los meses mayo, abril y mayo de 1858. En enero 1860, ingresó de nuevo junto a su esposa. En esta ocasión como Representante de Mr. A.W. Thompson, para proponer al Gobierno de Dr. Montealegre un Contrato de Colonización y Construcción de Caminos.

En sus viajes a suelo de Costa Rica: «Las carretas son vehículos toscos. Un timón sale de un bastidor cuadrilongo, debajo del cual hay un eje empernado. Las extremidades del eje sobresalen por entre discos o ruedas de cedro sólidas, de 4 ó 5 pies de diámetro; las llantas tienen un ancho de 4 pulgadas. Entre una rueda y otra hay una armazón de cañas que sostiene un cuero de buey sin curtir que sirve de toldo.

Una carreta fabricada de este modo vale de $25 dólares a $30 dólares. La yunta de bueyes cuesta de $75 a $80 dólares. El café descansa sobre la plataforma ó fondo de de la carreta, cosido en sacos de algodón blanco ordinario. Una de estas carretas puede acarrear de 800-1000 libras de café. El flete unos 75 centavos por cada 100 libras. Encima de los sacos hay otro pellejo sujeto con correas, también de cuero; en tanto que por fuera bailan una olla de hierro, una calabaza para llevar agua y otros utensilios que se usan en el camino.

En muchos casos las esposas y las hijas de los Carreteros acompañan el café al puerto. Resultan sociables y sumamente útiles en el largo viaje de 6 días, cuando menos.

Muelen el maíz de las tortillas, guisan los frijoles, rebanan los plátanos  y los frien, manejan el hilo y la aguja, proveen de agua y zacate a los bueyes y dan pruebas de ser, de varios modos, las más cariñosas auxiliares y proveedoras de confort de los honrado sujetos que caminan trabajosamente a pie y guían sus dóciles yuntas con el «chuzo», su ligera vara conpunta de acero.

Estos carreteros desempeñan el trabajo más duro con maravillosa resistencia, agilidad y brío. Desde el principio hasta el fin de la jornada prosiguen resueltamente su camino descalzos, con sus ropas desastradas, a merced del tiempo variable, unas veces agobiados y sudando a mares en pleno sol, otras calados por la lluvia o estremecidos por la densa humedad con que lo mismo de noche que a mediodía o al anochecer los envuelven las tierras bajas y las selvas profundas; ligeros de piernas, pacientes, robustos, activos, intrépidos, afables y corteses, leales para con quien en ellos depositó su confianza, prosiguen resueltamente su camino en medio de todas las vicisitudes que la Providencia les depara…»

En la misma obra, el autor describe al joven trabajador costarricense:

«En todo el camino nos llamó grandemente la atención, la viva inteligencia, la actividad, la intrepidez, el semblante despierto y la gentileza de los muchachos costarricenses. Muchos de ellos guiaban la carretas cargadas de café, tropezando alegremente al lado de los bueyes corpulentos, por muy áspero y resbaladizo que estuviese el camino, y llevando la yunta con la destreza de carreteros avezados por los peores desfiladeros, las cuestas más escarpadas, los recodos más estrechos; venciendo con experta y valiente sagacidad todas las dificultades de la jornada. A veces relevaban galantemente a los hombres viejos que venían desocupados detrás de las carretas a pie o en mula, o dormidos dentro de ellas, sobre los sacos de café; en tanto que los chicos blandían el chuzo. Y no era tan solo a lo largo de esta carretera ni en este trabajo opresor que se portaban con tanto lucimiento. En todo el país, en los campos, en el mercado, en la selva, en medio de la más afanada muchedumbre, en la soledad más completa, en todas partes eran los mismos muchachos despiertos, expeditos, arrojados, incansables. Son para el país una fuente de salud y una corona de joyas que no tiene precios»

Publicado enero 23, 2009 por José Manuel Morera Cabezas en Historias