Archivo para julio 2011

Las lavanderas de «El Arroyo»   10 comments

¡Vamos al Barranco! Ya en mil novecientos veinticinco (1925) – según mi memoria, dice un vecino de Alajuela – se escuchaba este  grito en las bocas de niños, adultos y jóvenes. El barranco era una extensa zona quebrada, donde desembocaban las aguas cristalinas y potables de varias acequias provenientes del Este de Alajuela y de las intensas lluvias, muy propias del cielo alajuelense. Zona rica en plantas de bambú amarillo, higuerillas, helechos, flores, tierra con arcilla y maleza.

El precipicio o bajo de unos treinta metros, un lugar apto para disfrutar la Naturaleza, lugar de paseo y diversión, especialmente para la gente de menos recursos económicos. Agua suficiente para abastecer a la población, cuando ésta quedaba sin líquido por trabajos realizados en sus cañerías.

Para ingresar al barranco se hacía por una puerta grande de madera y por ser tan quebrado, construyeron terrazas y gradas de laja y piedras. Muy cerca de las gradas o cruzando éstas, se extendían unos cables o alambres de unos veinte metros de largo para tender la ropa lavada, sujetadas con prensas de madera. Cada lavandera tenía como «propio» ese derecho; también utilizaban una zona verde para el mismo fin. Había respeto y nadie abusaba del espacio y herramientas de cada una, aunque sí algunas rencillas por ocupar las pilas. 

El agua, al caer al barranco, era recibida por unos canales que desviaban parte del ingreso del líquido, hacia las pilas grandes o tanques donde las lavanderas las captaban para hacer su trabajo, con aguas cristalinas; excepto en invierno que por traer aguas de acequias llegaban con un tono turbio y aún así se utilizaron.   

Y ese barranco nos daba otra gran atracción, el riachuelo que limitaba con el Club Rotario de Alajuela, «La Florita», un club muy exclusivo de la época, con piscina, casona de fiestas, cancha de tenis, árboles de mango y otras frutas,  palmeras, zonas verdes y más atractivos. La cancha de tenis pegaba a una cerca de bambúes amarillos, colindando con el riachuelo y esto permitía, muy seguido, que las bolas de tenis iban a dar al agua y, generalmente, las daban como perdidas.  Los visitantes del lugar, especialmente los niños, localizaban las lindas bolitas y entregaban al cuidador de la mansión, un señor de apellido Solano. Esta devolución, que no era obligatoria, permitía a los niños la entrada al lugar y disfrutar de las instalaciones, a criterio del guarda o cuidador.  

Un punto estratégico cuando faltaba el agua en la ciudad, por ser de topografía baja, siempre con el preciado líquido a nuestra disposición. Nuestros padres y abuelos nos encomendaban una fresca tarea. Con ollas y tarros, traer el agua para las necesidades del hogar, especialmente para preparar los alimentos y aseo personal.

Utilizado para cubrir del agua y sol, las pilas para lavar ropa.

Galerón. Las hermanas Ilma y Dinora,

a la derecha; Elisa, izq. Muy atento,

la mascota Ansón.

Por ser un terreno con una sección cubierta de arcilla y bambú, la niñez confeccionaba cerbatanas y bolitas del barro rojizo para su diversión; sin faltar el pedido de las maestras en llevar a las aulas el material arcilloso, importante en el uso de los trabajos manuales.

Y por el uso de las cerbatanas y a veces la mala puntería de los niños, las pelotitas de arcilla tomaban otro rumbo, impactando en sábanas blancas y algunas prendas de vestir, causando el enojo de las señoras lavanderas y casi siempre soltando más de un «madrazo» por dañar su duro trabajo. Pero de ahí no pasaba a más. 

En 1880, al inaugurarse el primer acueducto municipal en Alajuela, bajo el  segundo Gobierno de don Tomás Guardia Gutiérrez (1877-1882), entran en funcionamiento las pilas y lavanderos o lavaderos públicos, entre ellos, el más importante en Alajuela, el de El Arroyo; así en todas las provincias del país se construyeron estos espacios.

El Gobierno del General Guardia, heredó el lugar para la instalación de pilas públicas en beneficio de la población más pobre económicamente y con necesidad de laborar. Antes, se utilizaban los ríos y sus grandes piedras para el lavado de ropas, hasta la construcción de estos lavanderos, en el centro de Alajuela (parte del terreno donde hoy están el BAC San José, Banco Nacional, Funeraria Jardines del Recuerdo y Parque Infantil Esther Castro Segura, «Esthercita», conocido como Parquecito de «El Arroyo”).

Catorce (14) pilas grandes, chorreadas en cemento y varilla, siete a cada lado en forma de hilera; más un tanque o pila grande que las abastecía  por conducto de un caño, protegidas por un galerón de madera y techo de zinc, eran parte de sus herramientas de trabajo. Cada pila estaba formada por  un tanque grande y una batea.  Todo construido por la Municipalidad de Alajuela.

Una nueva imagen fue común en el suelo de Alajuela, ya podíamos observar a las valientes mujeres, cargando sobres sus cabezas, grandes “motetes” de ropa, descendiendo con mucho cuidado la tremenda “bajada”, algunas de ellas con sus hijas niñas quienes ayudaban a esta labor. Y un lugar especial porque llegaban y salían noticias y comentarios de todo lo sucedido en la ciudad y vecindarios. 

Estos paquetes de ropa eran grandes – imaginemos el peso de cinco docenas – no por la ropa humilde de ellas y sus familias, sino por la ropa perteneciente a las familias adineradas o de profesionales quienes pagaban a lavar sus prendas. Además, otro gran cliente fue el Dispensario del Seguro Social (ubicado a dos cuadras de los lavanderos), quien aseguraba parte del sustento diario a estas mujeres con sus ropas de cama y otras prendas de sus internados, durante más de treinta años.

Con este ingreso económico durante muchos años, lograron mantener sus hogares, ayudar a sus esposos, sacar adelante las familias, más si eran mujeres solas y con hijos. Aunque casi todas, contaban con grado de escolaridad muy raquítico o nada, enviaron a sus hijos a la escuela y secundaria; incluso, cuenta una de ellas, sus muchachos lograron ir a la universidad y defenderse con la profesión que hoy manejan, un médico y abogado.

Nuestro ayerPor lavar una docena de ropa (doce piezas), ganaban tres colones, incluido el aplanchado, realizado con planchas de hierro las que cargaban el calor sobre láminas también de hierro, puestas sobre los fogones o cocinas de leña; también utilizaron planchas a carbón, un poco más modernas que las anteriores.

Doña Irma, lavandera.

Las heroicas mujeres provenían del centro de Alajuela, del Barrio La Agonía, El Llano, El Carmen;  muy conocidas en el gremio de lavanderas, doña María Barrantes, las hermanas Josefa y Dolores Soto, doña Ilma, Dinorah y Elisa, ellas de apellido Oreamuno. Buenas para madrugar, nacieron con el trabajo a cuestas;  su horario de seis de la mañana hasta las cinco de la tarde, excepto los domingos; pero se daban el lujo en invierno o fines de semana, en llevar a sus casas la ropa fina y elegante de personas con plata y profesión, entre ellos, médicos, dentistas, abogados y comandantes de la Fuerza Pública, quienes eran vecinos del barrio El Arroyo y otras comunidades.   

El jabón en barra o en forma de bolas, lo adquirían en el Mercado Central de Alajuela, no era variado ni habían marcas por montones, como hoy.  En otros momentos, estas lavanderas o las que realizaban el mismo oficio en otros sectores alajuelenses – los lavanderos de La Maravilla, al norte de Alajuela – fabricaban  o sacaban el jabón de una frutilla amarilla que daba un inmenso árbol. Esta frutilla tenía en su interior una bolita negra, muy redonda y lisa, llamada por los niños “chumicos”, utilizados en los juegos tradicionales de “bolinchas” (canicas, bolas de vidrio) y chócolas.

Irma Oreamuno Molina. 90 años. 

Foto abril 2012.

La pulpa o cáscara de esta fruta, se introducía en un tarro de lata (muy prácticos eran los que traían manteca de cerdo)  disuelta en agua, se colaba en una manta,  obteniendo una grasa y espuma con rico aroma, similar al jabón. Así fue el trabajo de estas damas quienes usaron su ingenio para salir adelante. Mientras se enfrentaban a estas limitaciones; por otro lado, había en el comercio un ingrediente en polvo llamado “perlina”, utilizado para fabricar jabón, únicamente al alcance del bolsillo de la gente con  muchos colones y más oportunidades.

Si no había facilidad para conseguir el jabón o muy caro para el presupuesto familiar, menos que existían cepillos para restregar las telas, en sus hogares y lugar de trabajo. Del maíz, inventaban los “cepillos”. La familia de don Chano Soto, auténticos campesinos y vecinos de los lavanderos, tenían una milpa o maizal. Las mujeres lavanderas recolectaban el elote que  expuesto al sol o fogón, endurecía los dientes o cavidades donde antes permanecían los granitos de maíz. Así, con este invento natural y barato, le “volaban cepillo y elote” a las partes de las costuras o dobles en mangas, puños, cuellos de las camisas y ruedos de los pantalones, donde se escondía más la suciedad o polvo.

Dice una anécdota en el gremio de las lavanderas que era costumbre dejar ropas propias o ajenas a la orilla de los arroyos «aguacereándose», pero un día llovió tanto  hasta convertir el arroyo en un río, llevándose las prendas para siempre. ¡Imaginemos el lío por la pérdida o daños en la ropa del médico u oficial de la fuerza pública! Nos falta investigar el acuerdo entre las partes para resolver el faltante de ropas…

Ya miramos y admiramos el lugar de trabajo duro de estas humildes trabajadoras, ahora observemos el lugar desde la superficie. Bordeado por una larga “barrera”, en forma de pretil o asiento con respaldar, confeccionada en cemento, varillas y ladrillo, a lo largo de unos sesenta metros, aproximadamente, frente a la carretera principal, continuando unos treinta metros hacia el oeste, limitando con varias casitas de adobes y maderas, propietario de las mismas, un señor Córdoba. Desde arriba, en la banca de cemento y acera de baldosas de piedra labrada como las del Parque Central de Alajuela,  nuestra vista se deleitaba con la caída de agua cristalina proveniente de las acequias y al fondo, los gigantes bambúes, con sus vecinas las coloridas «maravillas» y «chinas» rosadas, blancas y rojas, un paisaje pintado por el Creador.

El pretil se utilizó para muchas actividades del pueblo: descanso, para esperar el autobús o “cazadora” – existía la vía de sur a norte, para ingresar al centro de Alajuela – reuniones políticas, deportivas, tertulias de vecinos quienes acostumbraban en verano disfrutar de paz y tranquilidad; no faltaban al pretil don Filiberto Rojas, Abel Quesada, Guido Bellavista, Raúl Solano, Vicente Soto, éstos eran los veteranos de la época; luego, Moncho García, Julio García, Rogelio Fernández, Julio Víquez, Jorge Alfaro, el doctor Rojas, Miguel Araya, Jorge González, Marcelino Cruz, Luis Palma Soto, Chano Soto y muchos más que tuvieron que migrar a la pulpería de enfrente con sus temas de tertulia, al ser clausurados los sabrosos y confortables asientos o pretil.  Y posiblemente, don Lolo Molina, administrador  de una fábrica de candelas, ubicada frente al pretil oeste, un vecino de mucho trabajo y conocido en su comunidad y en Alajuela, por ser uno de los fabricantes de ese producto, muy utilizado en esos tiempos, en el lindo barrio de las lavanderas.

Uno de los posibles temas eran las «pilas viejas» de principio del siglo pasado (fotos a parte de este texto). Éstas se alimentaban de acequias o de una acequia que atravesaba Alajuela, proveniente de Canoas y El Llano, ambos caseríos de la ciudad mencionada. Luego, viene la construcción de las nuevas pilas (ver fotos a parte de este texto), en los años cincuenta, ya alimentadas con agua de la cañería. Para esta gran obra, intervinieron varias instituciones: Municipalidad de Alajuela, Ministerio de Salud, Caja Costarricense de Seguro Social (C.C.S.S) y la Asociación o Junta Administradora del Hospital San Rafael de Alajuela.

Después vino el relleno, sepultando el galerón, piletas e historia del lugar. Allí, se construyó el Parque para niños ya indicado, con cómodas instalaciones y biblioteca infantil, lindas zonas verdes, mucha vegetación  y juegos infantiles, sin faltar un pretil exterior apto para el descanso y se utiliza, como en el pasado, para esperar el autobús, taxi, la tertulia y hasta para la cita amorosa.

Dos situaciones anecdóticas de este lugar, recuerdan los vecinos. Detrás del galerón de madera, pasaron sus años de vida y pobreza, doña Sérvula, más conocida como la madre de Miguelito «Méquere”, inolvidable personaje alajuelense y otro a quien en Alajuela le bautizaron “Paracaídas”, de nombre Miguel, un señor muy alto, aficionado a utilizar sobre su espalda un montón de tiras o fajas. Como notamos, al alajuelense del ayer y a los de ahora, no se le escapaba alguna característica que podría servir para «rebautizar» a una persona. Y «Méquere», porque el personaje tenía problemas en pronunciar palabras, de ahí, qué «miércoles» lo decía de esa forma. «Méquere», muy querido por el pueblo alajuelense.

La muerte trágica protagonizada por Juan “Pelotas”, fallecido al caer en la peña, su padre don Mateo Soto, también conocido como “Pelotas”, accidente que vino a conmover a la ciudadanía alajuelense, posiblemente no acostumbrada a hechos repetidos de sangre y violencia en calles y hogares.

Por el inevitable progreso de la ciudad, este sistema de lavanderos  desapareció, el área fue clausurada, se entubaron las aguas y se sepultó el espacio.

Hoy, desenterramos esta historia, ignorada por varias generaciones que ni siquiera sospecharon de la existencia de este escenario, lleno de valentía, responsabilidad, sacrificio, limitaciones en muchos sentidos, donde la mujer puso a prueba su empeño y amor por sus familias y Patria, logrando salir avante.

Las piletas centenarias (Fotos 2018).

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2018: lo que queda de las casonas de adobes, El Arroyo, hacia el Oeste.

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Fotografía de una pintura dedicada

a las lavanderas, ubicada en el par –

quecito de «El Arroyo».

Diccionario:

Cerbatanas: Cañuto en que se introducen bodoques u otras cosas (bolitas de arcilla) para hacerlas salir violentamente, soplando por uno de sus extremos.

Aplanchar: aplanchado, planchar. Conjunto de ropa por aplanchar o ya planchada.

Elote: mazorca tierna de maíz.

Motetes: envoltorio, atado.

JaboncilloJaboncillo: (Sapindus saponaria). Los frutos son bayas redondas de 15 mm de diámetro, color café lustroso, que contienen una pulpa pegajosa y una semilla de 1cm de diámetro, redonda y negra. Son venenosas. La pulpa de los frutos contiene gran cantidad (30%) de una sustancia llamada «Saponina». Al estrujar los frutos estos hacen espuma que antes se usaba como jabón para lavar ropa, de ahí el nombre «jaboncillo».

Perlina: polvo especial para fabricar jabón.

Méquere: Personaje de Alajuela, quien tenía dificultad para pronunciar las palabras. En lugar de “miércoles”, decía “méquere”; “jueves”, decía “juéveres” y así con todas las palabras que él conocía. Su nombre Miguel, de ahí fue conocido como “Miguel Méquere”.

Bolinchas: canicas, bolitas de vidrio.

Candelas: Vela para el alumbrado, útil por la falta de electricidad.

Aguacereándose: exposición de ropa lavada, arrasada por la lluvia.

Publicado julio 12, 2011 por José Manuel Morera Cabezas en Historias

Mis escritos   Leave a comment

Saludos, amigos de mi País Costa Rica, Centroamérica y otros países:

Mi intención con los siguientes escritos cortos, es destacar el trabajo, sacrificio, limitaciones que padecieron nuestros abuelos, quienes nos enseñaron muy sanos valores morales en todos los campos.

Con gusto aceptaré su apoyo y crítica a lo escrito. Aclaro, no soy periodista ni escritor; este trabajo lo hago como aficionado a la escritura y fotografía. Los datos en la mayoría de las anécdotas o historias aquí plasmadas, son originadas en el testimonio oral de los ciudadanos.

Muchas gracias, el autor.

Publicado julio 10, 2011 por José Manuel Morera Cabezas en Uncategorized