Archivo para abril 2016

Un zapatero alajuelense…   2 comments

Gilberto Álvarez Molina, «Ponto», a la fecha, tiene en su saco ochenta y dos años de edad. En 1948, él y familia, habitaban en el Barrio San José de Alajuela, distrito Segundo.  Su papá, don Gilberto Álvarez Sibaja, el conocido “Negro Álvarez”, administraba como herramientas de trabajo, dos carretones con sus respectivos caballos, utilizados para transportar o cargar materiales de construcción y otros. Así ganaba el sustento para la humilde familia.

A diario,  recorría el camino o callecillas de barro desde el pueblo, hasta el centro de la ciudad Alajuela, un duro recorrido de casi cuatro kilómetros.  Bien tempranito, salía a las seis de la mañana, hasta ver el sol escondiéndose, regresando con  algún dinero, gracias al esfuerzo que le ponía al trabajo y al esfuerzo de sus grandes amigos, los caballos.

Igual a centenares de familias costarricenses, con muchas limitaciones económicas, salieron a flote, sin lujos, a puro sacrificio.

Muy joven y con el ejemplo sentido en carne propia,  inició la gran lucha por la vida. Gilberto, casi con quince años de edad, decidió “meter el hombro” a la familia y no dejar toda la responsabilidad al señor de la casa.

Como meta, continuar en las aulas de estudio escolar, hasta concluir la educación primaria para luego aspirar a más estudio y obtener  una profesión.  Mientras, hallar un trabajo en la ciudad y sus objetivos. Inició la caminata hacia otros horizontes.

Lo primero, concluir la enseñanza primaria porque le faltaba aprobar el sexto grado,  no incluido en la escuela del lugar.  Por fuerza, tenía que asistir a un centro educativo de la ciudad alajuelense y aprobar ese grado escolar. La inscripción la realiza en la Escuela Ascensión Esquivel  Ibarra, logrando el objetivo. Y no fue tarea fácil. A pie, siguiendo las huellas de su padre y caballos, hizo el mismo recorrido todos los días, descalzo, hacia la escuela y su hogar.

Descalzo, porque no tenía dinero para cubrir sus pies, el trayecto hacia el nuevo horizonte, era a pie, a “pata pelada”, ida y regreso. Esta situación, muy común en la niñez de nuestro país. Muchos como él, no lograron estudiar más y ver truncadas sus aspiraciones. Con el título en mano, el Diploma de Conclusión de Estudios Primarios, le permite, por lo menos, defenderse un poco mejor, porque ya sabe leer y escribir, importante para un trabajo, en esos tiempos.

Mira en el horizonte, la posibilidad de aprender un oficio y así conseguir trabajo. El trabajo de la zapatería. Le entra de lleno al oficio de zapatero  e inicia el aprendizaje donde Rigo Oreamuno, zapatero y propietario de una zapatería con mucho prestigio en la ciudad. Aquí, muy joven, sigue al pie de la letra, las enseñanzas de don José “Chepe” Mena, un maestro zapatero, su primer instructor en el arte de la confección de calzado.

Pasados dos años, ya confeccionaba calzado pequeño, para niños, los llamados “zapatos romanos”. El taller de Oreamuno le dio trabajo y apoyo durante seis años, hasta buscar otro horizonte económico porque tenía la posibilidad de aumentar el ingreso de sesenta colones por semana a noventa colones, en el taller de Juan María Vásquez.  Tiempo después, el  taller de Oreamuno, fue ubicado en otro sector de Alajuela.

Con mucha más experiencia, el joven zapatero alajuelense fue a más en su oficio, logrando ingresar a una fábrica grande, como decir una universidad si la comparamos con un taller pequeño, llamada “El Progreso”, cerca del INVU Las Cañas, al sur de la ciudad. La gran ilusión fue progresar en el trabajo  con su oficio en la gran fábrica, pero el destino fue otro. Aquí laboró únicamente cuatro meses, debido a la inclusión de tecnología en la fábrica con maquinaria moderna, aparatos que vinieron a sustituir el trabajo manual de muchos trabajadores, muy bien aprendido en talleres artesanales.

Sin trabajo, reinicia de nuevo su carrera. Volvió a talleres de zapatería, muy conocidos. Zapatería Montoya, Jorge Lee (Chino Lee), Los Vega, Carlos Segura y otras, donde estuvo catorce años, entre una y la otra. También existían la de Beto Porras, Tulio Castro y la de Chicha.

De tanto andar de taller en taller, siempre adquiriendo más experiencia, decide algo propio y se declara independiente con la fundación de un taller en su casa de habitación, estableciendo la “Remendona” propia, con la compañía de algunos familiares y su madre de ciento y un años de vida, doña Gloria Molina, en su casa.

Hoy, con ochenta y dos años, sigue laborando, hace más de dos décadas, sin jefe, sin compañeros, sin tocar puertas de un lugar a otro. A pesar de sus dolencias físicas, don Gilberto continúa con la zapatería, hasta que Dios decida, porque ÉL, dice, “es el dueño de todo lo que nos rodea y nos suceda”. Un trabajador lleno de Dios y trabajo.  Confía en el Ser Supremo para que le dé muchos años de vida y trabajo al lado de sus familiares, hasta llegar a tocar la puerta de la Mansión Celestial, también como zapatero…

Con una memoria impresionante, nos detalla las fábricas, remendonas y talleres de zapatería, antes y  después de mil novecientos cuarenta y ocho:

  • En El Llano de Alajuela, detrás de la Ermita, don Misael Alfaro, tenía la fábrica de zapatos. 
  • En El Llano de Alajuela, vecino de don Misael, Moma Artavia, confeccionaba zapatos tipo «Volteados». Hoy, sigue la tradición, su hijo Sergio Artavia.
  • En la conocida «Calle Real», centro de Alajuela, esquina de los bomberos, se estableció «Chepito», con la remendona durante más de 30 años.
  • En la misma calle, don José Duarte, «Chepito padre». Tienda de calzado de Chepito Hijo. Zapatería con más de 60 años de existencia.
  • Taller de Rafa Rojas
  • En el corazón de la ciudad de Alajuela, por la «Bomba 76», la famosa remendona de «Los Chizas» González.
  • Vecino de Los Chizas, estaba la zapatería del señor Carlos Blandino  y la zapatería de El Chino Lee.
  • Zapatería Cano, sobre la Calle Real, Alajuela.
  • Mercado Central, al costado Sur, el taller de Joaquín Arrieta.
  • Parque Juan Santamaría, 50 metros al norte,  don Segundo Lazo, trabajador de mucho prestigio, llegó procedente de Nicaragua, en el año 1936.
  • Parque Juan Santamaría, cerca un hotel llamado Juan Santamaría, en el hotel trabajaban unos señores de Nicaragua. Zapatos Zepello.
  • Zapatería de don Carlos Arroyo, centro de Alajuela
  • Zapatería de don Rubén Arce, centro de Alajuela
  • Costado sur Corte Suprema de Justicia, en unas casonas de adobes, don Aníbal Solórzano, trabajaba con sus hermanos.
  • Vecino del famoso bar «ZanZi» , cerca del Parque Juan Santamaría, la zapatería de Walter Alfaro.
  • En el Barrio La Agonía, la fábrica de zapatos de don Adrián Bravo y hermano.
  • En el Barrio La Agonía, la remendona de Paulino Soto Córdoba, «Cusuco».
  • Barrio El Carmen, Alajuela, Juan María, conocido como «Cuechitas».
  • Barrio El Tesoro sector Calle Ancha, el taller del señor Mayorga.
  • Taller y zapatería del Señor Madrigal, posible centro de Alajuela
  • Barrio El Arroyo, Alajuela, remendona de Los Vegas.
  • Alajuela, centro, taller y zapatería de don Rodrigo Oreamuno.
  • Alajuela, centro, la zapatería de don Elías Alfaro.
  • Alajuela, centro, de la cárcel de Alajuela, 200 metros norte, hoy Museo Histórico-Cultural Juan Santamaría, la zapatería de don Humberto Porras, quién confeccionaba los zapatos a la Liga Deportiva Alajuelense.
  • Emilio Araya, padre de Emilio Araya (Totó), 50 metros norte de la Catedral, Alajuela.
  • Carlos Corella.
  • Chanclazo
  • Filiberto, en El Llano, hijo de doña Marta.
  • Quitencola (No hay más datos).
  • Checa Álvarez
  • En Plaza Iglesias, un zapatero le decían «Viejo Feo».
  • Juan Ramírez, «Mamacita». También reconocido músico alajuelense y nacional.

Publicado abril 20, 2016 por José Manuel Morera Cabezas en Historias

Don Iván Molina, «Pelícano», músico alajuelense   6 comments

Alajuela siempre se ha distinguido por todo lo que hace y posee. La calidad de sus músicos es reconocida fuera de nuestras fronteras. Don Iván Molina Molina, no es la excepción. Nacido el diez de enero de mil novecientos treinta y tres.

Igual a Juan Santamaría, nuestro Héroe Nacional alajuelense, no tenía estudios y admiraba la música; únicamente el tercer grado de la escuela. Era un señor de puro pueblo, muy humilde, de extracción campesina. Sus labores diarias, cortar y picar pasto, bañar caballos y recoger agua de las acequias por carencia de agua potable en su hogar. Estas y otras actividades, para ayudar a su padre Efigenio Molina Alvarado, conocido en Alajuela, con el mote, “Changui”, dedicado a su oficio de transporte de carga en carretón.  Changui, tenía dos carretones y tres caballos para servir a las comunidades y llevar el sustento diario a su familia.

Mientras realizaba el trabajo indicado, su madre doña María Molina Santamaría, prima segunda de Juan Santamaría, el Héroe, en el duro trabajo del hogar, responsables de una familia numerosa, integrada por siete hijos.

Don Iván, en mil novecientos cuarenta y siete, alista maletas, a los catorce años de edad, porque trae el “gusanillo de la música” en su mente y alma, a realizar sus estudios, siguiendo las huellas musicales de sus hermanos mayores, Hilmar, Mildey y Álvaro.  Se inclina por el aprendizaje de la trompeta; incluso, por la percusión, en forma simultánea.

Recibía clases de música en el antiguo Cuartel de Artillería, ubicado a un costado de la Penitenciaría Central (“La Peni”), hoy, Museo de los Niños. Su alimentación, en el Cuartel Bellavista, donde actualmente está el Museo Nacional de Costa Rica.

A don Iván, le tocó la llamada “Revolución del Cuarenta y Ocho”,  tocando su trompeta. Fue enviado al Cuartel indicado, para realizar los toques de “ordenanza”: a las cinco de la mañana, para levantar a los soldados; a las seis de la mañana, el izamiento de la Bandera o el Pabellón Nacional; luego, a las doce medio día y seis de la tarde, para descender los colores Patrios. En esos momentos tan importantes, sonó la trompeta del alajuelense, en forma formidable.

Recordemos que los niños en esos tiempos, no portaban calzado, era común verlos  con sus pies descalzos, ésto, desde luego, en las familias de menos recursos económicos. Iván, no era la excepción, su niñez la pasó con sus pies sin protección, descalzo, pero al ingresar a la Escuela de Música, conoció  y sintió en carne propia el calor de los zapatos.

La Escuela de Música otorgaba un par de zapatos cada tres meses y los uniformes correspondientes para el uso durante la semana. Las piezas de este uniforme lo conformaban, un pantalón gris, camisa manga larga  y la cachucha o gorra, todo del mismo color. Un elegante uniforme para recibir las lecciones de música.

El otro uniforme para cada músico, uniforme de gala, compuesto por un pantalón, guerrera y quepis azul. Se utilizaba en actos solemnes, para citar, en la Semana Santa, el Once de Abril, Quince de Setiembre; en casos de funerales y la atención de visitas especiales.

Una de las anécdotas sobresalientes contadas por Iván, fue la visita al Cuartel Bella Vista, realizada por don José Figueres Ferrer, Comandante en Jefe de la Revolución, con sus tropas. Situación presentada unos días durante la Semana Santa. Don Pepe ordenó realizar toques de ordenanza.  Le tocó al muchacho alajuelense, realizar lo encomendado. Al ver al joven en el Cuartel y hacer la consulta de la presencia del muchacho, como estudiante de música, ordenó sacar a estos jovencitos estudiantes del lugar para ubicarlos en otro lugar. Así se dio el traslado de la Escuela de Música a una casa cercana al Teatro Líbano, donde funcionó por tres años.

A los dieciocho años, otro panorama. Sale de la Escuela de Música para ocupar el lugar de “Segunda trompeta”, en la Banda Militar de Alajuela, bajo la Dirección del maestro, don Carlos Torres Solano.  Posiblemente, por estar en Alajuela, recibe de sus compañeros, un apodo. “Pelícano”. En esta Institución, laboró cuarenta y un años, hasta su jubilación, en mil novecientos noventa y dos. Pronunciar Pelícano, es más conocido que su propio nombre y apellidos. Esta situación, muy común en Alajuela, con lo benditos sobrenombres.

El músico, vecino de Concepción El Llano, tuvo la excelente experiencia de contar con los conocimientos y guía de importantes directores de Banda, don Antonio Carballo y don Marco Tulio Corao Velásquez.

Su trabajo en música fue intenso. Don Iván, aprovechó el tiempo en la “Orquesta Siboney”, por más de una década, con sus hermanos Ílmar, Mildey y Álvaro.  También en la Orquesta Maribal y con el mariachi «Tequila”.

Siboney Pelícano

Don Iván Molina, tercero de izquierda a derecha,

primera fila. Orquesta Siboney.

Ya en la vida de jubilado, ingresa a la famosa “Cimarrona Santa Bárbara”, conformada por diez músicos profesionales, provenientes de Bandas y Orquestas de mucho prestigio en esos tiempos.

En mil novecientos noventa y cinco, inaugura  la Cimarrona “Los Pelícanos”, amenizando el Programa televisivo nacional, “Venga, venga a T.V mejenga”, aquí le amplían el apodo por “Papá Pelícano”, por compartir su trabajo con sus hijos mayor y menor, Iván y Eddy, con la compañía siempre de su sobrino Alejandro León Molina.

“Pelícano o Papá Pelícano”, dejó enseñanzas a las nuevas generaciones, en el rescate de muchas tradiciones.

El seis de marzo del dos mil diez,  su famosa trompeta dejó de funcionar…pero sus pupilos siguieron su gran ejemplo.

Doña María Molina Santamaría, por haber traído al Mundo y a la comunidad alajuelense tan excelentes músicos, don Marco Tulio Corao puso la música a la canción escrita por Iván Molina Gómez, titulada “DOÑA MARÍA”, un hermoso pasillo. Arreglo de José M. Venegas Hernández.

DOÑA MARÍA (Pasillo)

 

Camino del Brasil

camino de pedrín

con alegría dice a su carretonero

Mi Changui changón

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Entre chiste y chiste

arrea su carretón

en el remanso del río lava María

con mucha emoción

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Dulce alegre

melodía

se  embriaga

de olor a mangal

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Madre siempre te sueño junto a mí

de tus labios una queja nunca escuché

caricias me diste con tanto amor

Vieja tú me hiciste feliz

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Hay música y pasión

Pelícano, Garza, Pelotas, Gordo y Pelón

Alajuela conoce su pregón

cantando esta bella canción

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El Llano, vibra de emoción.

 

Importante: Los datos históricos de esta nota, suministrados por don Iván Molina Gómez, gracias al testimonio oral y escrito. Autoriza el arreglo del autor para la presentación de este relato.

 

 

 

 

 

 

Publicado abril 15, 2016 por José Manuel Morera Cabezas en Historias