Gilberto Álvarez Molina, «Ponto», a la fecha, tiene en su saco ochenta y dos años de edad. En 1948, él y familia, habitaban en el Barrio San José de Alajuela, distrito Segundo. Su papá, don Gilberto Álvarez Sibaja, el conocido “Negro Álvarez”, administraba como herramientas de trabajo, dos carretones con sus respectivos caballos, utilizados para transportar o cargar materiales de construcción y otros. Así ganaba el sustento para la humilde familia.
A diario, recorría el camino o callecillas de barro desde el pueblo, hasta el centro de la ciudad Alajuela, un duro recorrido de casi cuatro kilómetros. Bien tempranito, salía a las seis de la mañana, hasta ver el sol escondiéndose, regresando con algún dinero, gracias al esfuerzo que le ponía al trabajo y al esfuerzo de sus grandes amigos, los caballos.
Igual a centenares de familias costarricenses, con muchas limitaciones económicas, salieron a flote, sin lujos, a puro sacrificio.
Muy joven y con el ejemplo sentido en carne propia, inició la gran lucha por la vida. Gilberto, casi con quince años de edad, decidió “meter el hombro” a la familia y no dejar toda la responsabilidad al señor de la casa.
Como meta, continuar en las aulas de estudio escolar, hasta concluir la educación primaria para luego aspirar a más estudio y obtener una profesión. Mientras, hallar un trabajo en la ciudad y sus objetivos. Inició la caminata hacia otros horizontes.
Lo primero, concluir la enseñanza primaria porque le faltaba aprobar el sexto grado, no incluido en la escuela del lugar. Por fuerza, tenía que asistir a un centro educativo de la ciudad alajuelense y aprobar ese grado escolar. La inscripción la realiza en la Escuela Ascensión Esquivel Ibarra, logrando el objetivo. Y no fue tarea fácil. A pie, siguiendo las huellas de su padre y caballos, hizo el mismo recorrido todos los días, descalzo, hacia la escuela y su hogar.
Descalzo, porque no tenía dinero para cubrir sus pies, el trayecto hacia el nuevo horizonte, era a pie, a “pata pelada”, ida y regreso. Esta situación, muy común en la niñez de nuestro país. Muchos como él, no lograron estudiar más y ver truncadas sus aspiraciones. Con el título en mano, el Diploma de Conclusión de Estudios Primarios, le permite, por lo menos, defenderse un poco mejor, porque ya sabe leer y escribir, importante para un trabajo, en esos tiempos.
Mira en el horizonte, la posibilidad de aprender un oficio y así conseguir trabajo. El trabajo de la zapatería. Le entra de lleno al oficio de zapatero e inicia el aprendizaje donde Rigo Oreamuno, zapatero y propietario de una zapatería con mucho prestigio en la ciudad. Aquí, muy joven, sigue al pie de la letra, las enseñanzas de don José “Chepe” Mena, un maestro zapatero, su primer instructor en el arte de la confección de calzado.
Pasados dos años, ya confeccionaba calzado pequeño, para niños, los llamados “zapatos romanos”. El taller de Oreamuno le dio trabajo y apoyo durante seis años, hasta buscar otro horizonte económico porque tenía la posibilidad de aumentar el ingreso de sesenta colones por semana a noventa colones, en el taller de Juan María Vásquez. Tiempo después, el taller de Oreamuno, fue ubicado en otro sector de Alajuela.
Con mucha más experiencia, el joven zapatero alajuelense fue a más en su oficio, logrando ingresar a una fábrica grande, como decir una universidad si la comparamos con un taller pequeño, llamada “El Progreso”, cerca del INVU Las Cañas, al sur de la ciudad. La gran ilusión fue progresar en el trabajo con su oficio en la gran fábrica, pero el destino fue otro. Aquí laboró únicamente cuatro meses, debido a la inclusión de tecnología en la fábrica con maquinaria moderna, aparatos que vinieron a sustituir el trabajo manual de muchos trabajadores, muy bien aprendido en talleres artesanales.
Sin trabajo, reinicia de nuevo su carrera. Volvió a talleres de zapatería, muy conocidos. Zapatería Montoya, Jorge Lee (Chino Lee), Los Vega, Carlos Segura y otras, donde estuvo catorce años, entre una y la otra. También existían la de Beto Porras, Tulio Castro y la de Chicha.
De tanto andar de taller en taller, siempre adquiriendo más experiencia, decide algo propio y se declara independiente con la fundación de un taller en su casa de habitación, estableciendo la “Remendona” propia, con la compañía de algunos familiares y su madre de ciento y un años de vida, doña Gloria Molina, en su casa.
Hoy, con ochenta y dos años, sigue laborando, hace más de dos décadas, sin jefe, sin compañeros, sin tocar puertas de un lugar a otro. A pesar de sus dolencias físicas, don Gilberto continúa con la zapatería, hasta que Dios decida, porque ÉL, dice, “es el dueño de todo lo que nos rodea y nos suceda”. Un trabajador lleno de Dios y trabajo. Confía en el Ser Supremo para que le dé muchos años de vida y trabajo al lado de sus familiares, hasta llegar a tocar la puerta de la Mansión Celestial, también como zapatero…
Con una memoria impresionante, nos detalla las fábricas, remendonas y talleres de zapatería, antes y después de mil novecientos cuarenta y ocho:
- En El Llano de Alajuela, detrás de la Ermita, don Misael Alfaro, tenía la fábrica de zapatos.
- En El Llano de Alajuela, vecino de don Misael, Moma Artavia, confeccionaba zapatos tipo «Volteados». Hoy, sigue la tradición, su hijo Sergio Artavia.
- En la conocida «Calle Real», centro de Alajuela, esquina de los bomberos, se estableció «Chepito», con la remendona durante más de 30 años.
- En la misma calle, don José Duarte, «Chepito padre». Tienda de calzado de Chepito Hijo. Zapatería con más de 60 años de existencia.
- Taller de Rafa Rojas
- En el corazón de la ciudad de Alajuela, por la «Bomba 76», la famosa remendona de «Los Chizas» González.
- Vecino de Los Chizas, estaba la zapatería del señor Carlos Blandino y la zapatería de El Chino Lee.
- Zapatería Cano, sobre la Calle Real, Alajuela.
- Mercado Central, al costado Sur, el taller de Joaquín Arrieta.
- Parque Juan Santamaría, 50 metros al norte, don Segundo Lazo, trabajador de mucho prestigio, llegó procedente de Nicaragua, en el año 1936.
- Parque Juan Santamaría, cerca un hotel llamado Juan Santamaría, en el hotel trabajaban unos señores de Nicaragua. Zapatos Zepello.
- Zapatería de don Carlos Arroyo, centro de Alajuela
- Zapatería de don Rubén Arce, centro de Alajuela
- Costado sur Corte Suprema de Justicia, en unas casonas de adobes, don Aníbal Solórzano, trabajaba con sus hermanos.
- Vecino del famoso bar «ZanZi» , cerca del Parque Juan Santamaría, la zapatería de Walter Alfaro.
- En el Barrio La Agonía, la fábrica de zapatos de don Adrián Bravo y hermano.
- En el Barrio La Agonía, la remendona de Paulino Soto Córdoba, «Cusuco».
- Barrio El Carmen, Alajuela, Juan María, conocido como «Cuechitas».
- Barrio El Tesoro sector Calle Ancha, el taller del señor Mayorga.
- Taller y zapatería del Señor Madrigal, posible centro de Alajuela
- Barrio El Arroyo, Alajuela, remendona de Los Vegas.
- Alajuela, centro, taller y zapatería de don Rodrigo Oreamuno.
- Alajuela, centro, la zapatería de don Elías Alfaro.
- Alajuela, centro, de la cárcel de Alajuela, 200 metros norte, hoy Museo Histórico-Cultural Juan Santamaría, la zapatería de don Humberto Porras, quién confeccionaba los zapatos a la Liga Deportiva Alajuelense.
- Emilio Araya, padre de Emilio Araya (Totó), 50 metros norte de la Catedral, Alajuela.
- Carlos Corella.
- Chanclazo
- Filiberto, en El Llano, hijo de doña Marta.
- Quitencola (No hay más datos).
- Checa Álvarez
- En Plaza Iglesias, un zapatero le decían «Viejo Feo».
- Juan Ramírez, «Mamacita». También reconocido músico alajuelense y nacional.