«Las galletas de Nayo»…recordemos una anécdota de los chiquillos de antes.   Leave a comment


Don Reynaldo Bravo Molina, “Nayo Bravo”, para toda la comunidad alajuelense, cuando le urgía realizar algunas compras o “mandados” en el centro de la Ciudad o en el barrio, buscaba a la persona más de confianza, para dejar en sus manos la administración o cuido del popular establecimiento, su pulpería. Ésta, ubicada en la esquina sur-este de la Iglesia La Agonía, en Alajuela, en plena avenida central de la ciudad.

Una centenaria edificación, como la Ermita de El Llano, con techoCantina Nayo 1 entejado y paredes de adobes y bahareques. En un sector de la misma, don Agustín Bravo, su papá, había instalado la popular “pulpería y cantina”, muy visitadas por los vecinos; unos, a comprar las necesidades del hogar y alimentación,  y otros, especialmente varones, clientes o necesitados de un “calentamiento interno” con una bebida, cerveza, un «trago» de vino o simplemente un guarito. Sin faltar la tertulia, con variados temas.

“Usted, chiquillo, le encargo el cuido de la «pulpería» , ya vengo, por favor…”

El establecimiento,  siempre con pan en sus urnas, galletas dulces, azúcar, mantequilla, salchichón, tosteles, polvorones, cajetas, helados, refrescos gaseosos y otros productos de uso diario en los hogares.

Advertía al niño, no pasar el límite con la cantina. El chiquillo, más o menos de unos diez años de edad, mostró siempre entusiasmo por el aprecio y confianza que Nayo tenía en él. La ausencia del señor no era por mucho tiempo, eran salidas rápidas pero urgentes para los intereses de don Reynaldo.

Nada más,  Nayo decía: “venga, mi vecino, le encargo la pulpería, ya vengo, no tardo,”. Al rato regresaba con una bolsa de mecate, una caja de cartón, libros o algunos papeles.

Entre la variada mercadería de la pulpería, la más apetitosa para el joven escolar, eran las galletas color amarillo huevo, con el nombre “Yemitas”, en el centro de cada galleta. Muy conocidas, deliciosas, perseguidas por niños y adultos. ¡Es qué sabían a gloria, acompañadas con cafecito, con refresco gaseoso o solitas!

Sobre la ancha y larga urna, siempre uno, dos o tres recipientes de vidrio, con tapa de madera, especiales para depositar y mantener fresquitas decenas de rosquillas, confites y otros productos. En uno de los vasos, montones de galletas, unas sobre otras, formando varias columnas a la vista de todos los clientes. Para la vista y paladar del niño, el vaso con galletas color yema, similar al color del huevo en su interior, fue su gran tentación.

Los niños de hace muchas décadas, de muy escasos recursos económicos, no manejaban dinero para comprar sus antojos. Un diez, un cinco, un cuatro, una peseta…esto era mucha plata, pero aquel muchachito obtendría alguna moneda o monedas al regreso de su “patrón” y así disfrutar de un refresco, chocolates, confites, cajetas u otras golosinas, presentes en las estanterías, en la refrigeradora, en las urnas, cajas de cartón o vasos.

En una de las salidas de Nayo, que no eran todos los días, el niño no aguantó la “dieta” y quitó la tapa del recipiente, con cierto nerviosismo, sin la presencia de Nayo. “No, mejor no, sin permiso, no…”, sintió que una voz le aconsejaba. Y la regresó a su lugar, cerrando el vaso de inmediato.

Minutos más tarde, la tentación no se hizo esperar y terminó con tres galletitas,  devoradas hasta ir a parar al estómago.  Al regresar, su intención era de inmediato manifestar su acción, pero  don Reynaldo, se adelantó, depositándole en la bolsa de su camisa una o dos monedas…»vaya tranquilo a su casa, tranquilo», le dijo.

“No, don Nayo, no me dé dinero, me comí tres galletas yemitas, mientras Usted no estaba”. «¿Y qué tiene qué ver eso?», le preguntó.

El niño sintió que don Nayo se iba a poner muy furioso, tan  “bravo” como su apellido, manifestando las quejas ante su madre, por tomar las cosas sin permiso, pero la reacción fue diferente. Don Nayo abrazó al jovencito felicitándolo por su honradez: “Venga acá, chiquillo, qué vecino más bueno, cómase las galletas que quiera y vaya a su casa”, le manifestó con mucha alegría…

Siempre recordamos la acción de don Reynaldo Bravo y la acción del muchacho. Dos manifestaciones de humildad y ejemplo de buenas costumbres.

Cuando vemos malas costumbres o actos innobles y corruptos de muchas gentes que, teniendo el control de dineros y bienes, abren la tapa de estas fortunas y sin temblor en las manos y mente, pero con el bolsillo lleno, disfrutan de riquezas que no le pertenecen. Malversación de fondos, peculado, enriquecimiento ilícito y más actos corruptos. ¡Todo se lo comen y ni “colorados” se ponen!

Mucho tiempo después, la edificación fue víctima de un fuerte terremoto, convirtiendo sus paredes en polvo y recuerdo de lindas historias.

El niño de esta anécdota, es quién la escribe…casi seis décadas después…

 

 

Publicado abril 5, 2017 por José Manuel Morera Cabezas en Historias

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