Claro que asusta y causa preocupación, cuando vemos en las noticias informando de trenes entre sí en violentas colisiones y otros accidentes que bien podrían evitarse. Si es falla humana, o irresponsabilidad, debe ser sancionado. Pero es hermoso el viaje en tren.
Escuchar el pito del tren, llegando a la estación, en Alajuela, me gusta. Estación muy limpia, amplia, segura, cómoda. Trae recuerdos de nuestra niñez y juventud. Y de nuestra vejez. El tren nos trae grandes recuerdos, a todos.
Soy de viajar en tren, evitamos tensión en las carreteras, sin presas, menos contaminación, menos bulla, menos “palabrotas” y malacrianzas, menos conductores con licor y a alta velocidad, menos motociclistas imprudentes, no todos; pero no sentimos tanta tensión, si viajamos en tren. Siempre habrá cosas, pero menos.
Nos preguntamos, para qué tanto “pitorazo” del tren, cuando viajamos en él. No me explico cómo muchos conductores no los escuchan. Bueno, a veces es el mal uso de aparatos modernos, celulares, audífonos, computadores portátiles y otros sistemas que hacen posible la causa de accidentes, por más pitos del tren. Otros o muchos, sin atender el “si conduce no tome; si toma licor no maneje”. Y si estamos en otras, nos lleva el tren…
Desde el tren en movimiento o estacionado, ver la hermosa edificación de piedra y techo entejado, la Parroquia de San Joaquín de Flores (1888), es una estampa refrescante, de puro pueblo. Ya en Heredia, no falta algún fiebre del fútbol haciendo bulla con su musiquita: ¡Ninguno pudo con él ¡ Y para seguirle la corriente: “menos mi equipo Manudo, pudo con él…”
Nos recibe un San José lluvioso, frío, muy fresco, creo que nadie lo esperaba porque salimos de Alajuela con buen sol y calor, hace menos de una hora. Un delicioso cafecito en la Estación del Atlántico, ordenada cafetería, en medio de tanta riqueza arquitectónica, vigilada por la imagen del Sagrado Corazón de Jesús, el Santo del ferrocarril, otra edificación digna de admirar y proteger, patrimonio de Costa Rica, declarada en 1980 y fundada en 1908.
Me dirán que el tren es viejo, antiguo, chatarra traída de Europa. Sin duda, necesitamos, nos urge un sistema más moderno, pero es lo que tenemos, hoy. Qué los próximos gobiernos se pongan al lado de la modernidad. Lo contrario, se los lleva el tren.
Y muy agradable el saludo de la señora que recoge los tiquetes de tren: “Muy buenos días, Dios los acompañe”, mientras bajamos, en la estación capitalina.
Nacimos, mejor dicho, con el calor y sonido producido por los motores y pedales de las máquinas de coser ropa. Fue tradición en la familia, el amor y pasión por la fabricación de prendas de vestir, especialmente, la confección de camisas para niños y adultos.
Rosario o «Chayo», Dora y Adilia, desde muy jovencitas, iniciaron el aprendizaje del manejo de máquinas de este tipo, su visión se encaminaba a la profesión de finas costureras. Tijeras, moldes o patrones de cartón y papel, diseños, tipos de telas, hilos, elásticos y otros materiales, sus aliados.
Dora, pionera en la familia, ingresó a laborar en el único taller de camisas, en Alajuela, Edificio de «Industrias Erizo S.A”, de los hermanos José Manuel y Oscar Llobet Riba, fabricantes de las marcas conocidas de camisas, “Monarch”, «Esfinge», «Camel» y “León”, decisión de esta empresa de introducir este producto, a partir de 1932, ubicada en el centro de Alajuela, costado sur del Mercado Central de la ciudad. Empresa fundada en 1912. (Datos tomados del Periódico La Tribuna, del sábado 24 de febrero 1940).
Otras prendas fabricadas en esta industria: ropa interior fina, pantalones, muebles de acero Lyrsa de enorme consumo en el país por su belleza y solidez.
Se dice que en la ceremonia de inauguración de la empresa, se entronizó la imagen del Sagrado Corazón de Jesús, como un acto de fe y protección para todo el personal, empresarios, clientes y pueblo en general.
Con el ingreso y salida de estas señoras de la floreciente empresa, decidieron tomar un camino independiente y formar en sus hogares, sus talleres. Allí, en sus cálidos hogares, terminaron sus vidas, junto a las herramientas de trabajo, herencia recibida por sus hijos y otros familiares.
Sus hijos e hijas, nacimos, crecimos y nos desarrollamos en este ambiente de trabajo, en nuestros hogares; incluso, sus esposos tenían algo que ver con las máquinas y el taller; los llamados “jefes de hogar”, se involucraron en esta actividad. Sin faltar tíos y primas. La famosa industria alajuelense, fue la universidad de ellas, quiénes pusieron en práctica sus conocimientos, para el bienestar familiar.
Sus talleres eran independientes. Cada grupo de familia con sus metas y posibilidades económicas. Dora y Chayo, instalaron talleres grandes, en comparación con el taller de Adilia y Tina. Adilia con su tallercito, con menos máquinas y personal de planta, ella de conductora y dos de sus hijos, José Manuel y Maruja, desde muy temprana edad, siendo niños de escuela ya estaban involucrados al taller de costura. Sin faltar la presencia de Elena González y su hermana Chepita, así conocida en la familia, trabajadoras del taller por muchísimos años, hasta el fallecimiento de Adilia, la Patrona. Dos trabajadoras que lo dieron todo por nuestra familia, por el trabajo en el taller con su calidad de finas costureras, responsables toda la vida.
Tina, no estableció un taller. Con su maquinita personal se especializó en confeccionar lindas sábanas con pedazos de telas a color y estampadas, colchas, almohadas, delantales, adornos y otros artículos con lindos bordados que trataba a buenos precios su mercancía con los vecinos y familia.
Dora y Pablo, con el taller familiar, también confeccionaron camisas de toda talla y otras prendas. La Tienda Formosa, propiedad de un asiático, uno de los grandes clientes que daban trabajo al taller de nuestra tía, Dora. Esta tienda estuvo ubicada durante mucho tiempo en la esquina sur-este del Mercado Central de Alajuela. También la Colonia Polaca y la Colonia Judía, ambas en la Capital, San José, mostraron admiración por el fino trabajo que les confeccionaba el taller familiar alajuelense.
El taller estaba ubicado a unos metros del Estadio Alejandro Morera Soto, en el centro de la Ciudad. Un bonito recuerdo fue en 1966, aunque no era un trabajo político, Dora y su esposo, lograron el contrato por la confección de banderas (de tela) del «Partido Unificación Nacional» – uno de los hijos de Pablo y Dora, recuerda que el taller confeccionó entre trescientas y trescientas cincuenta mil banderas – con el candidato don José Joaquín Trejos Fernández, agrupación política costarricense. En esos años de campaña política, todos los partidos políticos, o casi todos, invertían grandes cantidades de dinero en este rubro.
Ella administraba el taller, con varias máquina de coser y dos obreras. Tanto era el trabajo por realizar que decidió reforzar el personal. Al autor de esta anécdota, «Recuerdos de taller», contactó para que le ayudara a sacar la tarea. No fue cuento. Lo instaló en la máquina especial de «overlock», de sobra conocida por el trabajador, porque era su especialidad en el taller de Adilia.
«Le encargo confeccionar tantas (el trabajador no recuerda la cantidad) banderas diarias», le dijo. Para el nuevo trabajador, fue una diversión, pasar todo el día en esta labor, junto a la familia. Con inmenso orgullo dice haber confeccionado miles y miles de banderas con los colores «azul-amarillo-azul», del partido político mencionado.
Con menos de diecisiete años, conoció gente de aquel partido político y dirigentes, quienes llegaban al taller. No recuerda si «Cielito Lindo»- este es el sobrenombre de don José Joaquín quien portaba un «lunar» o mancha negra sobre su boca, parodiando a la famosa canción mexicana – nos visitó, pero Dora lo destacaba como una «gran persona»; todo este ambiente «laboral-político» hacía sentir gran satisfacción en el joven por el valioso trabajo y orgullosamente un obrero adolescente. Sintió orgullo por trabajar en beneficio de nuestro hogar y por participar en «política», sin pertenecer a ningún grupo de esa índole. Era su trabajo, cumplir con el trabajo asignado por la tía, ganara quién ganara las elecciones generales del año indicado.
Banderas de los partidos políticos ondeaban por todos los rincones de nuestro suelo costarricense, aunque las preferidas del trabajador eran las que pasaron por sus manos de «costurero»: las miraba en los techos pintados o con herrumbre, en negocios comerciales, árboles en la ciudad y zonas rurales, en automóviles, en manos de ancianos y niños, en bicicletas, en manos del pueblo. «En esas banderas está mi trabajo, el de mi tía y otras colaboradoras del taller», decía con orgullo.
Y es que el pueblo mostró el «color político» con entusiasmo, sin temor de represalias, sin ocultar nada, mostramos nuestro pensamiento político, que importa si éramos comunistas, socialcristianos, socialdemócratas, extremistas o cristianos. Todo era una fiesta electoral, con gane o pérdida. Una Costa Rica muy alegre, democrática, con mucho colorido electoral, con intensa colaboración del ciudadano en las «Juntas Receptoras de Votos»; otros, transportando gente en sus vehículos y hasta participando con mucho amor en la preparación de alimentos para sus seguidores en mesas electorales y otros puestos; una estampa democrática muy agradable para nacionales y extranjeros al sentir tanto fervor y respeto.
Muy bellos recuerdos del taller nos dejó ese momento electoral costarricense y nos permitió obtener unas «extras económicas» más para el sustento de nuestro hogar.
Las banderitas que llenaron la bodega del taller, fueron los colores elegidos en las elecciones por el pueblo costarricense. Un bonito recuerdo y experiencia labrado con trabajo en el taller de Dora y Pablo.
Y no importa repetir el bello concepto: los hijos de estas incansables mujeres, nacimos en los talleres y aprendimos lo que son la responsabilidad y transparencia para ponerla en práctica en nuestras vidas.
Allí, en las fabricas hogareñas, conocimos hasta de mecánica, porque nos correspondió limpiar el interior y exterior de las máquinas, aceitarlas, fijar piezas, conocimos el esqueleto de acero, su interior. Conocimos las herramientas para el trabajo.
De edades escolares, experimentamos el contacto con cuadernos, lápices, borradores, mezclados con herramientas de uso diario del taller: máquinas, tijeras, hilos, botones, moldes o patrones de cartón, lápices de grafito, bobinas, carretes, agujas de mano y de máquina, aceites, elásticos, entretelas y otros materiales necesarios en la fabricación de camisas para vender, de tallas grandes para adultos y niños.
Así, colaboramos con la venta de camisas, casa por casa, en los barrios cercanos al Barrio La Agonía, Alajuela, donde doña Adilia y Cayetano, tenían establecido el taller, también el Molino para moler maíz y su hogar.
Maruja y José Manuel, éste, cargando la caja de cartón con varias camisas de uniformes escolares y otros diseños, generalmente a cuadros, tocamos puertas y ventanas: ¡Upe, upe, camisas, camisas, del taller de Adilia», así nos identificamos ante los vecinos.
Esta función, de ventas casa por casa, similar al tipo «polaco», aunque no portábamos ningún tipo de tarjetas para apuntar ventas, muy propios de ese sistema de «polaquear», como lo hacían también los adultos casa por casa, los niños «vendedores ambulantes» ya manejábamos bien el uso del dinero por las ventas. Incluso, nuestra hermana menor Elizabeth, vendía otras cosas y le valió el sobrenombre «POLACA», personaje muy conocido en nuestros barrios y en Alajuela. Apodo que llevará hasta el fin del Mundo, porque así quedó en la mente de todos. Sin necesidad de pronunciar el nombre y apellidos, «La Polaca» se ganó el aprecio de la gente por su humor, humildad, mujer emprendedora.
Y no debemos pasar por alto, la especialidad de doña Adilia. Su exquisita especialidad en la confección de «camisas a la medida”. El cliente traía el género (tela) a su gusto, comprado por metros en las tiendas de la ciudad. Adilia, con cinta métrica colgando a su cuello, frente al cliente, tomaba la medida: cuello, largo, ancho, hombros, estómago. Sin faltar su pregunta a todos los clientes si quería una bolsa o dos bolsas en la camisa, sport o para corbata y otros detalles. Una artista muy famosa en hacer este trabajo, a gusto del cliente. Hoy, el sistema de camisas a la medida, va desapareciendo.
Las anécdota no faltaban en estos centros de trabajo, más si estaban en las propias casas de habitación.
Una visita al taller, proveniente de la provincia séptima de Costa Rica, Limón, con familia en El Llano de Alajuela, entró por primera vez al taller de Adilia: «Buenas tardes señora, «necesito unas camisitas», dijo. Adilia, siempre muy atenta, le mostró camisas que tenía en exhibición en un humilde mostrador o mesa de madera, camisas muy bien presentadas, empacadas en bolsas plásticas, como lo hacían las grandes tiendas de ropa en Alajuela. El caballero al ver las camisas, le dijo: «No señora, soy de campo, ganadero y campesino, estas camisas son muy finas, necesito algo más humilde, de otras telas, algo así como más sencillitas». La jefa del taller le mostró otro tipo de camisas, siempre finas porque la confección siempre fue fina, de menor precio, sin empacar, guindando de unos ganchos. «No señora, yo quiero como las que venden en los «cachivaches» en iglesias y escuelas, es para el trabajo de campo», se rajó el comprador. «No caballero, las presentes son las únicas, en fin, hagamos un trato, lleve sus camisitas y se las dejo aprecio de cachivache». Es que Adilia era especialista como vendedora.
Otras veces, al cliente le hacía falta para completar el costo económico de la prenda y Adilia las daba a menos precio. Y, en otras ocasiones, regalaba la camisa. Con todo el Mundo quedaba bien y el taller nunca dejó de vender…manos que dan, siempre el taller estará lleno. Más de una tienda de esas grandes, se deseaba una empleada así.
Las camisas siempre tenían salida, con buena clientela. La otra forma era el sistema de «Club de Camisas», inventado por Cayetano y un amigo vecino, muy amigo de la casa y del taller. Paralelo al trabajo del Molino de moler maíz y la venta de masa para establecimientos y casas, Cayetano dedicaba valioso tiempo en el exitoso sistema que funcionaba con el juego de la lotería nacional de los domingos. El premio mayor, o «gordito», como decimos en Costa Rica, determinaba quién era el ganador de las tres camisas del famoso club, todos los domingos.
El cliente que se apuntaba a este sistema, pagaba mensualmente una cuota. Si el número asignado o escogido por el cliente no salía en la lotería al final de las cuotas pagadas, ganaba el derecho a las camisas. Si el número salía en la primera cuota o siguientes cuotas, el cliente ganaba las tres camisas, ya fuera con una o varias cuotas pagadas. Lo cierto es que ambos, clientes y Cayetano, siempre se mostraron satisfechos con el sistema, un sistema justo.
Así, todas las semanas, se confeccionaban camisas para el Club, donde el cliente elegía o se le confeccionaban las camisas a su gusto, color, lisa, estampada con telas a cuadros y otros diseños. Eso sí, decía Adilia: «estas camisas van hechas con los mejores hilos de venta en el mercado, a conciencia y con telas que «no encogen ni destiñen». Esto de encoger y desteñir, eran telas más baratas o de precio inferior que en la «primera lavada», se convertían en más pequeñas y perdían el color. Hasta manchaban la ropa de las casas cuando se mezclaban entre sí. Adilia no invertía en estas telas. Compraba lo mejor…
La otra historia corresponde al taller de Chayo Cabezas Quesada y Modesto Castro Araya, más la numerosa familia que conformaron este matrimonio, ocho mujeres y cinco hombres, más otros familiares como primos, sobrinos y algunos vecinos, fueron piezas importantes en el taller; en su enorme taller fueron especialistas en la confección de camisas, aunque años más tarde algunos de sus hijos e hijas optaron por otras prendas.
Iniciaron en el barrio El Carmen, Alajuela. En la misma casita, instalaron una pulpería y el taller de sastrería porque Modesto era un fino sastre. Del céntrico barrio alajuelense, se mudaron al bonito barrio El Brasil, también en la provincia citada, primero en una propiedad de don Tuto Solórzano, siempre alquilando casa y luego en la propiedad de doña Albertina Valverde, hasta adquirir la propiedad en veinticinco mil colones, que es la actual donde fueron ampliando el galerón para el gran taller, ya ubicado en una segunda planta. Aquí, tenían más de cuarenta máquinas de coser y albergaba a más de cuarenta y cinco trabajadores.
El principal contrato de camisas lo tenían con la empresa Francisco Llobet e Hijos, en Alajuela, bajo la marca «Montisa», propiedad de los españoles. Camisas de vestir lisas y estampadas para jóvenes y adultos y sin faltar el fuerte de la producción que consistía en camisas blancas y celestes para uniformes escolares y colegiales. También confeccionaron camisas para empresas que distribuían en otros países. O sea, el trabajo del taller de nuestra familia, brincó nuestras fronteras costarricenses, en esos tiempos, hace más de medio siglo.
Otro punto comercial importante para el trabajo de Modesto y Chayo, fue la «Tienda Quesada», ubicada en el Mercado Municipal de Alajuela, también en camisas. Para el trabajo de la Tienda Llobet, Tienda Quesada y otras, éstas aportaban la tela y Modesto era el encargado del corte y diseño, primero a pura tijera y luego ya con alguna máquina industrial. Del transporte de las telas y la confección de miles de piezas, lo ejecutaban las empresas citadas, no por la «Fábrica Marilyn», el nombre del taller aunque a la fecha no sabemos el origen del por qué nació esta bonita identificación.
Con el fallecimiento de la pareja, fue mermando la tradición del taller. Sus hijas e hijos se independizaron. El taller fue bajando su producción. Hoy, Belén, hija de la pareja, con más de setenta y cinco años de edad y algunos padecimientos en su salud, aún trabaja en su tallercito independiente, lo mismo hace Miriam, siempre en la confección de camisas y otras prendas.
De esta forma, las tres mujeres de los talleres adquirieron mucha experiencia en esta profesión u otra especialidad como lo hizo la hermana menor, Tina. Por su trabajo fueron conocidas en toda la comunidad alajuelense y hoy, con lindos recuerdos, rendimos homenaje a estas mujeres de trabajo.
Como autor de esta nota, recogida del testimonio oral de familiares, indicamos algo de nuestra historia metida en el taller, nuestra vida de niño y adolescente, junto a nuestra madre Adilia y Cayetano, siguiendo sus consejos y forma de trabajar. Ya en la elaboración de las camisas, iniciamos el trabajo como «cortador de hebras de hilos», que quedaban al final del ruedo de las camisas o en otras partes. En otras palabras, esta función consistía en limpiar de residuos de hilo, a la prenda.
Este trabajo, aunque fuera sencillo, había que tener mucho cuidado o tacto para no dañar la tela de la prenda. El uso de tijeras para cortar los hilos, podía perforar la tela o perforar la piel, si estábamos pensando en otra cosa, que no fuera el trabajo encomendado por nuestra “jefa” del taller, nuestra madre.
Pegar botones con aguja, otro trabajo asignado. La confección del ojal u ojales, lo ejecutaba muy bien, nuestra madre. Utilizaba una máquina manual conocida como “ojaleador”, adaptada a una máquina de coser plana. Ya listos los ojales en cada prenda, unía las dos partes delanteras de la camisa para hacer coincidir la ranura del ojal, abiertos con la punta de una navaja de afeitar, con el punto marcado con el lápiz de grafito, allí tenía que ir el botón y….¡bien pegado!.
“Tome esta cajita con botones, el hilo y la aguja, ponga atención, cómo se pega un botón”, decía, tomando los cuatro elementos para la enseñanza en la pega de botones, la camisa, el botón, el hilo y la aguja.
Con enorme paciencia, explicaba en la práctica, cómo pasar y cuántas veces, la aguja con el hilo, por los orificios o huequitos y al final una especie de “remache”, como un nudo, detrás del botón, para darle seguridad. Podía fallar la tela, perder el color o romper por el uso y tiempo, pero los botones resistían todo eso, allí morían de otra forma.
Doña Adilia, muy minuciosa, muy fina y honrada para hacer prendas de calidad y de esta forma ganar la confianza del cliente, siempre obtuvo el reconocimiento por el trabajo hecho a conciencia, en el taller casero. Todo el Mundo comentaba el trabajo de doña Adilia. «Es muy fina y honrada», decía la clientela. Muchas décadas después, hoy, la gente recuerda y reconoce la calidad de persona y trabajadora.
¿Y cómo eran los botones? Para las camisas, generalmente, los botones tenían dos formas. Con dos y cuatro huecos, color blancos o transparentes. La diferencia, pudo ser en la calidad, presentación, tamaño o precio, pero ambos desempeñaban la misma función. Eso sí, los de cuatro exigían un poquito más de tiempo para pegarlos.
Es importante anotar que en el taller, no habían máquinas especiales para hacer los ojales y pegar botones, esto porque no había suficiente dinero para adquirirlas o no existía este tipo de maquinaria, al inicio del funcionamiento de esta actividad. Ni modo, todo manual. El taller de Adilia, era sencillo, poca maquinaria y personal, a penas para lograr una entrada económica que aliviara los gastos del hogar. Poco a poco, con el esfuerzo de cada uno, del hogar, el taller fue tomando más fuerza.
El avance tecnológico e industrial en este campo, modernizó un poco nuestras funciones. Dos nuevas visitantes llegaron a nuestro hogar, una máquina de pegar botones y otra para la confección de ojales. Así, fue más rápido y productivo el trabajo. Así, dejamos atrás la cajita con botones, la aguja y el hilo.
Hoy, ya sin existir el taller, cuando falta un botón en una prenda, acudimos a la cajita. Nos trae grandes recuerdos y aún funciona para estos casos, sacándonos de apuros. Y lo que se aprende bien, como nos enseñó Adilia, nunca se olvida…
Luego, vinieron otras máquinas, siempre conformando un taller pequeño, pero suficiente para nosotros. Esos instrumentos de trabajo, siempre nos acompañaron, dieron su vida útil, algunas piezas o motores fallaron y fueron sustituidos por indicación de mecánicos profesionales de la época; otras, quedaron a un lado del taller como simples recuerdos.
Así, con trabajo, con esfuerzo y sacrificio, salimos avante. Chayo, Tina, Dora y Adilia, grandes obreras y guías de nuestros hogares. Familias ejemplares, el trabajo y la honradez fueron estandartes que siempre portamos, familias obreras, sin estudios académicos, luchamos y contribuimos al bienestar de nuestras familias y un gran ejemplo para todos.
¡Muchas gracias, Adilia, Dora, Tina, Chayo…hoy, los que estuvimos junto a Ustedes, sabemos que siguen de costureras en el Cielo, junto al Creador y los Ángeles…!