
En el capítulo anterior, “Una mirada a lo de antes”, presentamos una reseña histórica dedicada al establecimiento administrado por don Alfredo Rodríguez Flores y su esposa Mireya González Vargas, ubicado en Concepción El Llano, Alajuela, Costa Rica. Centroamérica.
Hoy, tomando el testimonio oral y escrito de vecinos locales y de otras comunidades, insistimos con el lindo tema, más amplio y preciso de este inolvidable trabajador alajuelense y su familia.
El establecimiento – una pulpería o comisariato – nunca mostró un nombre como es la costumbre, nada más conocido como «Pulpería de don Alfredo», aunque el pueblo utilizaba el término “Donde Alfredo”, para identificar la ubicación y llegar de inmediato, sin necesidad de rótulos comerciales y otros.
Sí, «Donde Alfredo» encontramos de todo, hasta lo que no había. Todo para niños y grandes, Alfredo lo tenía: botones de pólvora que mediante fricción los hacíamos reventar, chicles de bola, confitería, galletas, trompos, yoyos de la Coca Cola, anzuelos y nylon para pescar, maquinillas para afeitar, lindos regalos envueltos en celofán para días especiales de cumpleaños o día de la madre y padre, pañuelos, peines y medias para hombres, juegos de magia, alquiler de revistas a diez céntimos cada una, barriletes y el hilo para estos hermosos juegos disfrutados por niños y adultos, melcochas, blanqueadores de ropa (hidrosulfito), artículos de ferretería, bazar, abarrotes, sastrería, costureras, estudiantes y maestras, velitas para altares, canfín, mechas para quemar el canfín en las cocinas, adornos para el hogar, piñatas, cromos, postales, librería, desodorantes, elásticos muy utilizados por las costureras y sastres; en fin, todo lo necesario para todo. «Donde Alfredo» había de todo.
Y no podemos olvidar los días de fútbol, especialmente los domingos, en la Plaza de El Llano. Fue tradición la venta de los ricos «lecheros de sirope», acompañados de «polvorones», elaborados por don Carlos Artavia, quién también se encargaba de llevar mercadería variada, desde el centro comercial de don Jorge Ávila, en el puro centro de la ciudad, a solicitud de don Alfredo. Y es que don Carlos era un eficiente empleado y reconocido por elaborar el delicioso pan que no podía faltar en las pulperías de antes.
Muchas, muchísimas anécdotas escribimos junto a Alfredo y familia. Todos los que crecimos por los alrededores de su establecimiento, nos enviaron desde nuestras casas donde Alfredo, a los encargos y mandados. Y jamás vamos a olvidar el trato y respeto de un señor noble, amable, servicial y trabajador.
Clientes del establecimiento recuerdan el sistema de “Ferias” por las compras: “¿Y la feria?”. El cliente exigía la feria. Como respuesta inmediata, Alfredo introducía su mano en un envase o bolsa y daba un puñado de confites quebrados de diferentes sabores y colores. El mandado se nos hacía más placentero, disfrutando de confites, melcochas, caramelos y otras delicias. Y alcanzaba para llevar a la casa. Nos encantaba hacer los mandados y pedir, por ejemplo, “media libra de azúcar, una barra de numar y la feria”, pero don Alfredo exigía decir “margarina” y no lo otro.
Otros recuerdan la compra de velitas y canfín para iluminar los altares, dedicados a la creencia y fe en Santos y Ángeles, pidiendo a Dios y a la Virgen por la felicidad y salud de las familias.
“Yo, – Nos cuenta una vecina – con seis añitos, andábamos solitos en las calles, sin ningún miedo, seguros, hicimos los “mandados” del hogar, ordenados especialmente por nuestra madre. Nos indicaba: “vaya donde Alfredo y me trae una velita y canfín”. Recuerda la vecina que en una ocasión su hermana menor trató de prender las velitas y casi quema toda la casa, dando gracias a Dios porque no pasó a más y todo fue un tremendo susto para todos.
En otros mandados le correspondió, dice otra vecina, comprar cinta adhesiva por metros, a diez céntimos cada metro. Con un metro de cinta caminaba con los bracitos extendidos, hasta la casa en Villa Hermosa, a dos cuadras del establecimiento.
Y para los tiempos de diciembre, aumentaba el consumo de canfín utilizado en anafres y fogones, especiales para la elaboración de tamales, panes y otros platillos tradicionales en la mesa de los costarricenses.
El autor de este texto, recuerda así a don Alfredo: con unos diecisiete años de edad, le pregunté a don Alfredo si tenía maquinas de afeitar. «Sí, aquí tengo una». No recuerdo el precio, lo importante era el aparato. Una maquinilla donde se le adaptaba la hoja, con el sistema de quitar y poner. La maquinita me sirvió por un montón de años, hasta extraviarla en un viaje al interior del país. ¡Cuánto me dolió esa pérdida!, pero no olvido la historia anotada de mi juventud, hoy ya un adulto mayor de más de setenta y un años de edad.
Había mucha oferta y paciencia al comprar. Un día, cuenta un señor ya adulto de El Llano, un cliente perdió la paciencia por la espera en ser atendido y Alfredo dijo: “Si realmente lo necesita, ahí volverá”.
Bueno, ahora trataremos de ubicar los lugares o puntos donde estableció Alfredo su negocito familiar, en Alajuela. Primero, es bueno destacar que a los quince años de edad ya iniciaba sus primeros pasos como comerciante, en un pequeño local en el centro de la ciudad, frente a la conocida casa de don Hugo Beer, reconocido odontólogo.
En el año 1961, inició labores más fuertes, trescientos metros al sur entrada sombra del Estadio Alejandro Morera Soto; luego, diagonal a la esquina “suroeste” de la Plaza Concepción El Llano y por último en el Invu 3, Las Cañas, Alajuela. Aquí, sí utilizó el nombre «Novedades», a su establecimiento.
Claro, don Alfredo para desempeñar con éxito su trabajo, sin duda tuvo siempre la colaboración de su esposa doña Mireya. En el orden del establecimiento, limpieza, atención al cliente y responsable de todos los pormenores, ante la ausencia de don Alfredo, encargado de realizar las compras de mercadería en la Capital, San José. Sí, junto a un gran trabajador, una gran consejera y administradora, como es toda mujer.
Sin duda, un hogar que recibió el ejemplo de trabajo honesto, transparente y de mucho sacrificio. Estos trabajadores y familias son los que hacen grande un país y barrio.
¡Don Alfredo y doña Mireya, son parte del recuerdo de nuestra niñez!
(Texto sujeto a cambios, agregados, correcciones). Lo escrito es tomado del testimonio de vecinos de EL LLANO y otros lugares.
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