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Mi madre y sus tres hermanas, aprendieron un mismo oficio. Muy jóvenes se enrolaron en una famosa fábrica de camisas, ubicada en el centro de Alajuela y aquí salieron graduadas con el título de «Costureras,» especialmente en la confección de camisas para adultos. Obtuvieron muchos conocimientos y experiencia.
Años después, instalaron en sus hogares su propio taller, cada una de acuerdo a sus posibilidades económicas, involucrando a sus hijos y hasta esposos. Hermosa herencia transmitida a nosotros los hijos y nietos, una valiosa herramienta de trabajo, muy útil para continuar la vida, de sobra ocupados.
En aquellos talleres caseros, también se pulieron y confeccionaron otras prendas. Pantalones, blusas, vestidos, ropa interior para damas, delantales, sábanas, fundas, gabachas, camisas para futbolistas, incluso, hasta las sotanas de algunos sacerdotes.
El taller de Dora, Adilia y Chayo estaban, cada una, ubicados en sus casas. Una mesa más grande que las del “ping-pong” y sobre ésta, siempre una máquina eléctrica para el corte de las telas, un par de tijeras enormes, tizas blancas especiales utilizadas en las sastrerías, fardos de tela y moldes de cartón (patrones) con la talla de cada camisa. Al principio, el taller de Adilia, no contaba con máquina eléctrica, todo se hacía a «pura tijera».
Recuerdo, en 1966, las elecciones presidenciales ganadas por don José Joaquín Trejos Fernández, con el Partido Unificación Nacional.
Mi tía Dora, contrató la confección de banderas de esta agrupación política. Ella administraba el taller, con varias máquinas de coser y tres obreras. No fue cuento, me dio trabajo para que ganara unas “extritas” y me puso en la máquina de “overlock”, de sobra conocida porque en el taller de mi madre me especialicé en el manejo de este instrumento.
“Le encargo confeccionar tantas (no recuerdo la cantidad) banderas diarias”, decía. Para mi fue una diversión, pasar todo el día en esta labor, junto a la familia. Con inmenso orgullo confeccioné miles y miles de banderas “azul-amarillo-azul”. Con menos de diecisiete años, conocí gente de aquel partido político y dirigentes, quienes llegaban al taller. No recuerdo si “cielito lindo” – este es el sobrenombre de don José Joaquín quien portaba un «lunar» o mancha negra sobre la boca, parodiando a la famosa canción mexicana – nos visitó, pero mi tía lo destacaba como una “gran persona”; todo este ambiente político-cívico y laboral hacía sentirme muy valioso en este trabajo y orgullosamente un obrero adolescente. Sentí orgullo por trabajar en beneficio de nuestra casa y por participar en «política», sin estar metido en la política. Era mi trabajo.
Banderas de los partidos políticos ondeaban por todos rincones de nuestro suelo, aunque mis preferidas eran las que pasaron por mis manos de “costurero”: las miraba en los techos pintados o con herrumbre, en negocios, árboles, automóviles, en ancianos y niños, en bicicletas, en manos del pueblo. «En esas banderas, está mi trabajo, el de mi tía y otras colaboradoras del taller», decía con orgullo. Y es que el pueblo mostró el “color político” con entusiasmo, sin temor, sin ocultar nada, mostramos nuestro pensamiento político, que importa si éramos comunistas, socialdemócratas o cristianos. Todo era una fiesta, con gane o pérdida. Una Costa Rica más alegre, con mucho colorido electoral, con intensa colaboración del ciudadano en las «Juntas Receptoras de Votos»; otros, transportando gente en sus vehículos y hasta participando con mucho amor en la preparación de alimentos para sus seguidores; una estampa democrática muy agradable para nacionales y extranjeros al sentir tanto fervor y respeto.
En la casa de mi madre, mostrábamos una bandera, pero nunca la bandera confeccionada por mis manos porque éramos de otro grupo. Aunque yo la quería mostrar en el techo o en mi bicicleta.
Todo esto es historia, anecdótico…
Hoy, en el 2010, ya encima las elecciones generales, en mi barriada, en mi ciudad y en la mayoría de nuestra población, no ondean las banderas políticas. Se perdió el colorido, la emoción, la seguridad en creer en algo, aunque estuviéramos equivocados. Hoy, el entusiasmo se ha marchado, no vemos ondear banderas de ningún color, como antes. Todo es diferente. Hoy, no creemos como antes, no participamos como antes. Y de paso, nadie visita lo que queda de aquel taller para la confección de más banderas y ganar un poquito más. Porque nuestro bolsillo necesita más dinero, no importa el color del bolsillo ni el color de la bandera que genera una ganancia económica, en nosotros, obreros que hicimos el trabajo con transparencia y cariño. Sin considerar el color político. Nos correspondió la campaña de don José Joaquín Trejos Fernández, pero pudo ser otro partido. Y un honor y privilegio que el destino nos trajera a él y su grupo político, parte de nuestra Democracia.
Cuánta alegría y orgullo sentíamos cuando acudimos con nuestros hijos a las urnas electorales infantiles; con identificación de niño votante, me correspondió llevar a mis dos hijas a la escuela para que depositaran su voto, recuerdo que hasta votaron en contra de sus propios padres. También, parte de nuestra Democracia.
Hoy, una fiesta democrática que ha ido perdiendo brillo por culpa de muchos políticos. Políticos que no han respondido a las necesidades de su pueblo.
Más emoción y sabor a «tico» tenían las fiestas de antes…con el gane o la derrota en las urnas. ¡Cuánto disfrutaría volver al taller de mi tía, sentir de nuevo el entusiasmo del pueblo y poder confeccionar muchas banderas para mostrarlas al mundo, en manos del ciudadano orgulloso, alegre por elegir y hasta por perder…
(Publicado en La Nación, sección FORO, 31 diciembre 2010). Para la publicación en La Nación, apliqué algunas modificaciones.
Nota: algunas opiniones generadas por la publicación de esta anécdota:
Estimado don José Manuel:
Bello artículo el que Usted. presenta hoy en La Nación. Como parte de esa vivencia suya, me trajo a la memoria otros bellos recuerdos.
En tanto Usted hacía banderas para Don José Joaquín Trejos, Yo participaba como estudiante de tipografía de la impresión de los primeros afiches a color de Don Daniel Oduber, en la imprenta del Colegio Técnico Don Bosco.
Pero ha de creer que lo más bello de esa forma de hacer política, era que en mi hogar con las penurias económicas que vivíamos, aprovechamos para ir a los clubes políticos a solicitar banderas. Entre más grandes, mejor, porque con esas banderas nuestra bella Madre, costurera como la suya y su Tía, tenía la posibilidad de hacernos fundas, sábanas y piyamas. Un día verdes…. un día azules.
Hoy creo, que la responsabilidad política y social que he asumido con mis hermanos, permeo a través de tus banderas!!!!
Lo felicito bello artículo.
Luis Felipe Ureña Castro
comentarios En La Nación

Francisco Guillén 08:10 31/12/2010
Me gusta esta anécdota y también siento pesar por ese entusiasmo electoral que se vivía en Costa Rica así como ese respeto entre el ganador y el perdedor. Solíamos robarnos el show a nivel mundial. En las últimas elecciones fue Uruguay quien se coló en este protagonismo. Yo personalmente culpo a Otton y al PAC de no saber perder, y arremeter contra esa tradición nacional. A sabiendas que llevan una parte importante de la juventud nacional, esa manía de señalar a todos como corruptos y buscar excusas de esa falta de organización que tiene su propio partido, ha ido calando en la gente joven quien se ha comido el cuento. Ese cuento de la izquierda costarricense resentida que no sabe organizarse y que termina echándole la culpa a otros y embarrando la cancha simplemente porque no saben perder.
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Edwin Alvarado Mena 14:45 31/12/2010
«Se perdió el colorido, la emoción, la seguridad en creer en algo, aunque estuviéramos equivocados.» ¡Excelente!
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Carlos Montero Diez 09:26 31/12/2010
Con respecto al comentario del Sr. Guillén: afirmar que el PAC tuvo la culpa de la apatía en las elecciones es simplemente temerario, y con todo respeto, deja entrever dejos de miopía electorera. Tanto tiene la culpa esa agrupación como los partidos tradicionales, cuyos últimos cinco gobiernos han sido muy olvidables. La gente está cansada de tanta corrupción, desfalcos, robos, tráfico de influencias, de incapacidad de acción y sobretodo de que no hay alguien que llegue a limpiar y poner orden en la casa. El Estado, tal y como está en este momento, se encuentra artrítico, anquilosado, y casi catatónico. La Segunda República fue una concepción genial, amalgama del pensamiento de verdes y colorados y eso no se lo quita nadie. El problema es que los tiempos cambian, y nos hemos enredado en nuestras propias cuerdas. Aquí es donde hay que tener cuidado, porque cualquier «Mesías político» llega prometiendo lo que el pueblo realmente anhela y barre. Así llegó Bucarám al poder en Ecuador, Fujimori en Perú, y más recientemente Zelaya en Honduras, Ortega en Nicaragua y el infausto Hugo Chávez en Venezuela. Quien tire la primera piedra, que esté libre de pecado. Ahh… y que Dios nos agarre confesados cuando nos llegue la hora de tener un candidato que prometa estas cosas!
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Familia Trejos Mazariegostrejosmaza@gmail.com
Lo felicito por su excelente articulo, no exento de anoranzas publicado el viernes pasado en la nacion. Comparto plenamente su opinion de que la fiesta democratica va perdiendo brillo por culpa de muchos politicos que se han servido de sus puestos para enrriquecer sus bolsillos y desgastar la paciencia de sus ciudadanos. Pero su articulo no es del todo pesimista pues me parece que guarda la esperanza -que yo guardo- de ver el fervor de antes.
Gracias, Piscuilo, nos gustó mucho su artículo. Ya lo habíamos leído en La Nación, pero ahora nos queda en versión electrónica.Felicitacones por esa pluma de escritor alajuelense, que rescata valores y principios de la cultura popular y recrea (para beneficio de las presentes y futuras generaciones) el ambiente de trabajo honesto de los auténticos artesanos del área textil.Saludos.Isabel *****************************
De: | Dorilo Garro Carvajal (dgarro55@hotmail.com) ![]() |
Ya leí el artículo, ta muy bueno, muy cierto, yo recuerdo esta campaña de José Joaquín Trejos, la disfruté muchisimo, en ese entonces aún no tenía restricción para participar en política, después de ésta, ya no pude participar en ninguna otra, ahora, ya con libertad, no me resultan para nada atractivas estas campañas electorales, justamente por eso que usted describe como degeneración en la función pública. ¿Qué lástima verdad?
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