Archivo para agosto 2014

¡Alerta, hombres peleando en la vía pública!   3 comments

“¡Corramos, hay pelea de la buena en la esquina!”, así llegaba la «bola» anunciando los pleitos callejeros en el Centro de Alajuela. Al instante, mucha gente estaba en el punto exacto. Del Mercado Central de Alajuela y otros establecimientos comerciales aledaños, más la gente en las calles centrales de la ciudad, al conocer la noticia o bulla del pleito callejero entre hombres, a puro puño y sin armas, salían a presenciar tal espectáculo. Y si los peleadores portaban algún artefacto peligroso, era confiscado por el policía y así evitar daños considerables entre los «pleiteros».

Peleas callejeras

Peleas callejeras

Aunque la gente gustaba de estas peleas callejeras, no aceptaba la presencia de armas cortantes, de fuego u otros objetos como sillas o bancos que fueron en varias ocasiones directo a las cabezas y pies de algunos contrincantes. No era la costumbre  usar este tipo de armas para demostrar ser victorioso en estas peleas.

En otras ocasiones, las más, la policía detenía con sus medios permitidos a los luchadores, a quiénes cargaban en patrullas o llevaban a pie, aplicando una «llave» en su cuerpo o por convencimiento;  la  cárcel y sus calabozos sirvieron de testigos para dar cuenta de sus actos, ante las autoridades del orden.

El vehículo para cargar a los peligrosos o revoltosos, tenía varios nombres , digamos apodos por estar en Alajuela: «La perrera», similar a un cajón para echar perros, «El aguacate» por el color de su carrocería, «La patas de hule», por las cuatro llantas y «La Julia». Este último apodo,  provino de algún alajuelense especialista en encaramar sobrenombres. Dice la historia o las «malas lenguas» que existía una dama en esta Alajuela con el nombre  «Julia».  Su fama se extendió por todos los territorios, debido a que los hombres que llegaron a convivir con ella, fueron a parar a la cárcel por mal portados, infieles, bebedores de guaro  u otras causas expuestas por Julia…

El peleador con el sello de  «revoltoso, violento o malcriado», generalmente aplicaba resistencia agresiva contra la misma autoridad, sacando ésta el garrote para repartir leño y así reestablecer el orden. Tras el castigo físico y el encarcelamiento, la suma de dos colones diarios de multa por tiempo de un mes o más, según la calificación de los tribunales de justicia. Existieron casos de hasta tres meses incomunicables, con cárcel en la Penitenciaria Central, más conocida como «La Peni»,  en San José; edificación histórica convertida hoy en un museo para los niños.

Las multas podían ser descontadas con trabajo en las comunidades, especialmente barriendo calles y parques.

Dos policías fueron el terror de los peleadores, el famoso «Cara Cortada», así por tener una cicatriz en su cara y «Garrotazo», título obtenido por ser profesional en el uso del garrote.

En la década de los cincuenta-sesenta y más acá, las calles céntricas de Alajuela, especialmente en los alrededores del Mercado Central, parques, plazas y otros sectores, sirvieron de escenario para las famosas peleas o «bochinches», protagonizadas por hombres corpulentos y fuertes, y también pequeños. Estos encuentros a golpes, más que todo nacieron para demostrar el poderío, la fuerza, la valentía, la habilidad, la presencia física y demostrar la superioridad del uno contra el otro. Eran consideradas como un deporte o diversión, sin ninguna protección física ante los golpes, pero peleas de verdad.

Una escena cotidiana, donde gran cantidad de personas se ubicaban alrededor de los peleadores”, en franca lucha por demostrar lo mejor de sus fuerzas; incluso, se daba el caso de los contendientes solicitando a las autoridades no intervenir, prometiendo únicamente «unos cuántos puñetazos» sin escandalizar ni causar desórdenes. Ni el uso de armas peligrosas.

Sin duda, el licor tenía su participación e inspiración en estas luchas callejeras, con severos golpes, quebraduras, raspones, moretes, sangre y chichotas considerables, causadas por fuertes “puños de hierro” y patadas por todos lados, con la finalidad de demostrar “su hombría”, impregnada en el pavimento, en el lastre o en las paredes y mobiliario del establecimiento, muchas veces destrozados.

Generalmente, el ambiente era bohemio, con olor a “bebidas”, consumo de tabaco, prostitución, «bailongos» con música salida de las famosas “rock-kolas”, siempre encendidas, a buen volumen y con temas alegres, nostálgicos, mariachis y sin faltar la música tanguera, según el gusto o ánimo del que escogía la canción, depositando una moneda en la ranura del enorme aparato, mostrando en su interior un montón de discos, de donde salía la pieza musical escogida, sin fallar.

Los «pleitistas», por poseer esta condición, siempre ingresaban a un bar casi que tocando los “tambores de guerra callejera”, en busca de la humanidad del otro. Cada cual tenía lo suyo o forma de retar al enemigo. Unos mostraban su agresividad, mientras algunos empleaban cierta diplomacia o tacto, siempre con el mismo fin: pelear a puñetazo limpio, en la calle.

El “retador diplomático”, escuchaba al que mostraba sus expresiones a favor de su capacidad física para que todo el mundo tuviera información de él, como decimos, el que se “echaba flores”; mientras el “retador agresivo” no lo pensaba dos veces para llegar directamente a la provocación, quitándole alguna pertenencia, casi siempre la copa de licor, tocar el rostro, un empujón o alguna palabra salida de tono. Sin duda, con diplomacia o agresividad, el pleito se firmaba allí mismo, en el bar.

Generalmente, los “retos” se pactaban en los bares, en la parte interior de éstos, por cierto, abundantes y para todos los gustos.   Bar azul, La gallera, La nueva ola, Las brisas, El águila negra, Cantina de Ramiro, El trapiche, La media noche (del gordo Javier), cantina de Senén Vargas (después Calero), Los Phillips, La garza, Los magijos, Mora (Pata tiesa), también conocido como el “Tarzán de Alajuela” por su robusto cuerpo y otros bares conocidos, abiertos en el día y la noche.

Estos establecimientos contaron siempre con la presencia de los muy populares luchadores callejeros; muchos recuerdan a Abelino Santamaría, con un peso de unas doscientas cuarenta libras, quién era el “coco” del lugar, proveniente de El Llano de Alajuela. Y el calificativo de Coco, se le daba al más fuerte y ágil en cada comunidad.

Destacaron unos peleadores bravísimos en El Carmen de Alajuela, sin faltar Humberto Rodríguez a quién decían «Vieja Loca»,  Diego Ávila, Copito Candado,  Los mitas, el llanero Alejandro Cachimbo, Chorrito, Fernando y Luis Mora, Mito y Men, éstos dos últimos de El barrio La Agonía.

Y fuera de las fronteras alajuelenses, venían a competir, otros peleadores famosos, Guido Álvarez “cañero” de Cañas Guanacaste y otros desde San Ramón y La Guácima, ambos de Alajuela.

Parece extraño que este tipo de acontecimientos, llamaran tanto la atención de la gente, incluso, hacían barra para apoyar a uno o el otro, o comentar cuál era el mejor pegador callejero. Extraño, pero hoy es una realidad histórica, tradición o costumbre de esos tiempos, en muchos pueblos costarricenses, hace medio siglo y más. Y hoy día, nos atrevemos a recordar esta situación, con el testimonio de algunos de estos “cocos” alajuelenses, ya con edades muy respetables y siempre mostrando la fortaleza en sus manos, brazos y lucidez para contar con detalles todo lo acontecido en su juventud, en la Alajuela de ayer.

Por razones obvias, omitimos su identificación, testigos de una historia única que nuestros nietos e hijos, y aún algunos mayorcitos, no conocimos; aunque sí, conocemos un presente más violento, donde intervienen otros motivos, otros escenarios, armamentos pesados, tráfico y desaparición de personas, drogas, asesinos a sueldo y otras situaciones muy violentas, provocando mucho dolor entre familias, vecinos y países hermanos.

Estas peleas modernas, sí son de verdad…

 

 

 

Publicado agosto 31, 2014 por José Manuel Morera Cabezas en Historias