Archivo para May 2008

Los cien artículos del Ministro de Trabajo   1 comment

 

 

Simpatizo con las manifestaciones por escrito del señor Ministro de Trabajo y Seguridad Social, expresadas en su columna del Diario Extra, porque trata diferentes temas que importa al trabajador. Hoy celebra el artículo número cien, según sus manifestaciones.

Es saludable porque nos ayuda a conocer su pensamiento y, a la vez, comparar sus criterios con los propios, coincidiendo o no con nuestra posición.

Esta particularidad del señor Ministro de Trabajo, nos permite dirigirnos a él y sugerir algún tema, especialmente dedicado a la clase trabajadora.

No he leído los cien artículos escritos por don Francisco Morales, pueda ser que en alguno el señor Ministro haya tocado un tema que interesa a determinado sector laboral. Si no es así, le sugiero con todo respeto, referirse a lo siguiente.

A la disposición que obliga a los pensionados por el Régimen de Hacienda, reintegrar cierta cantidad de dinero, por concepto de un reajuste «en razón de la diferencia que existe entre el porcentaje de cotización que corresponde al régimen de Seguro Obligatorio de Invalidez, Vejez y Muerte que corresponde al régimen de Pensiones y Jubilaciones de Hacienda determinado conforme el reglamento de la Ley Marco de Pensiones Número 33080-MTSSS-H, publicado en la Gaceta Número 98 del 23 de mayo del 2006; o bien, acogerse a lo dispuesto en la Ley número 7302 del 15 de julio de 1992, en la que dispone que al menos el cincuenta por ciento del monto total adeudado deberá cancelarse inmediatamente y el porcentaje restante se cancelará por medio de una deducción mensual a la pensión, cuyo monto se fijará en forma tal que la deuda sea cancelada en su totalidad en un plazo máximo de cinco años».

Lo que no entendemos es el por qué antes era manejable el reajuste y ahora es tan duro e injusto para el bolsillo. Hoy, la diferencia son millones de colones.

En mi caso particular, lo explico con números, para poner un ejemplo que igual afecta a decenas de trabajadores del Estado, a tal punto que muchos no logran reunir tal cantidad de dinero y prefieren seguir laborando, aunque ya las cuotas y la edad están cumplidas, como lo dicta la Ley, para optar por la pensión. Estos son los números.

POR REINTEGRO: «Un millón quinientos ochenta y ocho mil quinientos cincuenta y nueve colones con noventa y ocho céntimos».

POR AUXILIO DE CESANTÍA: «Dos millones setecientos noventa y un mil cuatrocientos ochenta y seis colones con noventa y ocho céntimos».

POR PENSIÓN COMPLEMENTARIA: «Un millón setecientos mil colones».

Mi pensión, no es una pensión de lujo, pero el reintegro que debo realizar (ya cumplí con el cincuenta por ciento(50%), sí lo es, según la capacidad del forro de mi bolsillo. Gran parte o «tajada» de estos ingresos, se van en el reajuste. Gracias a los bolsillos de algunos familiares, logré reunir el cincuenta por ciento para lograr mi pensión, como ex funcionario del Tribunal Supremo de Elecciones y Registro Civil.

Deseo la opinión del Licenciado Morales. En el DIARIO EXTRA del 14 de diciembre del 2007, Sección Opinión y en LA PRENSA LIBRE del 20 de Octubre, Sección Comentarios, del mismo año, manifesté mi inquietud y protesta ante esta injusticia a los Pensionados de Hacienda y exigí una explicación del Gobierno sobre el tema. No he encontrado una respuesta. Sí, el apoyo de varios trabajadores afectados por la misma causa.

Esta, creo, es una excelente oportunidad que planteo al señor Ministro Francisco Morales, para que en uno de sus próximos temas, ocupe un espacio mi proposición, en su interesante «centenaria» columna.

 

(Publicado Diario Extra, Sección OPINIÓN, 09 junio 2008).

Publicado May 31, 2008 por José Manuel Morera Cabezas en Opinión

Heroísmo de una mujer   1 comment

Tomado de la vida real…

Llegaron de otra nación. La hospitalidad y solidaridad de nuestro pueblo,  les permitió un pedazo de tierra para establecer sus vidas, tierra sin guerras, con el abrigo de un pueblo trabajador y amantes de la paz. Tierra pacífica especial para plantar sus aspiraciones y la oportunidad de ganar el pan de todos los días. Agradecieron y amaron la Patria acogedora, la respetaron. Su presencia con trabajo y esfuerzo, abonó  nuestro suelo.

La viejecita del barrio que los vio llegar y disfrutar de nuestra hospitalidad, nos cuenta el camino desviado de uno de sus cinco hijos, años después de contactar con nosotros. En el amplio corredor de la casa, adornado con preciosas plantas, recuerda la triste historia del hijo mayor, Ernesto:

«Ernesto, mostraba con orgullo su cuerpo atlético, manos grandes,  puños y  piernas fuertes como el hierro, cabello negro, rizado, piel oscura, de buenos sentimientos. Éste, conoció a Esperanza, vivió  enamorado de la joven de piel blanca, ojos negros, muy humilde, trabajadora.

Unieron sus vidas  no por muchos años…

Ernesto cae en el olvido de las enseñanzas de sus viejos; desvió el camino del amor,  convertido en otro ser diferente hasta cambiar el trato hacia su amor.  La vida de Esperanza se enfrentó a una verdadera pesadilla; el amor de años anteriores, decayó por completo. Su fuerza física y palabras fuertes cayeron sobre la vida tranquila de Esperanza, mujer siempre vestida de paz y amor, como su Patria.

Fue empujado al sendero marcado por el alcohol y pleitos callejeros.

Vida ingrata en Esperanza, con heroísmo trajo un nuevo ser. El pueblo lloró alegría al sentir en sus venas la nueva vida y admiración por ella, heroica mujer.

El niño, desde su nacimiento hasta los dos o tres primeros años de vida,  sintió el peso del dolor, junto a su madre. No soportaron tanta presión y desesperación. Esperanza tomó la decisión valiente. Abandona a Ernesto. Él, desdichado, se aleja del pueblo, marchando a otros lugares de nuestra tierra. Al regresar, reanuda la crisis, con solo estar allí. El niño con edad para asistir a la escuela, le afectan los primeros años de vida, llenos de tensión. Asistió a la escuela, ya con mucha inquietud y temor…»

La viejecita, sigue contando con mucha nostalgia:

«…la gente del barrio continúa sufriendo la inquietud del hijo y madre. Emilio, ya estudiante, asiste a las aulas de estudio, acompañado no únicamente con sus cuadernos, lleva un inmenso temor de salir a la calle y desprenderse de la mamá, incluso, para llegar al centro de educación, jugar en las plazoletas o relacionarse con los niños de la misma edad. Esta etapa en su vida, fue muy difícil, nunca sufrió maltrato físico de su padre, sí, lo psicológico; sin la intención de su padre en persecución ni nada parecido, la fama del hombre en la calle por su fuerza física y sus aventuras, minaron la tranquilidad de Emilio y Esperanza.

Siempre huían ante la mínima presencia de Ernesto.  Recuerdo aquella imagen transformada que les causaba un gran temor. Era normal, casi a diario, las escenas angustiosas. Juntos, al ver o tener aviso de su persona cerca de ellos, tomaban la casa como trinchera para proteger sus vidas.

Sentían el temor más grande del mundo. Ventana y puerta – confeccionadas en gruesa madera – fueron reforzadas con picaporte y un tablón de lado a lado, a lo ancho de la puerta. Nunca faltó el cajón o mueble atravesado en la entrada como un punto de apoyo para evitar el ingreso, así lo sintieron siempre; aunque Ernesto, nunca movió un dedo por invadirlos.  Mejor dicho, prisioneros, imaginaban la demolición de la vivienda, tanta la angustia y temor.

Él, Ernesto, observaba la huida hacia el refugio de adobes y madera, mientras al otro lado cuatro ojos miraban por alguna rendija dejada por la ventana y puerta; terrible inquietud y desesperación permanecieron en el corazón y mente de madre e hijo, ante la fama y fortaleza física del hombre. Más tarde, muy tarde después, la puerta se abría, tímidamente, con el temor de hallar aunque fuera la sombra de la persona en el exterior de la casona.

Tiempo y angustias no cesaron…

Mientras eso ocurría en la trinchera, las andanzas del hombre eran más visibles. Obtenía grandes triunfos en pleitos callejeros, mientras sus puños y piernas de hierro no desmayaban…eran casi invencibles. Muchas veces fue detenido por autoridades del orden público, esposado, golpeado a culatazos y garrote, encerrado en los calabozos.

Emilio y Esperanza conocían esta violenta realidad…

Un día, a cien metros de la casa, sobrevivió a una lluvia de balas. Un encuentro más con la violencia y casi con la muerte. Ubicados uno frente al otro, separados por solo ocho metros, alguien pronunció su nombre…¡Ernesto!. Las manos temblorosas activaron el arma de fuego disparando dos o tres veces, una perforación en su cuerpo y los otros quedaron grabados en un muro de cemento, como testigos de tal aventura que movilizó a autoridades y pueblo. Y aterrorizó más la vida en la heroica madre y su hijo. Esto hace más de seis décadas, en el año mil novecientos cincuenta y cinco (1955).

En esos tiempos, al que activó el arma se le aplicó el Artículo 705 del Código de Procedimientos penales, por delitos de lesiones a su contrincante y «encarcelado a seis meses de prisión con la suspensión de cargos y oficios públicos, privación de sueldos y suspensión del derecho al sufragio, derechos que recupera una vez cumplida la condena». En los archivos judiciales, quedó escrita parte de esta historia real…»

 Años más tarde, todo llegó al final…

Una noche de mayo, Emilio sintió que el corazón le hablaba. Expresó a su madre que el cielo estaba triste, lleno de misterio, que nada movía ni una hoja de los árboles. Sentía muy incrustado en su mente, algún presentimiento. «¿Por qué el cielo estaba tan llenos de piedras?», preguntó a sí mismo y a su madre.

Al día siguiente, en las primeras horas de la mañana, un grupo de gentes del lugar llegó a la casa de adobes, manifestando la noticia de una muerte. Sí, de una muerte que se veía venir en cualquier instante y en forma violenta.

«Lo mataron, lo mataron, Ernesto ha muerto», decían. «Sí, en un pleito callejero quedó tendido, la noticia corrió por todos lados».

Uno del grupo abrazó a Emilio. Sus ojos brillaron. «Vamos donde su padre», le dijo. Puso resistencia, tenía temor. Su cuerpo vibró en escalofríos. Esperanza miraba a su hijo, no aguantó el dolor y de sus ojos brotaron miles de lágrimas.

Recuperada a medias, abrazó más a Emilio, le dio valor y algo de sus propias fuerzas.

La gente que llegó con el aviso, acogió al joven de casi quince años de edad. Lo llevaron ante el féretro. Frente al cuerpo inerte, lloró más, oró, con mucho temor tocó su cabeza y apresurado se fue en busca de Esperanza. Aún sentía escalofríos por todo su cuerpo.

Ernesto, por última vez, pasó frente a la casa. Mucha gente lo acompañó. Al pasar el desfile fúnebre la gente miraba la estructura de adobes y madera, visible con un lazo negro en la puerta. Esperanza, muy triste, miró a la gente, sin apartar a su hijo, caminando pensativo, con la mirada puesta en el suelo, rumbo a la morada final de su padre…»

Esperanza y Emilio continuaron sus vidas. No olvidaron el sendero doloroso del pasado, mientras sus miradas apuntan – no a través de las rendijas – al mañana, a un mañana sin violencia y temores…»

Ya han pasado más de seis décadas. Hoy, no está con nosotros la valerosa pareja quien plantó la familia en nuestra tierra, no está la viejecita de la historia…ni Ernesto. Hoy, parte de esta historia real, queda escrita en estas líneas.

Ellos están compartiendo la Casa Celestial y presencia del Creador…

Conclusión:

Esta dura historia sucedió hace más de seis décadas, mas es vigente porque cientos de casos han repetido con saldos más dramáticos y trágicos, donde la mujer y sus hijos se enfrentan a la fuerza desbordada de su pareja; ésta, envuelta en la violencia verbal y física, producida casi siempre, por la influencia de las drogas, la fuerza corporal y el machismo, elementos que conducen al ser humano a actuar sin control, generando grandes tragedias e injusticias en los hogares nacionales y en cualquier sociedad del mundo.

Ante este ejemplo de dolor y temor que enfrentaron madre e hijo, hoy abundan dolorosas realidades en nuestros hogares, de ahí que debemos hacer un ALTO, hacer conciencia e impedir la agresión de todo tipo a nuestras valerosas mujeres y sus familias.

Hoy, lloramos la muerte de muchas mujeres e hijos. Si no paramos esta carrera violenta en nuestros hogares, mañana será muy, muy tarde…

Violencia en mujeres

Publicado May 30, 2008 por José Manuel Morera Cabezas en Historias

Camino a Zoncuano de Acosta   2 comments

Una anécdota, a mis compañeros de trabajo
en el Registro Civil y Tribunal Supremo de Elecciones, Costa Rica. 1977.

Decenas y docenas de anécdotas quedaron plasmadas en nuestras mentes, producto de aquella época cuando los funcionarios del Registro Civil, nos metimos en montañas, ríos, mares, islas, viajes en helicóptero, carros, pangas, trenes, avionetas, largas caminatas envueltas en polvo, sol y lluvias, expuestos a muchos riesgos, pero siempre con la sagrada intención y voluntad de cumplir con las tareas encomendadas por nuestra Institución, pilar de nuestra democracia.Empadronadores de Cédulas identidad, Costa Rica

El programa de «Cedulación y Empadronamiento Ambulante» (más conocido como giras de «cedulación casa por casa»), fundado en 1964, nos dejó enormes experiencias y mucha historia para escribir. ¡Cuántas historias!.

Recién ingresado a la Institución, en enero 1976, me asignaron la tarea de entregar un grupo de cédulas de identidad, allá en el escondido Zoncuano de Acosta.

Hasta Sabanillas (del Cantón Acosta, San José, Costa Rica), tenía acceso el vehículo del Tribunal Supremo de Elecciones (auto rural); de este punto en adelante, el viaje sería a pie, a caballo, en mula,  volando como un pájaro, de alguna forma para llegar y cumplir con el ciudadano.  

En ese lugar, un hermoso lugar rodeado de montañas y profundos despeñaderos, tierra suelta y grandes piedras, mucho calor y sol, por lo menos el camino de mi ruta.

Me habían recomendado a don Teófilo, un auténtico campesino, quién me indicaría el camino, consejos y el transporte de ahí en adelante. Puso a mi disposición el medio de transporte para el difícil viaje. Me indicó que para el viaje únicamente tres opciones. A «pata», a caballo o en mula. Entre sus mejores ejemplares, recomendó para la misión, a la inquieta mula «Platera». El desconfiado y sabio animal desde que me miró, sintió molestia o incomodidad con el nuevo y desconocido «jinete». Y es que los animales son muy vivos…

Documentación electoral en un maletín de cuero (las cédulas de identidad), boletas o libro para recoger la firma del ciudadano, al recibir el valioso documento, unos bolígrafos y datos de los ciudadanos, habitantes de Zoncuano de Acosta, una libreta de apuntes.

En el mismo maletín, un foco con baterías nuevas, la identificación de funcionario del Tribunal Supremo de Elecciones y Registro Civil, una gorra o sombrero, pastillas para el dolor de cabeza y estómago y otras pertenencias.

«¡Vamos, muchacho, adelante con su misión, me cuida a Platera!», dando varias palmadas a la mula. Avanzamos unos cuantos metros de su estancia y al borde de un inmenso hueco construido por la Naturaleza, se despidió con un «la sangre de Cristo los cubra, a Usted, a las cédulas y a mi chiquita», ya antes me había indicado las instrucciones para que todo saliera bien: «amigo, baje poco a poco el precipicio, al final de éste, encontrará el río, inspeccione el lugar por unos minutos, cruce al otro lado del río y desde allí divisará dos caminos, tome el de la izquierda».

Y todas sus indicaciones las anotaba en la libreta. Recuerdo que me preguntó si yo tenía experiencia en estos viajes en montañas.  Y me preguntó por preguntar, porque ya sabía  con sólo ver mi rostro.

Con miles esfuerzos y con su valiosa ayuda, monté en la mulita. Inicié el descenso, por tierra y piedras sueltas, unas muy grandes a los lados, soportando un tremendo calor, encima de Platera, prácticamente yo su enemigo o extraño, proveniente de la Capital.

Unos pocos metros habíamos bajado, cuando de pronto, quedó plantada como una piedra del camino, sin mover nada de su cuerpo. No quería avanzar ni un centímetro, ni hacia atrás ni hacia adelante. Su mirada era más intensa, nada amistosa con mi persona, gran amante de todos los animales. Desesperado volé mi vista hacia el borde del precipicio y ya de don Teófilo ni su sombrero.

Mientras tanto, una gigante hondonada nos esperaba hasta llegar al río, allá en la profundidad.

Desesperado porque temía no cumplir con la misión de llegar al pueblo y entregar la cédulas de identidad a los vecinos de Zoncuano, mil veces le grité, injustamente: «mula inútil, solo para mula sirve»; a la vez, le daba con un «chilillo» provocando más resistencia hacia el intruso, inexperto funcionario público en esto de las montas, en lugares tan remotos y desconocidos, burlándose con fuertes giros hacia la derecha e izquierda. A punta de gruesas palabras, por lo menos se movía un poquito para indicar que estaba viva y no un adorno en el camino.

No logré nada…

Inicié el descenso con Platera, a pie, tirada del diestro, hasta llegar, con miles sacrificios al río, siempre teniendo en mente las indicaciones del campesino. Escuchaba su voz y con eco de la montaña: «…el camino de la izquierda conduce a Zoncuano».

Mi mala suerte continuó porque no logré divisar dos caminos, sólo uno estaba a mi vista. «¡Dios mío, cuál es el otro camino!». Dejé a «mi amiga» bien atada a un tronco, para cruzar el río y buscar el otro sendero. Todo era espesor, mucha vegetación. Un único camino. La desesperación me invadió por completo. No sabía qué hacer. ¡Pero don Teófilo me indicó que habían dos caminos!, ¿dónde está el otro, consumido por la vegetación? Y preguntaba a la montaña, casi llorando.

Decidí regresar  al margen donde había dejado a Platera y en medio río, resbalé y caí al agua, recibido por algunas piedras.  Asustada, dejó el mal amarre y escapó hacia arriba con mis pertenencias y, lo más importante, las cédulas de identidad. Ni la mula ni mis pertenencias, ni el maletín, valían nada. ¡Las cédulas, por Dios!

Con mucho esfuerzo físico, tensión, con las rodillas y brazos golpeados, logré darle captura, sin escapar a una nueva regañada, que mejor no repito por respeto al lector y al periódico que me da la oportunidad de contar esta historia.

Levanté la vista al cielo, en señal de agradecimiento porque tenía de nuevo en mi poder los documentos de identificación.  Ya sentado en una piedra, hablé con Dios: «Dios mío, estoy extraviado y agotado, ayúdame encontrar Zoncuano y sus pobladores para cumplir con la entrega de cédulas y no quedar mal en la misión que me dieron».

En esos momentos, era un funcionario nuevo, interino, empezando esta función. Si no cumplía, según mi criterio, el despido sería una realidad. Y necesitaba el trabajo.

Dios me escuchó y ayudó. Menos de media hora, unos minutos, divisé en lo alto a un hombre a caballo. A cada instante, se hacían más grandes y visibles, mientras descendían. Y yo admiraba esa facilidad para bajar.   Ya frente a frente, le expliqué de dónde venía, el por qué estaba aquí, cuál era mi misión. Además, la razón de mis golpes y el comportamiento de Platera.

«No se preocupe, joven, (yo tenía 26 años, pelo abundante y negro), voy camino a Zoncuano de Acosta, a mi casa». Sentí que el alma estaba en mi cuerpo. Respiré profundo. Gracias a Dios..

Serafín, un campesino del lugar, un ángel con sombrero, alforjas y machete, montado a caballo, enviado por Dios, puesto a mi disposición. Un campesino pobre, rico en humildad, colaborador, hospitalario, me dio la mano, su amistad y ayuda.

«¿Es la mula de don Teófilo?», hizo la pregunta. «Sí, excelente compañía», le dije.

«A ver, suba, amigo». Mil costos, la mulita siempre daba giros hacia la derecha e izquierda. Definitivamente, nunca me aceptó. El angelito bajó de su caballo, llamándole la atención con voz fuerte,  hasta lograr que yo estuviera sobre aquel animal e iniciar el camino hacia Zoncuano de Acosta.

El colmo, Serafín tuvo que halar la rienda de Platera, durante todo el camino, hasta llegar al ansiado lugar. Y en ese instante, sentía un fuerte dolor de cintura.

En su humilde casa le mostré las cédulas de identidad. «Este es mi papá, este soy yo, este vive más abajo, este ya se fue del pueblo». A todos conocía,  a sus vecinos y familiares.

Por fin, entregamos las cédulas. ¡Sí!. Dios, Serafín y yo en ese momento fuimos funcionarios del Registro Civil y Tribunal Supremo de Elecciones porque la acción, la voluntad de los tres se unió para hacer llegar el principal documento de identificación a las manos del ciudadano.

En carne propia aprendí que, cuando iniciemos nuestras funciones, nuestro trabajo, el que sea, expresemos de corazón a Dios que nos ayude, aunque en ese momento no estemos en dificultades. Pongamos todo nuestro empeño en viajar por el camino correcto para cumplir con nuestras tareas y aceptemos la ayuda, experiencia o conocimientos de quien comparte nuestro trabajo, aunque no se llame Serafín…

Compañeros: Estoy seguro Usted tiene una o varias historias que contar. Hágalas llegar a esta página o cuénteme qué sucedió.

(Publicado en El Elector(T.S.E), sección Opinión, Julio 2005).

(Publicado en La Prensa Libre, sección Comentarios, 10 set-2004).

Publicado May 29, 2008 por José Manuel Morera Cabezas en Historias

¿Hacia dónde vamos?   Leave a comment

Cada día, a cada instante, el ser humano contribuye con mucho entusiasmo en destruir su propia casa, el planeta Tierra.

Nos desvelamos por contaminar los ríos, lagos y mares; destruimos nuestros bosques y envenenamos las tierras; extinguimos las diferentes especies animales; ampliamos rápidamente las desigualdades e injusticias sociales y económicas, somos culpables por el cambio climático y muchas otras acciones violentas contra la vida en la Tierra y la felicidad del mismo hombre. Para nadie es un secreto, nos destruimos a sí mismos. Sabemos hacia dónde vamos y no paramos los actos irresponsables.

Basta analizar las estadísticas y mensajes sombríos mostradas por varias instituciones mundiales, para darnos cuenta cómo estamos en Nuestra Casa y qué hacemos para causar daños.

La Doceava Conferencia Internacional sobre S.I.D.A, creada en 1985, reporta que en el mundo han muerto once millones de seres humanos y 30.6 son portadores del V.I.H (inmunodeficiencia humana).

La Organización Mundial Meteorológica (O.M.M) indica que las medidas internacionales adoptadas para detener la reducción de la capa de OZONO, darían resultados positivos a mediados del próximo siglo, pero existe la duda en conseguir los objetivos esperados. Esa reducción (agujeros), es provocada por las emisiones de monóxido de carbono, como también el uso del C.F.C (cloroflurocarbono) utilizada en los aerosoles y sistemas de refrigeración.

Otros números nada prometedores son los señalados por el Director General de la O.N.U, Hiroshi Nakajina: en los países menos adelantados, tres de cada cuatro personas mueren antes de los cincuenta años; más de la tercera parte de la población mundial carece de acceso a medicamentos esenciales y la espantosa pobreza de millones de seres humanos.

El Instituto Worlwach, en Washington, indica: uno de cada tres niños está subalimentado, tres millones de infantes fallecen anualmente debido a enfermedades previsibles con el uso de vacunas, un millón de mujeres mueren cada año por problemas en la reproducción , mil doscientos veinte millones de seres humanos carecen de agua potable y mil millones de adultos son analfabetos.

La producción, trasiego y consumo de drogas va en ascenso, donde las víctimas principales son nuestros jóvenes y niños en todo el mundo, al punto que la O.N.U ha tratado este asunto en New York, instando a la unión mundial a combatir esta epidemia.

Mientras estas grandes tragedias van en aumento, el mundo desarrollado tiene acceso fácil y abundante a bienes y servicios como salud, educación, entretenimientos y lujos; a la vez, se gastan millones de dólares – $780.000 (setecientos ochenta mil millones de dólares)ANUALES, según la O.N.U – en mantener y renovar fuerzas militares, lo que significa un gigantesco negocio para muy pocos y muerte y destrucción para millones de seres en el mundo.

Estos datos sombríos podríamos actualizarlos, posiblemente con resultados aún más alarmantes.

Hoy, el Director General de la FAO, Organización para las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, Jacques Diouf, en la Cumbre Mundial de Roma, ha solicitado a los líderes mundiales $ 30.0000 millones (de dólares) anuales para dar más apoyo a la agricultura y evitar amenazas futuras a conflictos generados por falta de alimento. También destacó que en el 2006 se gastaron $ 1,2 billones de dólares en armamento.

Mientras este dinero se emplea para la guerra, represión y destrucción de la humanidad, el sector de la paz debe suplicar por la obtención de ayuda para combatir el hambre, la enfermedad y la muerte.

El hombre, con sus actuaciones irresponsables e irracionalidad, se empeña diariamente en cargar el planeta de enfermedad, desempleo, egoísmo, injusticias, explotación, hambre y constantes guerras…

(Publicado periódico regional VECINOS, La República, 2002).

Publicado May 28, 2008 por José Manuel Morera Cabezas en Opinión

Poseer dinero…¿nuevo requisito para la Pensión de Hacienda?   4 comments

Actualmente, no son suficientes treinta años de servicio y cincuenta y cinco años de edad, para obtener el derecho a la Pensión de Hacienda. Es necesario y obligatorio poseer una considerable cantidad de dinero, como un tercer requisito.

Alguna cabeza inteligente, de este o del otro gobierno, estudió la gran idea, la excelente idea, para atraer más dinero a las arcas del Estado, injustamente, tocando y maltratando el bolsillo del pensionado pobre, jamás la bolsota y saco de aquellos señorones con pensiones lujosas.

Antes, era manejable para cualquier funcionario pensionado, pagar determinado reajuste; mientras hoy, con la gran idea, si no poseemos un milloncito y medio, dos millones o más, no logramos acogernos a la merecida pensión, aunque de sobra tengamos los requisitos antes señalados, exigidos por Ley.

Quienes estamos en esta situación, coincidimos al afirmar que es una medida o disposición anti democrática, anticonstitucional, dictatorial, una injusticia, un abuso, una medida anti popular.

«La Asociación de Pensionados de Hacienda y del Poder Legislativo», dirigió recientemente una Carta Pública al Presidente don Oscar Arias Sánchez, donde exigen respeto de las autoridades gubernamentales hacia los pensionados, debido a una serie de situaciones que atentan contra el derecho a recibir la pensión como corresponde, violando los principios consagrados en la Constitución Política de Costa Rica, Ley del Adulto Mayor y otras que protegen al sector de ciudadanos mayores.

A los actuales y futuros pensionados por ese régimen, a quienes se nos aplica la nueva medida o «varita mágica», se comete una enorme injusticia porque si no depositamos el dinero – el requisito número tres – no hay derecho a la pensión del Estado. Si existen injusticias contra los trabajadores más humildes, no podemos jactarnos que nos envuelve una inmensa democracia y paz para todos.

Mientras el Presidente dice sentirse orgulloso de pertenecer al «grupo del Adulto Mayor», éstos están recibiendo vejaciones y maltratos por el irrespeto a sus consagrados derechos de pensión, como la actualización de pensiones y el irrespeto a los fallos de la Sala Constitucional, según lo denuncia la Asociación arriba indicada.

Con este escrito, insto a todos los que estamos en trámite de pensión y pensión aprobada, a manifestar su criterio, sin miedo. En mi caso, protesto. Exijo una explicación de las autoridades de Gobierno. No más atropellos a nuestra dignidad y derechos. No permitamos maltratos a nuestro bolsillo, por cierto no abundante en dinero, como otros. No a la injusticia. No permitamos que nos conviertan en pensionados menguados.

¡A defender nuestros sagrados derechos, carajo!.

(Publicado en Diario Extra, sección Opinión, 14- diciembre 2007).

(Publicado en LA PRENSA LIBRE, Sección Comentarios, 20 octubre 2007).

Publicado May 26, 2008 por José Manuel Morera Cabezas en Opinión

Rótulos en los buses   1 comment

(Nota curiosa)

Mientras soportamos las enormes «presas» en la autopista desde Alajuela a la Capital, San José, podemos «matar el tiempo» de múltiples formas: leer el periódico, conversar, dormir, soñar, escuchar música.

Otro «pasatiempo curioso» es anotar y analizar los vistosos rótulos en el interior de los autobuses. Las presas de autos dan tiempo para recolectar la lectura impresa, todos los días, en diferentes unidades de transporte público. Analicemos.

«ASIENTOS DE PREFERENCIA«. Constantemente no lo cumplimos, porque la cortesía y el respeto se van perdiendo. No le damos la mano o el lugar a quien más necesita, buscamos nuestra propia comodidad.

«LOS MONOS GRITAN, LOS PÁJAROS CANTAN. USTED USE EL TIMBRE«. Hay buses que tienen en mal estado o no tienen la cuerda para halar, no queda más remedio que silvar, golpear, enojarse, o pegar un buen grito, como un mono.

A ciertos autobuses en Alajuela les cancelaron la puerta trasera para ganar espacio y en su lugar ubicaron – los calculadores empresarios millonarios – dos asientos más. Por casualidad también quitaron el rótulo «SALGA POR LA PUERTA DE ATRÁS«. ¿Imagina el lector, si estuviera el rótulo?.

Otra unidad mostraba únicamente la «prensa del extintor», en caso de incendio, puesta al lado del chofer. Un rótulo aún visible, indica: «EN CASO DE INCENDIO, USE EL EXTINTOR«. Bueno, con la prensa no podemos hacer nada…

Existe uno muy extenso. «NO PONGA EL PIE NI OBJETOS EN LA BARRA. NO USE LA MALDAD. BUSQUE EL BIEN DEL CONDUCTOR DEL BUS«. Cuántas veces el mismo conductor no recoge al pasajero hacia la terminal o estación porque dicen que la barra está conectada?. Aquí no hay justicia ni el bien para el pasajero, quien junto al conductor, somos los que hacemos poderosas a estas empresas.

Hallamos mucha basura en las unidades de transporte público. Nos sentimos bien lanzando basura al suelo. Así, insultamos a «YOYITO«, aquella linda campaña para preservar el orden y limpieza en los buses y todo lugar. Bien por el rótulo, muy visible a todos: «SI AL PISO TIRA BASURA, USTED TIENE MUCHA PEREZA Y NADA DE CULTURA, USE EL BASURERO«.

Hace muchos años, las empresas autobuseras no usaban barras electrónicas, existía el sistema de COBRADORES EN PERSONA. O, sea, un empleado que recorría el interior del autobús con la misión de cobrar a cada pasajero, el costo del traslado. Este importante elemento, lanzaba un mensaje oral a los usuarios, especialmente dirigido a los turistas extranjeros, al acercarse el bus al Aeropuerto. Decía a los cuatro vientos: «NAIDI (NADIE) VA AL COCO«. El Coco, era el nombre inicial u original del Aeropuerto. Recuerdo que el autobús, no entró a la terminal aérea y en medio camino hacia Alajuela, casi en el INVU Las Cañas, el amigo de Estados Unidos, se paró muy enojado, tirando un montón de palabras y expresiones que muchos no entendimos «ni papa». Sí captamos, cuando el cobrador le explico que él preguntó ¿»naidi al coco»? Muy enojado, respondió: «No entender naidi al coco». No tuvo otra opción que seguir hasta el centro de Alajuela, a tomar el autobús, en la terminal o parada.

No sabemos si el extranjero tomó en la Terminal, el bus con paradas, porque si hizo lo contrario, lo llevaron a la Capital…

Hoy, la buena intención del cobrador, persona siempre muy humilde, es sustituida por un rótulo muy claro: «SI VA AL AEROPUERTO JUAN SANTAMARÍA, AVISE UN KILÓMETRO ANTES«.

En varios autobuses encontramos este mensaje, muy conocido, fue una expresión del presidente de Uruguay, señor Sanguinetti, en su visita a nuestra Costa Rica:

«Donde hay un costarricense, esté donde esté, hay libertad«. Nosotros le agregamos el siguiente comentario: que esa libertad le permita hacer el bien, el buen ejemplo, se encuentre fuera o en el interior del país.

Otro rótulo en el parabrisas del autobus: «PELOS«. ¿Qué significa pelos en un bus de la Station Waggon?. Aclaramos que estamos en Alajuela. El sobrenombre es usual en esta ciudad. Pelos, es el apodo del conductor, un excelente y amable funcionario de esa empresa. Definitivamente, hoy viajamos con «PELOS».

(Publicado en La Prensa Libre, 17 febrero 2003).

Publicado May 26, 2008 por José Manuel Morera Cabezas en Opinión

Don Paulino, espantos y tesoros   Leave a comment

En la década de los años sesentas, los niños disfrutamos tiempos pacíficos, más tranquilos, con costumbres, creencias y manifestaciones propias. Nuestros abuelos se reunían con sus nietos y toda su familia para contar historias, leyendas, cuentos infantiles, chistes y juegos.

Cualquier pieza de las casonas antiguas – corredores, patios, salas, habitaciones, al calor del horno de barro y el fogón – sirvió como marco especial para escuchar aquellas voces experimentadas y sabias. Existía mucha comunicación, respeto, fe, solidaridad, hospitalidad y más prácticas que mantuvieron unido el círculo familiar y vecindad. Las leyendas con mensajes y misterios nunca faltaron en tan importantes reuniones nocturnas.

Alrededor del abuelo o de la abuela,  sentados en bancos, escaños y suelo, bien atentos y en sus manos un «jarro» con espumoso chocolate – otras veces café o aguadulce – escuchaban al abuelo contar una de las tantas leyendas:

«Hace mucho tiempo en esta casona habitó una familia compuesta por ocho miembros. Usaron tenedores, cubiertos, lindos platos y cucharas confeccionados en pura plata. Estos implementos fueron guardados en cofres grandes también construidos en plata, enterrándolos en estas anchas paredes de adobes. Al pasar los años, algunos miembros de esa familia marcharon a tierras lejanas y otros murieron.

Cuentan que en esta casa, en algún rincón está sepultado uno de ellos…moradores anteriores a nosotros escucharon – casi siempre en las noches – voces, pasos, ruidos y vieron pasar, de pared a pared, grandes sombras y oscuros bultos, algunos fijos por segundos en el aire, hasta desaparecer. Gentes «sabedoras» de estas cosas misteriosas, decían que bastaba con descubrir los cofres y fósiles para liberar la casa de tales misterios que hoy encierra…».

Los niños, concluidas las reuniones familiares, iban derecho a la cama a rezar el Rosario con sus abuelos, rogando a Dios y a la Virgen que los acompañara todos los días en la vida y en la muerte.

Una noche, algo extraño invadió la casa y moradores. Llovía. Truenos y relámpagos cayeron fuertemente sobre calles empedradas y polvorientas, en casas de madera y adobes, donde se guarecían los pobladores. La fortaleza centenaria, nuestra casa de adobes, resistía como las otras, el furor Natural al no cesar en lanzar fogonazos que parecían enormes lanzas cargadas de fuego, caídas desde cualquier punto del cielo.

A esta mansión, casi un paraíso terrenal, llegó al anochecer, una viejecita a quien le decían Belén, más que tocando la puerta, empujándola con desesperación y llanto:

-¡Por favor…necesito ayuda, posada para esta hambrienta vieja, tengo frío y hambre!. ¡No me abandonen, por amor a Dios!.

Paulino, al escuchar los golpes y lamentos en la puerta de su casa, corrió a desactivar el picaporte y aldaba. El agua y el viento también ayudaron a empujar la mole de madera, solidarios con la visita en el interior de la vivienda.

-¡Pobre mujer, estás entumida!.

-¡Sí, me muero… necesito protección, lo suplico por el amor a Dios!.

-¡Oh, Dios! – Dijo el anciano.

La hospitalidad y confianza en la familia no se hizo tarde, ésta, compuesta por Paulino y su mujer,  doña Bolivia, la hija mayor con el esposo y el niño, no extrañaron ni dudaron en socorrer de inmediato al ser humano en desgracia.

Adilia, la hija, extendió sus manos llenas de Dios, brindó calor humano, comprensión, alimento y abrigo para la desdichada mujer, símbolo de millones de seres humanos que deambulan por el mundo suplicando a gritos amor a quienes tienen suficiente techo y les sobra pan, pero montones con manos vacías de Dios.

Belén traía como estandarte un montón de pertenencias colgando de su frágil cuerpo: estatura bajita, delgada, enseñando su piel pálida y sucia, voz ronca, pelo negro desordenado por completo, hambre, sin familiar en toda la tierra, con pies casi descalzos, callosos, arrastrando pedazos de cuero sucio y hule hediondo.

La visitante ocupó un cálido rincón de la casa. La lluvia cesó.

Esa noche, el niño se sintió extraño. Manifestó a su madre la negativa e insistencia en no ocupar el rincón y calor de su abuelito, costumbre en dormir con él desde los primeros meses.

-Mamá, esta noche quiero dormir a su lado, no con abuelo «Pallino.

-¿Qué sucede, niño?. ¿Por qué abandonas al abuelito?.

-¡No…madre!.¡ Es por esta noche!.

Adilia quedó sorprendida. No encontró razón o razones a esta decisión infantil. Accedió, aunque una gran duda penetró en su pensamiento. Un poco más tarde, casi todos iniciaron el descanso.

El menor mantenía los ojos despiertos, fijos en un único punto del cielo raso, sin mover un dedo siquiera, escuchando con enorme temor la conversación tan extraña, expresada por Belén.

La voz ronca que salía del rincón acogedor, parecía estar con alguien, allí, junto a ella.

– …Escucho su voz sobre mi cabeza…¡siento sus manos, padre!.

– Hija, junto al higuerón hay dos tarros grandes repletos con monedas de oro, uno; el otro, con monedas en pura plata. Sólo Usted, mi Belencita, puede llegar al sitio…

De pronto, ella recalcó no tener interés en ningún tesoro terrenal, su deseo era estar junto a él, un tesoro envuelto en la eternidad.

-Padre, las monedas le corresponden a Paulino, ¡entréguelas al viejo…no las quiero, papá!.

Al pronunciar con claridad la renuncia al capital y ofrecerlas al viejo don Paulino, cayó fulminada por el cansancio o por alguna fuerza sobrenatural; al instante, asombrado aún más, el niño llevó sus delicadas manos a su boca y abrió más sus chispeantes ojos, directas al cielo raso de la casona.

Pasaron varios minutos, un inmenso manto de tranquilidad cubrió la casa. Ella, no pronunció más palabras.  Todo permaneció en silencio.

Horas después, el anciano quebró la paz que le daba el bendito sueño con un quejido de miedo, pidiendo auxilio. La tremenda inquietud regresó al hogar.

¡Con su grito desesperado casi agrieta las gruesas paredes de adobes!. Tenía los labios, boca y palabras secas, la piel fantasmal y sin fuerzas para sostener su diminuto cuerpo. Parecía un muerto, sentado en su cama o catre.

-¡Dios mío!… ¿Qué sucede, papá?…¡Mi Dios!. Exclamó su hija, levantando los brazos y ojos al cielo, también pálida y temblorosa.

Pasaron segundos de mucha angustia, se hicieron eternos.

Sentado en una orilla del catre, el anciano recibió el consuelo y caricias infantiles sobre su escasa cabellera y barba blanca, tan blanca como las paredes encaladas; así contó a quienes le rodeaban, la pesadilla. ¡Sí, una pesadilla verdadera!, esta vez sin galletas,  chocolate ni café.

«…abrieron lentamente la puerta del aposento por donde ingresaron ocho personajes muy feos y muy pequeños, todos vestidos con piel arrugada y pálida, igual a la mía…portaban filosos cuchillos en plata y puños dorados y con ellos subieron a mi cuerpo casi desnudo…brincaron sobre mis ropas, almohadas y cabeza..movían sus horribles cuerpos…».

Hizo una pausa para respirar hondo y tomar un poco de agua que la hija puso en sus labios.

«Con…con mis manos, brazos y piernas luché hasta quitar tanto bicho extraño, huyendo por aquel boquete – señala con su vista cansada – del cielo raso, otros cayeron al suelo, debajo del catre, despidiendo ruidos espantosos…»

A Adilia, se le inundaron los ojos de llanto y el chiquillo sintió rabia por todo el cuerpo.

Amaneció. Los primeros rayos del sol penetraron en las húmedas tejas, atacadas la noche anterior por el torrencial aguacero.

El niño, al sentir en su propio corazón y mente la misteriosa historia cuyo escenario fue el lecho – el que compartía con don Paulino – corrió por toda la casa, inquieto, penetró al cielo raso, mostrando sus manos cerradas en señal de guerra. La sangre hervía, dispuesto a vencer con sus fuertes puños la invasión de las desteñidas y arrugadas figuras nocturnas. No halló el menor rastro. ¡Nada!. ¡Nada pudo encontrar!.

Bajó triste, desubicado, sin lograr el exterminio de los muñecos horribles que habían atravesado las paredes gruesas de adobes.

-¡Abuelo, mi abuelito!…¿Por qué lo abandoné…por qué?. Gritaba con insistencia.

Ella, la mujer bajita y delgada, no se enteró del misterio originado en la vivienda, agradeció la hospitalidad y salió apresurada sin volver jamás. Siguió recorriendo caminos, encaramada en aquellos pies agotados y callosos en busca del ser amado, su padre, sin mencionar nunca las monedas doradas y plateadas.

Al fin, no pudo avanzar un paso más, hasta caer por última vez. Su alma emprendió el camino anhelado. A cada instante, los dos, disfrutan al lado del Creador, el Gran Tesoro Celestial.

La intención de desempolvar y traer hermosos recuerdos maravillosos, es destacar la imagen de nuestros abuelos y bisabuelos; extraer de las hermosas leyendas el mensaje ejemplar, lo positivo. No debemos olvidar la existencia de estos hombres sin riquezas en oro y plata; las grandes riquezas acumuladas fueron cofres repletos en experiencia y sabiduría, amor al trabajo, a la Patria, inquebrantable honradez y solidaridad hacia el más necesitado.

¿Cuántos Paulinos hacen falta ya en nuestras sociedades para combatir tanto egoísmo,  desconfianza, individualismo, nuestro materialismo, la corrupción, pérdida de solidaridad, el desprecio, el amor al necesitado, el robo y la mentira, hoy realidades que invaden y debilitan nuestros hogares y sociedades?.

Lo sucedido esa noche quedó en completo misterio, nunca encontramos explicación, aunque podría ser una coincidencia, un sueño, una pesadilla, situación que casi desintegra físicamente al abuelo, al abuelo cuenta cuentos… y a toda la familia.

(Publicado en EL ALAJUELENSE, La Nación, 18 al 31 octubre 2002).

(Publicado en LA PRENSA LIBRE, Sección Comentarios, 24 nov. 2007).

(Mención Honorífica, concurso literario Universidad Continental de las Ciencias y las Artes (UCCART), «Primer Concurso de Cuentos de Terror», organizado por la escritora de Perú, Gladys Rossell.

Jurados del concurso:

Alfonso Chacón, escritor (Jurado).
Gustavo Naranjo, periodista (Jurado).
Ovidio Muñoz, periodista (Jurado).
Carlos Hincapié, cantautor, Colombia.
Lic. Wilberth Villegas, Rector UCCART (Jurado).
Gladys Rossel, escritora, Perú, directora del Taller para Escritores.

San José, Costa Rica, 03 octubre 2003.

Diploma

Publicado May 25, 2008 por José Manuel Morera Cabezas en Historias

Los carretoneros de Alajuela   7 comments

Carretoneros

En infinidad de pueblos han destacado personajes con actividades y oficios que hoy van desapareciendo, hasta quedar en el olvido. Fieles a su constante labor, valerosos ciudadanos formaron sus hogares y contribuyeron a hacer grande nuestra Patria.

Los carretoneros eran humildes trabajadores que en la década de los cuarenta se establecieron en el centro de la Ciudad de Alajuela, exactamente la «parada» estuvo ubicada al costado Oeste del Mercado Central, muy cerca de  la Estación del Pacífico, en el puro corazón de la ciudad.  A la estación del tren iban a cargar mercaderías y utilizar una pileta grande del lugar para dar agua a los caballos.

Otras estaciones de carretones y caballos estaban ubicadas frente al almacén de Roque González Pol, donde hoy es la estación de autobuses del Pacífico, frente a la venta de materiales de construcción ARPE, frente al depósito de maderas de Nano Loría, en El Carmen, barrio céntrico de Alajuela, cerca de la Carnicería «Chico Chulo»y el Almacén del «Chino Madrigal y otras áreas comerciales alajuelenses.   

En todo rincón de nuestros pueblos y barrios, nos topamos con un carretón, con carga o sin ella. Recorrían distancias cortas y largas, incluso, desde Alajuela se movilizaron hasta la Capital. Don «Toto», hoy con más de ochenta y dos años, no olvida a su padre preparando el carretón con una enorme carga de elotes, rumbo a San José. A las siete de la noche emprendía el duro viaje para llegar de mañanita, a primeras horas del día. Increíble travesía, hace varias décadas, por cumplir con su trabajo. ¿Cuánto cobraba por esta travesía? No lo sabemos con exactitud, pero habían tarifas de «seis reales» ( 0,75 céntimos), un colón, un colón con 25 céntimos, según la distancia y tipo de carga.

¿Quién no utilizó aquel vehículo para la cargaLos carretoneros de Alajuela de materiales de construcción de viviendas, animales domésticos, harina, azúcar, carne, granos, dulce de tapa, maderas, cajas de refrescos, plantas o «chunches» de la casa?. Un cajón con barandas, su caballo y conductor, el conocido «carretonero», fue una preciosa estampa en nuestra ciudad y campos, una ejemplar herramienta de trabajo utilizada por nuestros antepasados.

Para dar una idea del trabajo de estos señores con sus carretones y caballos, en un cajón o carretón,  se cargaba «medio metro» de arena o piedra, equivalente a sesenta paladas carrileras o diez sacos de cemento.   

Alberto Sibaja Palma (Tierrita) y Jaime Barrantes, (La-

gartija).

Anterior a los carretones, existían varias carretas con yuntas y bueyes, conducidas por los boyeros don Ramón García, Mateo Soto, Tulio Morera y Raúl Alfaro, quienes encontraron la competencia representada en el carretón, el carretonero y el caballo, medios más rápidos y modernos.

Los fundadores del novedoso transporte y gremio fueron: Coca Villalobos, Gato Ulloa, Alberto Sibaja («Tierrita»), Tulio Alpiste, Beto Álvarez, Eugenio Núñez Zúñiga, Luis Córdoba, Porfirio Soto, Los Molina y otros.014

La necesidad de organización pCARRETONEROara defender sus derechos, los condujo a la afiliación a un sindicato, donde libraron grandes batallas en pro de lo suyo, como la «brava» pelea contra el Gran Comercio en poder de Los Turcos, Los Herreras, Los Barrantes e Israelitas, quienes se oponían al espacio ocupado por este importante grupo de trabajadores costarricenses, plantados en los «cien metros de calle», frente a los establecimientos del sector comercial de la ciudad.

El espacio ocupado en la calle por los carretoneros y sus implementos de trabajo, ocasionaban una fuerte competencia en el transporte de sus mercancías porque ellos, los comerciantes, tenían sus vehículos y personal propio para sus usuarios. La otra gran molestia fue la presencia de boñiga y su penetrante olor en sus establecimientos.

Trabajadores y poderosos dueños del comercio y capital local, defendieron sus posiciones e intereses, mientras el organismo sindical sacaba a relucir argumentos y leyes a favor del humilde trabajador, por el sagrado derecho de todo ser humano, un trabajo para vivir con dignidad.

Si la boñiga fue el malestar para unos, no fue problema para los boyeros que traían en carretas el dulce al Mercado Central de Alajuela y otros centros comerciales , utilizando «aquello» como excelente abono al cultivo del café, hortalizas, banano, caña y otras plantaciones. La boñiga sirvió de apoyo o pretexto a la lucha del carretonero.

En el centro de Alajuela estaban tres sesteos o enormes campos abiertos para recibir las carretas repletas con dulce de caña, provenientes de Puntarenas y otros sectores del país. Boyeros y carretoneros alquilaban por veinticinco céntimos los sesteaderos (sesteos) de Pío Poll, diagonal a la bodega de la Estación del Pacífico, el de Chepita Rojas (después pasó a propiedad de  la Macha Quesada) donde hoy es la estación de autobuses de «Tuasa» y el de Rafael Aguilar, cercano al edificio actual de los Tribunales de Justicia,  lugares especializados para guardar carretas, carretones y más implementos. Además, para «cogollar» (de cogollo, brote de algunas plantas) y alimentar a los bueyes y caballos, tras durísimas jornadas.

Un reconocido cliente de los sesteos lo fue el papá del doctor Aguilera, famoso productor de dulce en Puntarenas.

Un día buenísimo para los sencillos transportistas, era el miércoles, debido a la presencia del tren de las doce, que traía y descargaba el gran lote con chanchos en la Estación del Pacífico, procedentes de Guanacaste y Caldera.

El control de estos inofensivos animales, estaba en manos del empresario alajuelense «Chico Chulo», propietario de carnicerías o o ventas de carne, en Alajuela. Para la ayuda de este control, disponía de la máxima confianza de dos destacados carretoneros, el siempre  Alfredo Sibaja, «Tierrita», hombre muy caritativo y «Coca» Villalobos.

El traslado de los chanchitos traía  una cruel consecuencia como era la muerte de cerdos a causa del ahogo.  Las pérdidas, posiblemente, no eran «gran cosa» para el carnicero  y de alguna forma sirvieron para la imaginación de los dos carretoneros, siempre con la astucia por los cuatro costados.

Uno de los tantos miércoles, Tierrita y Coca analizaron la oportunidad de comer a lo rico o millonarios,  hasta el ahogamiento, invitando a medio mundo. ¿Cómo lograrlo?

Muy sencillo: tenían la confianza del jefe. Ellos eran los encargados de trasladar los «difuntos» al crematorio, ubicado al frente de la «Fábrica Punto Rojo». Para distraer a su patrón, Tierrita cargaba en el carretón el muerto más robusto hacia su casa; mientras Villalobos a cuestas con el otro hacia los hornos del crematorio. Así burlaron el control sanitario, pretendido por el empresario.

Cuenta la historia, o mejor decir, cuenta uno de estos carretoneros,  que en la casa del popular Tierrita se armaba la gran fiesta, la gran comilona de chancho ahogado, convertido en deliciosos chicharrones y «frito». Había cerdo hasta para tirar hacia arriba.

De esta singular idea, los vecinos nada más tenían que traer apetito y buena palangana para recoger las porciones del delicioso animal.

Los carretoneros se distinguieron por su trabajo humilde y honrado, sin estar ausente su tiempo a la diversión. La «fiebre» al fútbol, deporte practicado con el corazón, porque el corazón fue la camiseta defendida a todo pulmón e hidalguía.

Otra diversión hace sesenta años o más, fue la significativa participación en las fiestas famosas del Ocho de Diciembre, en el barrio Concepción o El Llano, en honor a la Virgen de la Concepción. Con la Virgencita al frente, organizaron partidos de fútbol también «a muerte» entre Carretoneros y Carniceros, bajo la conducción arbitral de Antonio Sancho Herrera,  «Pichojos», inconfundible personaje alajuelense y juez del pito, reconocido en todo el mundo futbolístico, al menos en Alajuela.

Carretoneros Alajuelenses

Carretoneros Alajuelenses. De pie:  Francisco Luis «Tapón» Barrantes,, Monge,

Juan Luis Villalobos, Changui Molina, Memo Cór-

doba, Nano Ávila (Director de la Banda Alajuela, San José y Grecia),

Rafael Zúñiga.

Sentados: Manuel «Chalán» Contreras, Cervanto, Alfredo Molina,

Núñez (hermano de Eugenio), Mario Molina, Alfredo «Tierrita» Sibaja (con la bo-

la), Joaquín Aguilar, Lulo Zacatera y Jaime «Lagar-

tija» Barrantes.  (Hoy, todos fallecidos).

Otros carretoneros ausentes en la fotografía, muy conocidos: Abel «Tuerto» Contreras, Luis Córdoba (hermano de Memo), Carlos «Monita» Portugués y don Eugenio Núñez.

Rumbo al popular caserío, del centro de la ciudad y poblaciones aledañas, desfilaban los carretoneros con sus armas de trabajo, convertidos en carrozas, acompañados de la pólvora, cimarronas, payasos y el personaje callejero alajuelense, simbolizado en la sencillez e inocencia de Jorgito, Nelson, Jalisco, Cuchucho, La Llorona, Moncha Cuita y La Codorniz, aportando más humor y algarabía al ambiente festivo.

Cuentan testigos, la actuación simpática de Pichojos, como árbitro de fútbol. Luciendo siempre una destacada barriga, arbitraba sobre el caballo, vestido con pijama a rajas de colores, incluso, al inocente caballo le hacían adornos que calzaran con la vestimenta arbitral, de ahí su nombre, «El multicolor».  Esta acción teatral era un inmenso atractivo para el público quien asistía en grandes cantidades a las plazas del lugar, como Plaza Acosta, Plaza Yglesias y al Estadio de Alajuela, testigos de estos encuentros entre trabajadores alajuelenses. Así, programaron juegos entre Carretoneros contra Carniceros, Carretoneros contra los empleados del Mercado Central, Carretoneros contra los policías, Carretoneros contra los empleados de la Estación al Pacífico y otros sectores organizados en este deporte. Pero no todo fue fiesta y pólvora de turnos.

Algunos trabajos obligaban a más sacrificios y esfuerzo físico. El traslado de arena, piedra y sacos de cemento para las construcciones de carreteras, edificios y casas, como también a los depósitos de venta de materiales, cuyo flete valía «dos colones» el medio metro, es decir, un carretón lleno de estos materiales; el traslado de sacos con ajonjolí desde la Estación del Pacífico a la planta aceitera Garrido Llovera, en el Barrio El Carmen, Alajuela, costado oeste de la plaza, por «quince céntimos» cada saco. Cargar y descargar sacos con papas hacia el Mercado Central y otros establecimientos de la ciudad.

En la actividad de las papas, se destacó uno de los carretoneros, un hombre bajito pero fuerte como «Sansón», el famoso «Chalán», se le veía en sus hombros los pesados sacos, trasladados desde su carretón a los negocios de frutas y verduras en el mercado de Alajuela. Así de duro, ver a estos señores valientes y fuertes llevar los carretones repletos con racimos de bananos, provenientes de Limón, al Colegio María Auxiliadora, donde las monjitas utilizaban esta fruta para la comida de los pobres, porque en esta institución se recibía a la gente más pobre de las barriadas.

Otro de los enormes y duros trabajos fue el cargamento de residuos de plantas y árboles. Una cuadrilla compuesta por siete carretoneros recogió troncos de café, árboles de guaba y otras plantas en El Apagón y La Candela – limpieza que se realizó en esos sectores de Alajuela para la construcción del Aeropuerto El Coco, hoy Aeropuerto Internacional Juan Santamaría – hacia lo que hoy es Pueblo Nuevo.

En esta tarea, participaron carretoneros muy alajuelenses: Tierrita, Los Panchos, Los Zetillas, Monita, El Conde de Montecristo, Los Alpistes, El Tuerto Contreras, Coca, Changui y Chalán, apodos muy conocidos en el ambiente carretonero y en los usuarios, que de seguro ignoraron sus nombres certificados en la pila bautismal y Registro Civil, debido a la chispa «manuda» (así son conocidos los habitantes de Alajuela), especialista en erradicar el nombre de las personas, por esa forma simpática y original, tomando en consideración algún defecto físico, herencia familiar o procedencia de la víctima.

Chalán, tenía su buen humor. Los niños y adultos esperaban la presencia de este señor carretonero con su carretón y les pedían aplicar varias marchas, como si se tratara de un automóvil. Con la rienda, daba algunas señales o toques al caballo, quien entendía y complacía a la audiencia. Así el caballito, hacía sus movimientos, lo que causaba mucha risa y simpatía.

Para funcionar legalmente, cada carretón debía pagar un impuesto por concepto de circulación, o sea, «dos colones» al año ante la Municipalidad de Alajuela, otorgando ésta una placa metálica numerada con la inscripción «Tradición Animal», similar a las usadas en bicicletas. Por ejemplo, a don Juan Luis Villalobos se le adjudicó la número «190»,  recuerda su hijo «Toto», quien dice, se crió junto a caballos y montado sobre carretones.

Identificación

Otro requisito era portar «Licencia de Carretonero»,  allá por el año mil novecientos cuarenta y uno. En el documento se consignaba datos importantes de identificación, a saber, la firma y nombre del conductor, fotografía, nacionalidad, color de la piel, cabello y ojos. Además, el número de licencia asignado, domicilio y firma del Director General de Tráfico, como se llamaba hace más de sesenta años.

Con este documento legal y placa, les daba derecho circular con libertad; eso sí, expuestos a recibir denuncias, multas, partes, como los otros vehículos, ante la oficina local del tránsito. ¿Quién y por cuál razón el ciudadano tenía derecho a una queja o protesta ante las autoridades?

Una señora de la ciudad fue alcanzada por la rueda del carretón, llena de aceite, manchando su traje. Tomó los datos consignados en los documentos legales y  expuso su queja, al comprobar el mal estacionamiento del carretón a la orilla de la acera.

En otro caso sonado, don Candelario Araya, fue al Tránsito a manifestar que el caballo del carretón placa «210», había mordido su camisa. Así, otros casos, como no respetar la señal de «alto», estar atravesado en media calle, conducir con los efectos que brinda el licor, utilizar un caballo enfermo o golpeados, propio de muchos trabajos donde el animal estaba expuesto a trabajos muy duros, como bajar y subir una pendiente cargado de leña, arena y otros materiales.

Esta inspección la hacía una doctora de apellido Calderón, de la Protectora de Animales, quien no era de la simpatía de los carretoneros porque en varias ocasiones sacaba de circulación un animal con problemas de salud, labor que hacía personalmente en la estación, revisando caballo por caballo.

El dueño del vehículo, generalmente, adquiría el «mejor caballo». Compraba a lo seguro el mejor animal y para esta elección acudía a la Plaza de Ganado en Alajuela (hoy el centro educativo Instituto de Alajuela). Allí estaba el especialista en esta materia, don «Men» Quesada quien traía lo óptimo, los mejores ejemplares nacidos y criados en la pampa Guanacasteca, como de Guanacaste era él. A noventa colones cada caballo, hasta a pagos de un colón por semana, según el cliente.  Imaginamos que don «Men» no tenía que correr detrás del comprador de «fiado» y a «pagos»  para recibir el dinero. Con un pelo del caballo, se honraba el trato y así quedaba en firme la casta del caballo y la palabra del hombre.

Antes, caballo y carretón, es decir el apero, su precio oscilaba en trescientos cincuenta colones y un juego de arneses confeccionados por el talabartero josefino «Yallán», sesenta colones. El personaje capitalino, por la fineza en su oficio y honradez, era muy conocido por los hombres del carretón.

El machete de los carretoneros fue motivo, además, para la diversión y entretenimiento de los niños, hace un puñado de años. Niños descalzos con pantalón corto, esperaban la pasada del carretón por el barrio para guindarse en la compuerta y barandas, con el consentimiento o buena regañada del conductor; generalmente la gritería de los niños causaban susto al caballo al tener presente tanta bulla y brincos, sin faltar las protestas de nuestros padres y abuelos, por aquello de alguna caída y raspón.

Muchos carretoneros detenían la marcha para subir a los niños y complacerlos con «una vueltita y hasta la esquina», disfrutando del tranquilo paseo gratuito, agarrados a la baranda o sentados en el cajón. Otras veces, bien sentados al lado contrario del conductor, en la «tablilla», lo que hacían con mucho entusiasmo y cuidado. Y es que no existía tantísima desconfianza y maldad, como en estos angustiosos tiempos, donde el niño es presa fácil del corrupto o sinvergüenza.

El constante transitar del vehículo sobre la piedra suelta, tierra y pavimento, despedía un sonido agradable, producto del caminar pausado del caballo y el contacto de las enormes ruedas construidas en madera, protegidas por el poderoso aro de hierro, bocina y rayos. Aquellas ruedas parecían hechas para triturar la piedra; a la vez, las huellas de cascos y aros – fabricados en el taller del alemán Mariano Struck – denunciaron la presencia del popular instrumento en nuestra ciudad y caseríos.

Hoy, en las ciudades no escuchamos el crujir de la madera ni el sonido del aro metálico; no escuchamos el paso del caballo ni las griterías de los niños, menos la protesta del comercio por las boñigas malolientes; todo reemplazado por la inundación de motorizados, alarmas, semáforos, tensión, borrachos en el volante, accidentes, huecos,  y, para variar, la imprudencia del conductor de autos y peatón en nuestras calles y avenidas.

En el libro histórico de nuestra Alajuela, quedó escrito el recuerdo del caballo y su guía el Carretonero, la licencia, el carretón, las riendas, el bridón, la tajona, collar, sillón y alitranca.

¡ Los carretoneros con su trabajo y humildad, hicieron historia!

Testimonio oral: Oscar «Coca» Villalobos, carretonero.

(Publicado en La Prensa Libre, Sección Comentarios, 02 dic. 2002).

(Publicado en La República, Sección VECINOS, 21 enero 2001. Pág. 4).

016.JPG

Don Coca Villalobos (Foto 14 enero 2019,

con 90 años de edad)

Datos tomados de comentarios en redes sociales (fb).

Carretoneros alajuelenses: nombres o apodos.

Jorge Zúñiga Cháves

«Aeropuerto»

«Tulio», murió atropellado por vehículo, junto a carretón y caballo. Ambos fallecieron.

«Delfín», de San Rafael de Ojo de Agua. Repartía pan.

Onofre Villalobos

«Citineo» (no muy claro este sobrenombre)

Don Jorge, de Los Higuerones de Alajuela

«Chizo», primero con un carretón o volanta en el Parque del Agricultor (por Aeropuerto, Alajuela)

«Mano e’ mica»(Edwin Molina, le dicen «Mano e’ Mica»). Foto en mi escritorio, publica su hija Mary Salazar.

Chino Zacarías Quirós, El Carmen de Alajuela.

Tulio, Álvaro y Franco, El Carmen de Alajuela.

«Don Chon». Desamparados de Alajuela

Mariano Quirós, transportaba, especialmente, maderas de los aserraderos a construcciones.

Manuel Acuña

Don Joaquín Aguilar

Don Filio

Don Rafita

Filiberto Rojas, transportaba carbón y otros artículos.

En Volantas, con ruedas de hule, similares a los carretones:

José María (Chema), el famoso «El lechero», de Guadalupe, Alajuela.

Don Chepe, del Corazón de Jesús, barrio, o muy conocido en este lugar.

«Cascarilla», de Tuetal, Alajuela. Vendía verduras por los pueblos.

Fernando González Ovares

Omar Sibaja

Toño Quirós

Algunas anécdotas comentadas por vecinos:

«Tiraban bolsas de agua y orines humanos a a los «pleiteros» callejeros»

«Sabían muchos chismes políticos y cuenteretes que resultaban hasta en separación 

de matrimonios».

«Alpiste era famoso por su trabajo con el carretón; además, pintaba los caballos para dar otra apariencia

al animal, cuando hacía algún negocio de venta. También, pintaba aves como las «chorchas» que más eran tijos o yigüirros».

«Monita transportaba materiales de construcción. Muchas veces después  de la primera carga, tenía que buscar al caballo porque salía corriendo al sentir que venía la segunda carga…»

«Un tío mío, usaba un «carretón de taxi» que lo llevaba a su casa cuando se pasaba de licor»

«Los carretoneros llamaban por su nombre a sus caballos, uno se llamaba «Somoza».

«Monita, así le decían a un carretonero, tenía el carretón mejor cuidado, sus arneses siempre impecables, igual los broches de bronce que parecían de oro. El caballo brillaba de limpio y bien alimentado». 

«Los Soto de Villa Bonita eran grandes domadores de caballos…»

«La Municipalidad de Alajuela, exigió ruedas de llanta (hule) para evitar el deterioro de las vías, algunos no cumplieron…»

«En el borde de aceras se instalaban argollas de acero para sujetar carretón y caballo…» 

«Dicho muy popular en Alajuela: «Usted está más flaco que los caballos de Alpiste».

Edwin Molina, Mano’e Mica

Publicado May 23, 2008 por José Manuel Morera Cabezas en Historias

Los limpiabotas del parque   Leave a comment

La esquina suroeste del Parque Central de Alajuela, es muy conocida porque allí laboran desde hace varias décadas, un grupo de trabajadores con acento popular. Son parte del pasado y presente en nuestra ciudad.

En otros países les llaman «boleros, lustradores de zapatos, lustrabotas», aquí son los limpiabotas del parque. Muchos han pasado por este trabajo y ocupado  un puesto en este lugar: Bigotes, Negro, Joel, Los Marimbas, Los Guicha, Gradelí, Los Aguero, Chupeta, Chumica, Coso Morera, Chorrito, Piquín, Chingolo, Vieja loca  y otros.

Diferentes a otros trabajadores que usan reloj marcador, la hora de inicio a las seis en la mañana, al mediodía el placer del almuerzo en la soda atendida por doña Albina, especialista en ricas comidas, o la pasaban a «puro refresco y un pedazo de pan con salchichón» de la carnicería de don Severo, dos negocitos ubicados en el Mercado Central de Alajuela.

En la imagen, José Joaquín Morera Molina y su amigo «Chumica»

Limpiabotas del Parque Alajuela.Uno de estos trabajadores, utilizó nada más y nada menos que el kiosco – hermoso monumento del pasado con bellas barandas y escaleras – para descansar y pasar al «gallito» que le traía siempre su madre. Fue el lugar elegido y casi propietario del espacio para permanecer en la lujosa joya histórica, en el momento sagrado del almuerzo y la siesta.

A oscuras finalizaban la jornada, cargando el cepillo marca «Cobra», el betún, panas, agua, el asiento de madera y el cajoncito típico adornado con calcomanías, iniciales del nombre y apellidos u otros objetos vistosos; o simplemente, el cajón todo manchado por el constante uso del betún color café, negro y caoba.

Alajuelenses pobres y ricos – incluídos los polacos dueños de tiendas, mujeres trabajadoras y estudiantes – ocuparon aquel importante servicio con tarifas desde quince a veinticinco céntimos por limpieza y lustre; entre tanto, el comercio mostraba diferentes precios y tamaños indicados en la caja de betún «Nugget», la pequeña número uno valía cuarenta y cinco céntimos hasta la gigante número cuatro, en un colón sesenta céntimos.

El domingo era un día especial por la visita de fieles católicos del centro y distritos que asistían a misa, lo que generaba mayores ganancias. A la entrada y salida del templo, el cliente se instalaba en un campito del poyo de cemento (asiento) siempre muy confortable, disfrutando de la amplísima acera compuesta por históricos bloques de piedra y deliciosa sombra producida por frondosos mangos, una estancia especial para el descanso, tertulias y el trabajo. La inconfundible esquina se convirtió en un sitio patentizado por los limpiabotas.

«No menos de doce colones recogíamos un domingo, excelente ingreso a nuestros bolsillos», indica quien con orgullo desempeñó aquel oficio desde sus trece años, apenas un niño, obligado a trabajar por las condiciones económicas de su familia. Hoy, convertido en un hombre con varias décadas de existencia, es quien nos recuerda la experiencia en este trabajo.

Otra clientela especial eran los ganaderos (comerciantes de ganado) quienes traían su mercancía a la «Plaza del ganado» (Hoy Instituto de Alajuela, centro educativo), lugar para negociar, vender y comprar. La función de lidiar en terrenos fangosos, bajo lluvia y sol, hacían habitual el ingreso de estos trabajadores al centro de la provincia con su calzado o zapatos envueltos en boñigas, orines y barro, condiciones que por fuerza mayor aumentaban a cuarenta céntimos la tarifa de limpieza y lustrado, un poco más alto el precio, por el tiempo extra en poner al día sus zapatos, aptos para lucirlos en la ciudad.

También, los clientes más finos y delicados, habitantes del centro, quienes sentían enorme molestia si el «limpiabotas» no tenía la técnica necesaria y manchaba sus calcetines, especialmente si éstos mostraban colores no muy oscuros.

Y si de un ingreso económico extra se trataba, algunos se las ingeniaban combinando con otro trabajo. Los más activos hacían la caminata desde el Barrio San José (a tres kilómetros) a la finca «Los Carranza» con la misión de recolectar jocotes, fruta muy apetecida por los estudiantes del Instituto de Alajuela (costado sur del Parque Tomás Guardia Gutiérrez o Parque Central), convertidos en compradores fijos, aprovechando los recreos y paseos en el tranquilo parque de los mangos.

En otras ocasiones, fueron contratados para limpiar y lavar la hermosísima baranda blanca de la casa del señor Chavarría ( costado sur Escuela Miguel Obregón) quien pagaba muy bien este servicio a los jóvenes lustradores del calzado.

Así, los limpiabotas de antes, ahorraron el dinero suficiente para disfrutar momentos entretenidos en el Cine Milán, inolvidable edificación visitada por todos los alajuelenses y un símbolo del pasado, borrado del mapa y de la faz del centro de Alajuela.

La confortable y concurrida sala de cine y teatro, fue escenario de un montón de famosas películas – «El jinete escarlata» y «Los tambores de Fu-Manchú» – divididas en tres «series», exhibidas o «pasadas» los lunes, a treinta céntimos cada función. En esos tiempos, el colón y los céntimos alcanzaron para la entrada a las películas, tomar «chorritos» de horchata, diez céntimos de «recortes» de la Panadería Leandro, «lecheros» preparados por Chepe Espinoza, un «cinco» (cinco céntimos) de cachos, tres cigarrillos marcas León, Liberty y Cacique por el mismo precio anterior… y para más. ¿De qué material estaban confeccionados los colones, céntimos, reales y pesetas de antes, que alcanzaban para adquirir tantos artículos?. Hoy decimos que ni «estirando» los billetes, compramos lo que necesitamos.

A iniciativa propia, allí en el Parque Central, uno del gremio nos contó la simpática anécdota.

Antes, las leyes estaban hechas con material más duro y estricto, se castigaba con detención y cárcel, el hecho de maltratar la vegetación, lanzar piedras, subir o garrotear los históricos árboles de mango.

Como ya el gremio de los limpiabotas conocían «al dedillo» las Leyes, uno de ellos consiguió el permiso por escrito con la firma del Comandante de Plaza (Autoridad principal) don Julio Camota, permitiendo escalar a los árboles y recoger la rica y abundante fruta; un policía al ver al joven en las copas de éstos, esperó el descenso para llevarlo detenido. Cuál fue la enorme sorpresa del humilde Guardia Civil al ver el «visto bueno» de la más alta autoridad permitiendo tal acción y el montón de mangos envueltos en la camisa y bolsas del pantalón, en poder de aquel orgulloso joven, valiente, precavido, respetuoso de las leyes y amparado nada menos que por las «patas» (influencia) de las más altas autoridades del orden.

Han transcurrido seis, siete o más décadas y aún la esquina es conocida por la presencia del limpiabotas, por los limpiabotas del parque, siempre mostrando con orgullo su profesión y «dueños» de un pedazo del parque alajuelense, como escenario para desempeñar su digno e importante trabajo.

A solicitud de un limpiabotas activo, sugirió al autor de esta nota: «Ponga que nosotros merecemos una pensión del Estado, porque somos trabajadores tan costarricenses como todos y hemos luchado con honradez durante muchas décadas, al servicio de la humanidad».

(Publicado en «VECINOS», «La República», mayo 2000).

Publicado May 21, 2008 por José Manuel Morera Cabezas en Historias

Don Luis Morera, el barbero del barrio   4 comments

Don Luis Morera, humilde alajuelense, laboró más de medio siglo en el oficio de barbero y peluquero, local ubicado en nuestro barrio «La Agonía». Su padre, don Juan Morera Arguedas – el barbero de Sabanilla – quien tenía un pequeño local en la misma casa, en el lindo distrito cafetalero de nuestra Alajuela, le señaló los pasos para ejercer el mismo trabajo y así ganar todos los días el pan y la vida.

Alquiló un local o pieza sencilla. En una de sus paredes mostraba el rótulo con el precio «por hacer» la barba y peluquear (inició a un colón la tarifa); además, algunos conceptos tradicionales o creencias: el almanaque del año, la estampa religiosa; una pequeña medalla milagrosa incrustada en la pared; del cielo raso, atada a un hilo, caía una  planta especial para obtener buena suerte; en un lugar visible, la fotografía y distintivos de su enamorado equipo de fútbol; algún recorte del periódico y por allá el recordatorio de un familiar o amigo fallecido.

Al ingresar al local, lo primero a la vista era la silla giratoria, casi en el centro del local, reclinable, bien fija al suelo, mostrando ésta una ancha faja (asentador) en puro cuero, utilizada para emparejar el filo sacado por la piedra o afilador de navajas, el espejo largo pegado a la pared, la mesita acondicionada para introducir los implementos de barbería y peluquería. Navajas «Ostura», hoy superadas por un sistema más higiénico que permite cambiar las hojas gastadas y no el tradicional que consistía en una navaja para todas las personas, máquina eléctrica «Oster» que vino a reemplazar la máquina manual, siempre útil en caso de fallar la electricidad o desperfecto en la máquina moderna, tijeras «Arbolito», peines, afilador, brocha, jabón, vaso con aceite de aguacate, talcos, la toalla bien blanqueada y aplanchada, el alcohol fino de dos colones el litro por si aparecía alguna infección en la piel del usuario; en una esquina, el pequeño armario apto para depositar material y repuestos y, sobre este mueble, el inseparable receptor o radio con el espacio musical, noticias, sin faltar el programa deportivo con la narración y comentarios del fútbol dominical, constituían las armas de don Luis, el barbero del barrio.

La silla giratoria, a encargo de don Luis, fue construida por el mecánico de aviones, don Ricardo Mora por la razón de que las importadas tenían precios muy altos y lujosas. Alrededor de éstas, El barberolas bancas de madera para la espera y descanso del cliente, los periódicos y revistas viejas en una mesa pequeña para los amantes de la lectura; mientras otros participaban en la simpática discusión del tema sabatino, semanal o dominguero. Eso sí, los lunes, eran «libres» para todos los barberos.

En el interior de la barbería, así pasaban las horas, muy tranquilas, sin el tal «estrés» que cargamos en estos tiempos. Hermosos los lindos fines de semana, cuando había mayor concentración de visitantes, esperando con paciencia su momento para subir al pedestal de madera y metal. «¿Quién sigue?», preguntaba el señor barbero. Claro, nadie le quitaba el espacio al otro. Todo el mundo traía el tiempo suficiente para dedicarlo a su barba, pelo, chistes, lectura y tertulias.

Don Luis pagó mil colones por la construcción de la silla tan fuerte y confortable como las foráneas, pero sin pagar caprichos del exterior, aunque las fabricadas por manos nacionales no poseían el sistema hidráulico (subir y bajar), únicamente podían quebrar y girar. Don Ricardo, sí logró la perfección, pero sin lujos.

En la amigable barbería predominaron chistes, algún tema político, anécdotas, fútbol, noticias del momento, era la «tribuna del pueblo» para denunciar y apoyar a entrenadores, deportistas, políticos y otros temas vecinales.

El local mostraba un rótulo, confeccionado en forma de cajón, con vidrio a los lados y un bombillo en su interior que daba luminosidad a las letras. Así nadie se perdía porque el cajón indicaba con claridad «Barbería», acompañado con el dibujo de un escudo rojo y negro, colores inconfundibles que don Luis Morera llevó siempre en su corazón, mostrándolo a todo el mundo.

Muy de mañana abría sus puertas y cerraba pasadas las ocho de la noche, por contar con una nutrida y fiel clientela proveniente de Desamparados, El Llano, Canoas, Carrizal, Río Segundo, El Brasil, Cantón Central de Alajuela y también cartagineses (de Cartago, Costa Rica), quienes hacían el trayecto hasta el lindo y pacífico barrio alajuelense.

En casos especiales, algunos clientes le solicitaban visitar sus hogares por motivo de enfermedad, tal el caso del doctor Mourelos y don Elías Lara, vecinos de Río Segundo, quienes necesitaron los servicios del barbero ambulante. Don Luis recogía en su maletín negro las herramientas e iba a «peluquear y barbear» a sus amigos incapacitados.

Personajes reconocidos pasaron por allí: don Tobías Sánchez, Jorge Luis Solera, Rogelio Poll, Toño Wagner, Popo García, Los alepates, Clodomiro Fallas, Carlos Reyes (Culebrón) pionero de la televisión nacional, Manuel Ángel Herrera, Emilio «Canaco», Balín Gutiérrez, Rubén Guell, Paulino Cusuco, Melico Valverde con la guitarra y su hijo el doctor, el compositor y músico don Jesús Bonilla, Monseñor Bolaños y todos los sacerdotes habidos y por haber de la Iglesia «La Agonía»; además, novios en sus últimos detalles pronto al matrimonio, niños en camino a la Primera Comunión, graduación escolar y de cumpleaños por edad. Los cortes de pelo recibían otros nombres: tabla o militar, largo, mediano, carrera al centro, carrera a un lado, oscuro (más pelo), claro (menos pelo), mejicano, pachuco y rock and roll que traducido a nuestro idioma significaba algo así como «guarda piojos».

En ciudades y zonas rurales, la barbería ha sido un elemento fundamental. Las más antiguas en el centro de Alajuela, recordamos: barbería «La lamparita» de don Carlos González y luego propiedad de Macatre Esquivel, «La popular» del Chino Loría y hermanos, ésta, prácticamente una escuela formadora de experimentados barberos, citemos a Maco Molina, Melchor Araya, Ramiro el cubano, Paco Mena, Ávila, Guillermo Venegas «Calcetas», Solón González, Marco Barrantes, Beto Pomes, Abel Lobo, «Arrocito» Umaña, Teodoro Porras, Tobías Arce, «El loco» González, Oscar Lara, «Coqueto» González, Luis Barrantes, Fernando Chacón Vega (Barbería Chacón).

En Turrúcares de Alajuela: Francisco Hernández y sus hijos barberos; en Atenas de Alajuela don Francisco Madriz, José Badilla; en Palmares de Alajuela don Fabio Fernández, Luis López y muchos que el amigo lector estará recordando.

Éstos, generalmente, trabajaron en lo propio, sin jefe; durante cinco décadas don Luis Morera dedicó su oficio a amigos y familiares, hasta el impedimento físico producido por una enfermedad, pero con el ánimo de seguir ejerciendo la herencia de su maestro y padre, el oficio de barbero.

En el presente, el concepto de las tradicionales barberías y peluquerías, aún se mantienen, aunque pocos en forma independiente, sobresaliendo algunas con personal más amplio en locales grandes y finos; inclusive, con la participación del toque femenino y valiosos trabajadores en la materia, llegados del extranjero, caso de especialistas cubanos, dominicanos y de otras naciones amigas; peluqueros titulados en academias, con herramientas, productos, cortes de pelo y técnicas modernas.

En el pasado, con más limitaciones, sacrificando una pieza de la casa – la sala – así funcionaron por muchísimos años y décadas, las famosas barberías.

Paralelo avanza la competencia de salones «specializzatos» o clínicas de belleza, uñas acrílicas, permanentes, mechas, rizados, rayitos, tintes, hasta masajes para eliminar «la tensión» y finos productos preparados con hierbas para combatir la obesidad, el azúcar y otras enfermedades.

Ante tal «globalización», es tarea y responsabilidad en las nuevas generaciones, con la ayuda de las generaciones de oro, mirar un instante hacia atrás, al pasado, mirar nuestras raíces con sabor añejo, destacar y valorar los sacrificios, las limitaciones, inteligencia, perseverancia y más ejemplos ricos que dejaron con su trabajo, nuestros viejos barberos y peluqueros.

La intención con estas líneas escritas, es enviar un reconocimiento a todos los barberos fallecidos y presentes, nacionales y de otras naciones, porque son raíces que nutren y destacan la  identidad de nuestros pueblos.

Recomendación: estimado lector. Si Usted habita en mi Costa Rica, Centroamérica, o en otra Nación y es o desempeñó el importante oficio de Barbero, como el señor Morera, escríbame. Deseo felicitarlo. Cuénteme su anécdota. Muchas gracias.

Publicado May 19, 2008 por José Manuel Morera Cabezas en Historias