Archivo para julio 2020

Vivencias en el edificio antiguo del Registro Civil   Leave a comment

 

(Av. 2-4. Calle 6, San José, Costa Rica. C.A)

(Horario de trabajo en los años setenta-ochenta, antes de establecida la llamada “jornada continua”).

Recordemos aquel horario: los sábados de ocho a once de la mañana, salida todos los días, de lunes a viernes, a las cinco y treinta de la tarde, casi en la noche, era el regreso a la casa. Eso sí, teníamos derecho a dos y media horas para el almuerzo, según el horario indicado.

Sobraba tiempo para almorzar, pasear por la ciudad, ver ventanas de los comercios, leer las noticias en Radio Monumental, un rato en los Parques escuchando o no a los predicadores, según nuestras creencias. Disfrutar de las piruetas con bolas y otros objetos del famoso personaje “Tango”, ir al cine, un rato para ir al Templo,  a orar o descansar. Incluso, ver televisión en una de los negocios de ventas de estos artículos, mostrados en sus vitrinas.  Esto, si la opción elegida era pasear por centro de la Ciudad Capital.

Otros compañeros, tomaban el escritorio como mesa para el almuerzo y hasta dormir. Algunos, asistían a las sodas de otras Instituciones, creo que una era el Ministerio de Trabajo o de Educación, a cien metros del Registro Civil, al norte, muy cerca del conocido “Banco Negro” o Banco de Costa Rica.

Y para varios compañeros, la otra opción en esas largas dos horas y media, viajaban, en autobús o microbús, a sus hogares, en Heredia, Barva, centro de Alajuela y Cartago. Tuvimos tiempo para tomar el bus, volver a pagar el pasaje, ida y regreso, saludar a nuestra familia y descansar un ratito.

En mi caso, de San José a Alajuela centro y viceversa. Llegaba a la casa y calentaba la comida, siempre elaborada por mi esposa, en esos tiempos empleada en la venta de telas y otras secciones, en el Almacén Francisco Llobet, famosa tienda alajuelense, de españoles. Un día, no  llevé las llaves al trabajo y al regreso a Alajuela, no pude ingresar. Para no molestar a Doña Luz, con mucho trabajo en la tienda, decidí el regreso a mi trabajo. En alguna sodita, en San José,  compré algo para aguantar hasta las cinco y treinta.

Cuenta el compañero Jorge Luis Fallas, conocido en la Institución por su humor y gran funcionario del Archivo Civil del  Registro Civil, que él tenía tiempo para ver la serie “Los tres chiflados” y en muchas oportunidades hasta para “marcar” un ratito con la novia, que era su vecina. Dos horas y media, en esos tiempos, alcanzaban para muchas actividades.

El usuario, sin tener la culpa, también disfrutaba el derecho a dos horas y media…esperando sentado en el cordón del caño,  arrecostado a la pared de la edificación, casi dormido, de pie o sentado en el pretil de la entrada principal del edificio centenario (una gradita), casi siempre con la presencia de “La tertulia”, grupo de funcionarios acostumbrados a sus comentarios de todo tipo, antes de ingresar a sus labores, en la mañana o en la tarde.

“La escuelita”, así alguien dio este nombre, era el auditorio de la Institución, utilizada por el Registro Civil y Tribunal Supremo de Elecciones, porque ambas ocupaban el mismo edificio, también nos sirvió de soda y comedor; mientras tuvo otros usos: actos oficiales, entrega de credenciales a presidentes electos y diputados, festivales de la canción organizadas por sus empleados, especialmente para el Catorce (14) de setiembre, en celebración al “Día del Empleado Electoral y Civil”, para dormir, leer un periódico, escribir alguna anécdota,  lectura de “La Biblia”, discutir por el fútbol, incluso, habladas como siempre sobre política criticando a “Juan, Pedro y María”, aunque no lo podíamos hacer en voz alta porque de pared de por medio, estaban los Magistrados del Tribunal Supremo de Elecciones y también estaba vigente el “Artículo 88” de nuestra Constitución Política que nos impedía a los empleados de la Institución, manifestaciones de color político, aunque, desde luego, sin ningún impedimento para ejercer el voto. Y nada de signos externos de los partidos políticos o “vivas” en nuestras casas de habitación, autos y otros lugares propios.

Recuerdo que mi madre quería poner la foto de su candidato para unas elecciones generales, en la ventana de la casa. Le expliqué algo del artículo mencionado. Por cierto, ella respondió: “Me importa a mí, Usted es empleado de esa Institución, yo no, tengo derecho a adornar mi casa como yo quiero, soy la costurera del barrio y todo el mundo sabe mi color político y  mi taller de costura no tiene nada que ver con artículos de esos…”. Así de tajante.  Y como dueña de la casa y la que mandaba, buscó a un vecino para instalar o poner una bandera en el techo de la casa. Aún así, ni vecinos ni autoridades electorales, se fijaron en ese detalle.

No recuerdo el motivo o motivos, por la cancelación de “La escuelita”, como espacio para comer, tertulias y dormir. Y no fue permitido permanecer en las instalaciones, durante las dos horas y media. ¿Qué hacer? ¿No comer?

Varios compañeros nos fuimos con el maletín y el termo (en esos tiempos era de uso común el “termo”, de venta en todos los mercados de las ciudades y pulperías),  a comer a los parques más cercanos, plazoletas, en un “poyo”, en algún lugar. Escogimos la plazoleta frente al Ministerio de Salud, a la sombra de un lorito: disfrutando del almuerzo y hasta compartimos algo de nuestras comidas y después un descanso tirados en el zacate hasta que llegara la hora de ingresar a nuestras funciones en las oficinas y archivos de la Institución. Había que esperar que los compañeros guardas, abrieran las puertas y el portón grande del edificio. Mientras, compartiendo algunos minutos con los usuarios.

Y de este lugar, también nos corrieron. En verano era un “pic-nic”, pero el invierno nos echó a perder nuestro gallo pinto, plátano maduro, ensalada y “fresquito” de limón o sirope.

No había otro camino que la organización. Nos organizamos y planteamos nuestros problemas al Superior quién nos escuchó y de nuevo el permiso para permanecer en el edificio durante el tiempo de las dos horas y media. Más tarde, vino lo que llaman “jornada continua” y este nuevo horario fue bastante positivo para todos. Incluso, el usuario también se adaptó, hasta nuestros tiempos.

Hoy, contamos con un hermoso edificio, en otro sector de la Capital, con mejores condiciones al anterior. Y, desde luego, un mejor horario para almorzar más cómodamente. Todo aquello, hoy es historia. Historia que hemos escrito con sacrificio y que nos permite seguir queriendo y defendiendo más a nuestra hermosa Institución, donde laboramos con lealtad, transparencia y así  dar un servicio más eficiente al ciudadano, quién merece todo nuestro respeto y admiración.  Y por Costa Rica y nuestras familias.

Importante: tema sujeto a correcciones o ampliaciones.

Publicado julio 16, 2020 por José Manuel Morera Cabezas en Historias