¡Polvorones a tres por cinco céntimos!   Leave a comment


 

Según el paladar del alajuelense, los “rosquetes” elaborados por doña Cirila, nadie los podía imitar; así los famosos “polvorones” de don Rubén Artavia y familia, en Concepción El Llano, en Alajuela.

El polvorón no faltó en la dieta hogareña, color oscuro, de unos tres centímetros en la parte más larga por dos de ancho.  Con cinco céntimos teníamos derecho a tres panecillos; años más tarde, pasaron a dos por cinco, pero siempre con la misma calidad, forma y tamaño. Y podemos recordar que con ese dinero, podíamos adquirir también una manita de pan, formada por tres bollitos o piezas.

Con un horno hecho a base de barro y ladrillos, en su casa de tejas y paredes de  adobes, ubicada costado sur de la plaza de fútbol del lugar, así nació la panadería del señor Artavia. Quienes conocimos un horno de barro, construido por nuestros abuelos, lo describimos muy fácilmente, pero las nuevas generaciones no tienen idea cómo funcionaron y para qué.

Don Beto Molina se destacó como constructor de hornos de barro, muy conocido en toda Alajuela.

El horno funcionó con residuos de plantas, especialmente leña de café y guayabo, un combustible especial para obtener el fuego y calor necesario. Su interior a alta temperatura, hizo posible reducir a cenizas calientes, las plantas y maderas secas allí introducidas. Un implemento o vara de hierro en forma de “T”, fue fundamental para limpiar los tizones y cenizas del piso caliente del horno, dejando el espacio a los grandes latones de aproximadamente 50 por 40 centímetros, construidas con el envase o tarros de manteca, cargadas de polvorones u otros panes, listos para asar a puro calor. El horno tenía una extensión de casi cinco metros de largo por unos cuatro metros de fondo y ancho, donde se introducían unas 16 latas. Una tapa de lata o hierro servía para cerrar la boca del horno, mientras el calor hacía el trabajo del asado.

Don Rubén, elaboraba varios tipos de panes, suspiros, dulces y confites para las fiestas de pueblo, con ricos sabores de cacao, coco, naranja y mora; igual deliciosos panes llamados, pan de rosas, quesadillas, pan especial aliñado, pan dulce y tártaras a base de miel de coco y otros; pero el polvorón fue la atracción hace unas siete décadas o más. Tanto así que don Rubén alquilaba un local o tramo en el interior del Mercado Central alajuelense, los sábados y domingos, para exponer y vender sus productos que se iban como “pan caliente”, perseguidos por tanta clientela.

El polvorón recorrió todos los puntos comerciales de la ciudad, especialmente en las populares “pulperías”, muy comunes en el territorio nacional. La fama de la familia Artavia estuvo presente, por sus productos, esfuerzo y honradez.

Ante el éxito y fama de don Rubén, otros familiares continuaron con la tradición y fuente económica para sus hogares. Citemos a Toño, Talí, Chaya, Noemy, Marta y su esposa doña Josefina.

Don Carlos Artavia Arroyo, a la fecha con 91 años de edad, cuenta su historia y versión del polvorón, enseñanza captada de su papá, don Juan.  Él, es quien compara  los rosquetes elaborados por la señora Cirila, con la calidad del polvorón de los “Artavias”, panes únicos, insuperables, jamás copiados.     

Construyó un hornito de barro y ladrillos para montar su actividad laboral en beneficio del hogar y los alajuelenses.

Tenía su trabajo de muchos años en el Almacén de “Los Herreras”, poderosos comerciantes alajuelenses, establecido cerca del Mercado Central  de Alajuela, por la parte oeste. El almacén se especializaba en la venta al por mayor y detalle de productos como granos, licores, dulce de caña, pastas, refrescos, café molido, confites, artículos de limpieza para el hogar y más.  Durante más de doce horas diarias, en el día y la noche, la pasaba don Carlos trabajando, siempre  por un salario  bajo.

Al observar el auge del polvorón, decidió establecer su empresita casera para ganar unas “extras” económicas y juntarlas con su salario y así mejorar la situación económica de su luchador y humilde hogar.  Se acomodó a esta nueva experiencia, con un trabajo adicional.

Mientras laboraba fuera, en el almacén, su esposa e hijas preparaban la mezcla y pasta para elaborar los polvorones, esperando la presencia de don Carlos, a quien le correspondía la “horneada”, en horas nocturnas.

El trabajo extra, le cayó del cielo porque logró obtener, con mucho esfuerzo y responsabilidad,  mejorar la economía del hogar y así pudo adquirir su casa propia y otros asuntos. Con los polvorones hizo historia y continuar con la tradición costarricense, bendita herencia representada en el trabajo honesto.

Sus hijas colaboraron en el trasporte y reparto del producto,  a pie, visitando diferentes puestos comerciales de la ciudad. Así hicieron las ventas, entregaron los “encargos”,  de pulpería en pulpería; la misma función realizada por los “repartidores”  en bicicleta, contratados por la familia,  destacando a Francisco “Paco” Rojas, Jorge Cubero y Carlos Soto.

En todos los puestos, cafeterías o pulperías, el polvorón siempre dijo ¡presente!, tocando puertas. En la pulpería-cantina de Nayo Bravo, en La espartana, éstas, del barrio La Agonía de Alajuela;  en las pulperías de Memo Solano, don Beto Muñoz en el Brasil de Alajuela;  Pulpería El Nance y Santa Cecilia en El Llano; Pulpería «La Libertad» del popular Pochet, El periquito, Claudio Castro, Conde, Chepe Espinoza, La japonesita y La tacareña de don Tobías Esquivel en el centro de la ciudad; Emilio Corella en El Carmen; Víctor Pérez, Pipo Oreamuno, La Nena y La Vencedora. Y no únicamente en el centro, los repartidores conocían como a sus propias bicicletas, las pulperías de Hipólito «Polo» Crespo y Pedro Murillo, en Itiquís y Sabanilla de Alajuela, respectivamente; también las de Carrizal y Desamparados. Si la pulpería estaba ubicada muy lejos, don Carlos atendía a sus propietarios en el Almacén y aquí entregaba el producto de su pequeña industria.

El polvorón no faltó en los Novenarios, Rosarios y rezos del Niño, costumbre de antes donde el novenario ocupaba hasta doce horas al día para la “rezadera”, con derecho a almuerzo, café, comida y tertulias, a todos los invitados.

Fue tanta la demanda por adquirir el delicioso polvorón, que a su casa acudían los clientes, tal el caso de don José María Pinaud, colombiano radicado en el Caserío de Los Higuerones, poblado de El Llano, quién contrataba enormes encargos del producto para llevar a sus familiares y amigos. Un cliente muy bueno porque manejaba  “platilla” y  excelente vecino.

La historia señala que el General Pinaud intentó fundar un periódico en Costa Rica, con el nombre «La Tribuna», con una vieja imprenta adquirida en los Estados Unidos de Norteamérica, topándose con  muchos problemas que lo hicieron desistir de la idea, en 1945, vendiendo el equipo a otras personas, interesadas en fundar un medio de comunicación nuevo, en nuestro país. Pero dejemos el periódico y sigamos con el tema central de los famosos polvorones llaneros.

¿Y por qué le llamaron “polvorón” y de qué estaba formado para tanta fama? Posiblemente, por ser un pan suave, fácil de desintegrar;  compuesto de dulce del más negrito de tapa, donde se sacaba una miel especial; bicarbonato, canela, anís de estrella, Jamaica, queso Bagaces, clavo de olor y otros ingredientes.

El polvorón siempre llevó impregnado un tipo de “sello” o marca que nació en forma accidental o por curiosidad, sobre el lomo del polvorón, al pasar los piquitos de la “rondana” en cada polvorón antes de ingresar al horno.  Este implemento de los panaderos, la rondana, fue utilizado para cortar el borde de las quesadillas y sirvió para estampar  la marca – unos puntos o huequitos –  como una  “marca registrada”, hecha en Concepción El Llano.

Cuenta don Fernando Oviedo, repartidor de polvorones, el ambiente en su casa y su función en la panadería del abuelo Rubén. En bicicleta, ésta, con una canasta especial, repartía el producto, en casas y pulperías.

Habitada por una numerosa familia, porque en esos tiempos los nacimientos eran constantes, en todos los hogares, hasta el punto que en su casa existía material humano para formar un equipo de fútbol, hasta con entrenador y “barra”, todos del mismo apellido. El grupo fue bautizado con el nombre “Corsarios F.C”, recibiendo después un nombre más criollo y simpático por parte del mismo pueblo: “Los polvorones F.C”.  Y así es recordado, en estos momentos, posiblemente a partir de mil novecientos sesenta y ocho (1968). Los corsarios invaden nuestra comunidad y cancha de fútbol. No eran marinos en busca de piratas ni nada parecido. Un grupo de vecinos llaneros con ganas de «meter pata y corazón» en la práctica del popular deporte.

Su sede deportiva, la Plaza de El Llano, Alajuela, tiempo después bautizada por la Municipalidad de Alajuela, como Carlos Luis Fallas Sibaja, «Calufa», para recordar siempre a nuestro gran escritor alajuelense y verdadero defensor de los trabajadores. En esta plaza, casi a pura tierra, y peñones de zacate, sin mallas, que era habitual en muchos pueblos y se les conocía como «canchas abiertas» , se realizaban encuentros con grandes equipos, recordamos al  «Cruceiro F.C, Barcelona F.C, El Brasil, Canoas,  Fluminense F.C, Atlético Nacional, éste, conocido con el nombre «El Rinconcito» por tener su sede en este popular establecimiento dedicado a la venta de licores y comidas; similar a Los Corsarios, con la casona de don Rubén. Esto en el plano interno.

En el plano externo, visitas a varios lugares del país, Orotina y Río Segundo de Alajuela, , finca «La Lucha», del señor José Figueres Ferrer, Santa Bárbara de Heredia y otros lugares.

Jugaron con los “Polvorones F.C” : Curlin, Claudio “Clarita” Herrera  y su hermano Eduardo («Catatillo»),  Willy Camota, Miguelín, Negrete, “Guaco» Rojas, Alfonso Porras, los hermanos Peñaranda, Marcelino Delgado,  Juan Sibaja «Monstrillo», “Huevo” Ramos, Toño “Cajetas”, Roberto “Pollitas”,  Guido Rodríguez, Mario Ramos, Miguel “Gelo” Calvo, Memo Bolaños, “Jopito” Riquelme, Wilson Álvarez  y los hermanos Artavia,  Armando, Roberto y Mario y Francisco «Tati» Rojas Araya. En la dirección técnica, dos de esta planilla, Negrete y Juan Sibaja.  

Del seno de este humilde grupo, algunos llegaron a la primera división del fútbol de Costa Rica. Con dieciséis años de edad, nos cuenta «Tati» Rojas pasó a la reserva del Deportivo Saprissa por un año; más tarde, al Carmen F.C de Alajuela y a los diecinueve años, fijo en Liga Deportiva Alajuelense, club histórico en el país centroamericano. Hoy, Rojas, con setenta años de edad, recuerda con emoción momentos en la linda barriada de El Llano, Alajuela.  

La casona era el club del equipo, el camerino,  el lugar de reuniones, el centro de tertulias familiares y amigos, con temas variados, sin faltar el tema futbolero nacional y  canchas abiertas, música de guitarras y cantantes porque también la familia dio muchos músicos, sin faltar la chota alajuelense y llanera…al calor del café o aguadulce, siempre con la presencia del delicioso polvorón, el horno de barro y gente humilde, nacida en el puro pueblo.

Polvorones Papi

Hoy, en estos tiempos donde abundan las panaderías y reposterías, fabricantes de panes y dulces de toda clase, una nueva generación de los «Artavias», se hace presente con la continuidad de esta tradición, en manos de la familia Artavia-González, siempre en El Llano de Alajuela.  Jorge “Papi” Artavia, nieto de don Rubén, y Nuria González Cabezas, su esposa,  trabajan por el sustento de su familia y con el trabajo no dejan caer ni olvidar una época de lindas tradiciones y costumbres, donde el esfuerzo, la honradez y sencillez, siempre fueron aliados a nuestros abuelos, como el ejemplo que nos dejaron don Rubén y don Carlos…

 

 

 

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Horno de barro, de más de cien años. Casa de Domingo González Flores, padre del ex presidente  de Costa Rica, Alfredo González Flores, período 1914-1918.

 

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Dibujo de un horno de barro.

 

      

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Pasta con forma de polvorón. (Crudo) Polvorones Papi.

 

 

Horno de barro, tradición en Costa Rica.

Horno de barro, tradición en Costa Rica.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Pulpería Hipólito Crespo

Pulpería Hipólito Crespo.

 

 

 

 

 

Agradezco la  enorme colaboración de los vecinos de Concepción El Llano, Alajuela, para realizar este escrito:

Carlos Artavia Arroyo, 91 años.

María Josefa Sibaja Villalobos, 93 años

Fernando Oviedo Artavia, 70 años

Jorge «Papi» Artavia, 64 años.

Otros vecinos.

Enero-Febrero 2013.

Pared construida con adobes

Publicado febrero 15, 2013 por José Manuel Morera Cabezas en Historias

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