El arte de bautizar en Costa Rica   Leave a comment


 

EL JORNAL, es el periódico de Aserrí, Acosta, León Cortés, Tarrazú y Dota. Región sur de nuestro país. Edición Abril 2004, página 13. Cultura.

Un reportaje dedicado a los nombres curiosos, lo escribe su Director José Eduardo Mora.

En el SEMANARIO UNIVERSIDAD, el mismo autor y tema, Sección Cultura, 25 enero del 2002, número 1464.MAGIA EN LOS NOMBRES

(Publicado en La Nación Digital, 18 Dic- 2001).

EL USO DE MARCAS DE CARRO, DE TÉRMINOS SUSTRAÍDOS DEL INGLÉS Y DE PRODUCTOS ILUSTRAN LA ENAJENACIÓN DEL COSTARRICENSE A LA HORA DE OTORGARLE UN NOMBRE A SUS HIJOS.

«Si Juan Rulfo buscaba los nombres de sus personajes en las lápidas de los cementerios y Gabriel García Márquez en las guías telefónicas del Caribe, ambos se quedarían asombrados con las maravillas ocultas en los silenciosos archivos del Registro Civil de Costa Rica.

Una colección de más de 2.000 nombres insólitos, recopilados con paciencia de orfebre durante una década por José Manuel Morera Cabezas, funcionario del Registro Civil, recoge la evolución, la magia y la transculturación del arte de bautizar entre los costarricenses.

En este último apartado aparecen nombres impronunciables, seleccionados en agosto del 2001, como «Drhialay Mehir», «Aufernee Blackcup», «Basthinjunieth» y «Shardanny A-Quenn» hasta otros inimaginables como «Lady Sexy», «My Lady», «Lady Diney» y «Neurquirch».

Todos responden a apellidos castizos como Delgado, Castro, Quesada, Flores y Fernández.

Guillermo Barzuna, Catedrático de Literatura de la Universidad de Costa Rica e investigador de la cultura popular, con libros como «Caserón de Teja», explica la escogencia de nombres relacionados con otros idiomas, y en especial con el inglés, son un claro ejemplo de la influencia de los medios de comunicación y del afán de las clases bajas por trascender su condición social.

«El nombre, primer ropaje que se le pone al visitante de la tierra, dador de existencia, identidad y fuerza individual, convoca hoy a una visión de mundo ajena a las condiciones de nuestra cultura», afirmó.

Pero esa identidad no solo sucede en la vida real, sino que también alcanza el mundo de la ficción, como le confesó García Márquez a la periodista colombiana Silvia Lemus, con motivo de una entrevista sobre «El amor en Tiempos de Cólera».

«Tengo un problema muy serio: si no encuentro el nombre exacto, no veo al personaje». Más adelante agregó: «Rulfo dice que él los buscaba (los nombres) en los cementerios. Yo, un poco más moderno, los busco en los directorios telefónicos del Caribe».

Barzuna, quien es autor del ensayo «Onomástica»: transculturación y pérdida de identidad», expresó que «la influencia de los medios de comunicación se aprecia a nivel del inconsciente individual y colectivo, porque la gente cree que llamarse «Maicoll» tiene más trascendencia que «Miguel». «La enajenación, por desgracia, ocurre sobre todo en los sectores más desposeídos. Es un renunciar al idioma nativo en busca del inglés como lengua, que otorga más pretensión de ascenso de clase». Por eso, añade, se dan casos como los de «William Guillermo», en el que William es el equivalente de Guillermo en español.

«A partir de 1960 se da un evidente proceso de sustitución de los nombres castizos por otros foráneos al español o de invención, que remiten a otras lenguas no romances. Son nombres provenientes de las pseudonovelas, de programas de la televisión o de interferencia con mensajes publicitarios», manifestó.

Por eso, «Hyundai» (marca de carro), Givenchy (marca de un pantalón), Usnavy (marina de los Estado Unidos), «Disney» (productora de cine), «Gerber» (producto para niños), «Mafalda» (famoso personaje de «Quino»), son nombres que ilustran la transculturación apuntada por Barzuna.

En la mayoría de los casos en que los niños son bautizados con nombres extraños a la cultura a la que pertenecen, sucede un proceso en el que la eufonía (sonoridad agradable que resulta de la acertada combinación de los elementos fonéticos de la palabra) es sustituida por nombres cacofónicos.

Ocurre cuando se apela a una combinación como «Warren Jonathan Otárola», «que suena horrible», aseguró.

La época que recogía la emoción de los padres, extasiados por el nacimiento de sus hijos, con nombres como «Preciosísima», «Luz Bella», «Alegría», «Perfecta», «Felicidades», «Genio», «Triunfo», «Adoración», «Clara Luna», «Amanecer», «Clara Estrella», «Lucecita», «Lírica», «Digna Corona», «Corona Gloria», «Poema», «Cielo», «Milagrito», «Nube Luz», está hoy fuera del imaginario costarricense.

Igual sucede con los nombres de corte religioso, como «María de los Cielos», «Luz Divina», «Santa Natividad», «Pedro Santo», «Jesús de Nazareth», «Virgen María», «Juana de Dios», «Ave María», «Inmaculada», «Santito», «Sagrario», «Espíritu Santo», «Sacramento de Jesús», «Dios Ani Mirta», «Dios Dedit» y «Diosa María».

En la lista también se encuentran nombres que parecen sacados de las páginas de la ficción y con los que Rulfo y García Márquez, quizá, se hubieran deleitado: «Estrella Rosa de las Piedades», «Judas de San José», «Magdalena de la Eucaristía», «Diega Diamantina», «Nicolás del Tránsito», «Pablo Faraón», «Perfecto Napoleón», «Plácida Cruz», «Sérvulo Segundo» y «Yelmo de la Traba».

Publicado mayo 4, 2008 por José Manuel Morera Cabezas en Opinión

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